GARCÍA DE SILVA Y FIGUEROA (1550 - 1624)



-1ª Parte-

Soldado, diplomático, erudito y explorador español, fue el primer occidental en identificar las ruinas de Persépolis, la antigua capital del Imperio Aqueménida en Persia.
Una cierta nobleza en su origen se advierte en este personaje, como hijo mayor que fue de D. Gómez de Silva y Doña María de Figueroa, emparentados con los condes de Zafra, y siendo su padrino D. Pedro Fernández de Córdoba, conde de Feria. No se conocen demasiados detalles sobre su juventud, aunque sabido es que estudió leyes en Salamanca, sirvió en los tercios de Flandes, fue paje del rey Felipe II y prestó luego sus servicios en la Secretaría de Estado, tomando posesión como corregidor de Jaén a la edad de 45 años.
Sus buenas dotes militares y su energía y capacidad organizativa se demostraron en la puesta a punto de una fuerza armada contra los ingleses en 1596, y en la buena dirección y adiestramiento que él mismo encabezó. Y aunque la provisión del cargo solía ser anual, él permaneció en el cargo un par de años, lo que revela que sus servicios administrativos y militares fueron bien estimados y que debía contar con una cierta protección.
El caso fue que en 1609, estando en Madrid, el marqués de Velada, Mayordomo Mayor y del Consejo de Estado, le consultó sobre los supuestos descubrimientos geográficos de Lorenzo Ferrer Maldonado, lo cual venía a indicar que sus conocimientos eran apreciados hasta el punto de tener valor de dictamen facultativo, dado que, además de manejar todo tipo de instrumentos de navegación, su visión del mar, las estrellas y las tierras era la de un geógrafo y cosmógrafo.
Además, el hecho de que años después el rey Felipe III lo eligiera para encabezar la embajada española a la Corte de Abbas el Grande, ya deja constancia de que se trataba de un hombre de vasta cultura, dominio de lenguas, al menos perfectamente el latín y el italiano, además de mantener buena relación con la Corte española de la época.
Tras las embajadas de Anthony Sherley, los frailes agustinos y D. Luís Pereira, las gestiones realizadas por Fray Antonio de Gouvea, los movimientos de Robert Sherley y la necesidad de prevenir las ambiciones iraníes sobre los presidios portugueses y relanzar la antigua alianza contra los turcos, el Consejo de Estado se reunió en octubre de 1612, ante la necesidad de enviar al sha persa Abbás una gran embajada y del más alto rango, la cual recayó en la persona de García de Silva y Figueroa, quien contaba por aquel entonces 62 años de edad.
La preparación de dicha embajada fue larga y fatigosa, en gran medida por la mala voluntad del Consejo de Portugal, dolido por la elección del castellano, pero el caso fue que con constancia y previsión de la dignidad e importancia que la gestión encomendada precisaba, consiguió hacerse a la mar dos años más tarde.

PARTIDA DESDE LISBOA
El largo viaje por mar de García de Silva y Figueroa y su séquito hasta su primer destino en Goa (India), duró casi siete meses de navegación constante, sin tocar tierra. Llevaban consigo un notable equipaje y regalos destinados al sha persa. Se le habían encomendado varias tareas diplomáticas de suma importancia: tratar de la expansión de Abbás en el golfo Pérsico, observar de cerca su relación con los ingleses de cara a mantener el monopolio comercial portugués en el Índico y, especialmente, que los persas mantuvieran sus guerras contra los turcos en el Mediterráneo.
Del puerto de Lisboa partieron tres naves, en cuya capitana iban el embajador con toda su gente y el armenio Cogelafer, enviado del sha. Guiaba la flota el piloto mayor Gaspar Ferreira, quien decidió al principio navegar a media vela para dejar que se les unieran las otras dos naves rezagadas.
Siguiendo vientos del suroeste, una semana después se avistó la isla de Puerto Santo, dejando Madeira por estribor, tomándose luego rumbo sur en busca de las Canarias para continuar viaje según lo previsto.
Pasando el temible escollo del cabo Buena Esperanza y entrando en el océano Índico, navegaron hasta la isla de San Lorenzo (Madagascar), para luego fijar el rumbo hasta que más al norte del llamado cabo Guadalfui y merced a los vientos debían llegar a Goa. En las páginas escritas por García de Silva y Figueroa, tan tremendo viaje resultó un relato apasionante, propio de un naturalista avezado y un astrónomo enamorado de las constelaciones.
La navegación y las tormentas, los animales marinos y las aves, los problemas de los buques y la marinería, todo fue llamando su atención, describiendo con detalle incluso cuando las naves fueron seguidas por gran cantidad de tiburones y delfines.
El número de enfermos entre la marinería se había hecho muy numeroso y García de Silva y Figueroa se detuvo a describir las enfermedades más corrientes, de forma muy especial la más terrible de todas ellas y que entonces llamaban “mal de Loanda”, en realidad se trataba de escorbuto, de la que él mismo moriría años después, que en su opinión el cirujano trataba erróneamente.
En octubre entraron en calmas y calores, tornados en aguaceros, lo que dificultó más la situación de los muchos enfermos y aumentaron las muertes. A mediados de octubre se navegó este-nordeste en demanda de la isla de Mámale, a 40 leguas de la ciudad de Cochín en la costa india. Pero estaban lejos, y además de las angustias de la navegación, las enfermedades y los problemas de alimentación, una plaga de ratones infestaba las naves. Días después avistaron naves de nativos de Mámale y hablaron con ellos, tomando alguna noticia sobre todo de la proximidad del final del viaje.
La ruta de la India estaba ya cerca y tras sortear algunos arrecifes, se avistó un extremo de la isla de Goa. Muchas embarcaciones locales salieron a darles la bienvenida, anclando frente a la fortaleza de Aguada. El propio D. García de Silva y Figueroa escribía: “Jueves a seis de noviembre de 1614, siete meses contínuos menos dos días después que esta nao salió de la barra de Lisboa”.
La primera parte de su aventura estaba cumplida.

LA ESTANCIA EN GOA
Una vez en la capital del imperio luso de la India, cabeza de todos los presidios en las costas de Arabia, Persia y el golfo Pérsico, se inició el segundo periodo de aquel largo viaje, limitado en este caso a una desesperante retención en la ciudad.
En el libro segundo y tercero de sus recuerdos, describió durante este tiempo todo su entorno, la ciudad, sus habitantes y las costumbres, haciendo también referencia a sus problemas con el virrey de Goa.
Entretanto, transcurrieron más de dos años de forzosa residencia, tiempo que García de Silva aprovechó para mantener una larga e interesante correspondencia con el rey y redactar sus primeras notas.
Por aquