-2ª Parte-
EN LAS RUINAS DE PERSÉPOLIS
Por
fin se iniciaba su verdadera embajada y entraba en contacto con los persas,
cuyos trajes, modales y atenciones alabó reiteradamente en sus escritos. Tras
los días precisos para reunir los caballos y camellos que su séquito precisaba,
se puso en marcha por la antigua Carmania, parando en algunos caravanserai como el de Guichi, y
recibiendo agasajos y regalos de los gobernadores locales. Poco a poco empezó a
entrar en las tierras altas y los valles de los Zagros, mejorando notablemente
el paisaje que se ofrecía ante su vista. Llegó a la ciudad de Lara, siendo
recibido también por su gobernador: “Con
mucha gente a caballo, muy luzida de caballas o aljubas de sedas de varias colores
y tocas de oro, con cimitarras y puñales guarnecidas de oro y plato”.
La
ciudad de Lara le pareció a García de Silva y Figueroa muy semejante a la de
Ormuz, con edificios de adobe y algunas de las mejores casas dotadas de
curiosas “torres de ventilación”, según la arquitectura persa y bazares con
mucha actividad comercial. Tras los ya habituales agasajos y comidas,
reemprendió su camino hacia el interior del país, sin dejar de describir
minuciosamente sus paisajes y todo cuanto encontraba a su paso, añadiendo
curiosas anécdotas.
El
24 de noviembre llegó a la ciudad de Shiraz. Al principio, sus casas y calles
no le llamaron la atención, hasta que llegó a una amplia plaza en la que se
estaba construyendo una “sumptuosissima
mezquita”, y alojado en un gran palacio, con muchas vidrieras, muros
enlucidos de cal y muchas figuras de mujeres pintadas en los muros. Desde los
miradores tenía magníficas panorámicas de los jardines y la ciudad,
distinguiendo sus paseos y avenidas plantadas de árboles espléndidos, enorme
cantidad de rosales cultivados, cuyas flores destilaban un agua que llegaba
hasta la India
y países mucho más lejanos.
Debido
a los rigores del invierno y por hallarse el sha en la costa del mar Caspio, García de Silva y Figueroa
permaneció en Shiraz hasta la primavera del año siguiente, hasta que el 4 de
abril prosiguió su camino hacia Isfahan. Sin embargo, a pocas leguas de Shiraz
se apartó un poco de la ruta, por el deseo que tenía de ver las ruinas de
Chilminara. Y “por ser este sitio, sin
poderse poner en duda alguna en ello, el de la antigua Persépolis”. Aunque
no lo supiera o no pretendiera darle el valor que su descripción y conclusiones
en realidad tenían, el noble viajero español estaba a punto de llegar a su cita
con la historia.
Las
anotaciones realizadas por García de Silva merecen una especial atención, según
los expertos, porque reúnen una excelente descripción de las ruinas de la
ciudad de Persépolis, su identificación razonada, así como la primera propuesta
conocida de que los signos cuneiformes habrían sido la escritura propia de los
antiguos persas. En el manuscrito se habla de la gigantesca plataforma
revestida de gruesos sillares de cantería, que apoyada en la ladera del
Kuh-i-Rahmat, sirvió de base al conjunto de edificios, como una gruesa muralla
de piedras de mármol “de maravillosa
grandeza y de más de dos picas de alto”. Al subir por las enormes
escalinatas notó el tamaño colosal y la perfecta talla de los escalones, y una
vez arriba, se asombró ante el pórtico “que
sustentauan dos grandissimos caballos de marmor blanco, mayor cada uno dellos
que un gran elephante”. A la derecha del pórtico contó veintisiete columnas
que por “su mucha grandeza… llaman los
persianos y arabes cuarenta alcoranes” -queriendo decir minaretes- “como las torrecillas… que tienen en sus
mezquitas principales”, describiendo la planta y las filas de columnas de
la que hoy sabemos que fue la apadana,
reparando en su enorme altura, el perfecto ajuste de los tambores y el no menos
perfecto cuadrado de la sala. Describió luego su paseo por otros conjuntos de
ruinas, y llamó lonjas a los
conjuntos que en la actualidad designamos palacios de Darío, Artajerjes I,
Jerjes, Artajerjes III, Palacio Dy
Tripylon, con sus relieves, puertas y marcos de ventanas tallados en
mármoles y piedra negra, tan perfectamente pulidos que el gran mastín que
acompañaba al embajador empezó a gruñir a su misma imagen reflejada “con mucha rrisa de los que estauan
presentes”.
Los
relieves le admiraron mucho, tanto por los tipos como por la perfección de la
talla y su variedad, mandando a un pintor del séquito que sacara algunos
dibujos al natural, los primeros tomados in
situ por un profesional, aunque la mala fortuna haría luego que quedaran
olvidados durante siglos en los manuscritos de la Biblioteca Nacional.
Siguiendo
su paseo hacia la ladera, percibió el ilustre viajero otro edificio mucho
mayor, con puertas y ventanas, y numerosas columnas derribadas en el patio
-probablemente se refería a lo que hoy llamamos Sala de las Cien Columnas-, notando luego que en los arquitrabes y
frisos había inscripciones pintadas por visitantes árabes, armenios, indios y
de otras naciones. Pero sobre todo fijó su atención en las inscripciones
profundamente grabadas y labradas muy hondas en distintos sitios, como el “triunpho de la escalera”, de las que
mandó copiar un renglón, “cuyas
letras…compuestas todas de pirámides pequeñas puestas de diferentes formas”,
estimando que éstas eran las escrituras de los antiguos constructores. Más
allá, en plena ladera, sus acompañantes accedieron a las tumbas de Artajerjes
II y Artajerjes III, y distinguieron la cisterna llena de agua limpia de las
lluvias.
Terminada
la descripción, García de Silva argumentó por qué pensaba que Chilminara debía
haber sido Persépolis, recurriendo tanto a las fuentes clásicas como a la
evidencia visible y los informes que en España le había facilitado Fray Antonio
de Gouvea. Y concluyendo que esa fue la verdadera Persépolis reencontrada “la qual por tantos siglos a estado
sepultada”.
DESCUBRIENDO UN MUNDO IGNORADO
El
viaje continuó hacia el noroeste y en la segunda quincena de abril llegó a
Isfahan, rodeada de huertas y jardines y ya entonces maravillosa ciudad,
populosa y activa gracias al empeño del sha
Abbás, que comenzó la mayor parte de los edificios que todavía hoy hace su
justa fama. Departió el embajador con los gobernadores de la ciudad, con los
religiosos agustinos y carmelitas de sus
conventos, y con los europeos presentes “que
eren diez o doze ingleses, dos tudescos y tres o quatro italianos, con quien el
Enbaxador holgó mucho por saber algunas cosas de Europa”.
El
primero de mayo hizo su entrada oficial, acompañado de mucha gente a caballo.
Pasó por barrios semejantes a los de Shiraz, hasta que llegó al gran bazar
abovedado y con luz cenital, de donde salió a la enorme plaza de Maidan, “de mas de seiscientos pasos de largo y trezientos
de ancho”, sus magníficas mezquitas todavía en construcción y el palacio, “con una lonja quadrada a la entrada,
cubierta con su bóveda, y una varanda encima”, todo magnífico y famoso
ejemplo de la arquitectura del periodo, y fruto del empeño del sha. Aquellos grandes edificios y
espacios le gustaron mucho a García de Silva, que los describió minuciosamente,
pues ya era Isfahan la cabeza principal del imperio, en la que convivían
persas, armenios, georgianos y otras naciones, siendo maravilla la variedad de
vestidos y tipos, que el color y la luz de los azulejos y las ilustraciones de
libros y miniaturas safavíes no
permiten aún hoy imaginar.
Pero
a los pocos días de estancia recibió orden del sha para que fuese a Qazvin, a donde llegó el 15 de junio,
acercándose a la ciudad con todo el cortejo vestido de gala y a caballo, e
instalándose en la casa que se le había asignado.
Dos
días después se dirigieron el embajador y los suyos a la recepción ofrecida por
el sha, precedidos por más de
seiscientos hombres portadores de los regalos enviados por el rey de España,
pasando por la ciudad con gran pompa y camino del palacio y jardines donde
comenzaba dicha recepción. Durante la cena, García de Silva notó que el sha iba a ser un difícil contendiente, y
que la presencia del embajador turco, también invitado, formaba parte de su
juego. Aunque Abbás brindó dos veces a la salud del rey de España “su hermano”, y como bienvenida del
embajador. Luego, los contactos se dilataron sin que García de Silva tuviera en
realidad ocasión de plantear el objeto principal de su embajada -animar la
continuación de la guerra contra el turco-, sospechando con razón que los
planes del sha eran ahora
distintos. Por fin consiguió su
propósito y hablaron largo y tendido, pero sin una resolución final, pues Abbás
se quejaba siempre de la poca actividad de los europeos en contra de los
turcos, sin dejarle tocar al español el tema de las recientes conquistas persas
en los presidios portugueses.
Se
prolongó la estancia y García de Silva asistió un día a una partida de polo
jugada en la plaza por el rey y los suyos, teniendo ocasión de ver una escena
que las miniaturas safavíes gustaron
de repetir sobre libros y objetos muy diversos. Poco después, el monarca salió
de Qazvin y mandó a García de Silva que se volviera a Isfahan y le esperara
allí. Partió el español el 27 de julio de 1618, llegó de vuelta a la nueva
capital del sha el 13 de agosto,
donde habría de pasar todo el invierno, asistiendo a las ceremonias
tradicionales en recuerdo de la muerte de Hussein, propias de los chiíes, fiestas y ritos que describió
con notable detalle y respetuosa atención. Vuelto por fin el sha, hubo entre
otras celebraciones una última entrevista en la misma plaza de Maidan.
Y
por fin, García de Silva recibió autorización para marchar, lo que hizo el 25
de agosto de 1619, aún encontrándose enfermo, llegando a la costa y
embarcándose para Ormuz el 18 de octubre. Con gran pesar suyo tuvo que invernar
allí, dándole tiempo a anotar que las gestiones llevadas a cabo habían tenido
escaso fruto, y que los persas se preparaban incluso para tomar Ormuz.
LA AGONÍA DEL RETORNO
El
final de su más que extremada aventura se aproximaba, aunque no en la forma que
García de Silva deseaba. Tras peligrosa navegación llegó a Goa el 25 de abril
de 1620, encontrando la misma falta de colaboración antes sufrida. Un primer
intento de volver a España, embarcándose el 19 de diciembre de aquel mismo año,
resultaría un amargo fracaso, dado que después de un peligroso viaje y tras
haber alcanzado las costas de Mozambique en febrero, sabiendo el piloto que por
el régimen de vientos y corrientes ya no podrían pasar el cabo de Buena
Esperanza hasta diciembre, el 14 de febrero de 1621 resolvieron volver de nuevo
a Goa, donde arribaron un 28 de mayo.
García
de Silva retomó sus Comentarios,
reiterando páginas llenas de interesantes observaciones, narrando la temida
guerra de Ormuz y los combates contra ingleses y holandeses.
Por
fin, el 1 de febrero de 1624 pudo hacerse de nuevo a la mar con vientos
favorables, y a pesar del mal gobierno de la nave y de ir ésta sobrecargada, se
siguió adelante. En sus últimas anotaciones reflexionó sobre la desidia de los
pilotos lusos, lamentando que por el contrario “los marineros estrangeros… todo lo rreconoçen y lo sondean con
especial diligencia”. El 13 de abril se conoció hallarse al este de la Tierra de Natal, aunque el
piloto decía haber doblado ya el Cabo, lo que ciertamente no se haría hasta el
25 de abril. La última anotación de García de Silva fue de tres días después,
indicando rumbo noroeste con el sol en 32º y medio. Fue su última anotación.
Al
respecto, la Biblioteca Nacional
tiene una acotación estremecedora.
Dice
que D. García de Silva y Figueroa siguió escribiendo cada día hasta casi el de
su muerte, “que sucedió en su buelta a
España, á 22 de julio de 1624,
a las ocho horas de la noche, del Mal de Loanda, a
ciento y diez leguas de las islas de Flores y Cuervo. Hecharon su cuerpo á la
mar, en un caxón cargado de piedras, y ando en calmerías alrededor de la nao
dos días”.
La
situación debió ser trágica. Era como si incluso tras la muerte, aquel buen
caballero no quisiera apartarse del barco que había estado a punto de cumplirle
su anhelado deseo de vuelta a España. Y quedó así, como dice la nota, flotando
durante dos jornadas en una mar en calma, lisa, dramática para quienes desde la
nave siguieron viendo su improvisado ataúd.
Y
luego, poco a poco, su ataúd se fue hundiendo lentamente en las profundidades
del océano Atlántico.
La
hazaña del caballero Don García de Silva y Figueroa permaneció olvidada durante
mucho tiempo. Hasta principios del siglo XX no fue publicado su manuscrito
completo en nuestro país. No obstante, el excelente trabajo llevado a cabo por
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y la acertada recopilación
de los manuscritos que ha realizado Joaquín Mª Córdoba, hacen ahora posible que
la embajada del español Don García de Silva y Figueroa al sha Abbás el Grande (1614-1624), haya alcanzado mayor difusión y
esté considerado como uno de los libros más interesantes de los escritos por
viajeros europeos a Oriente.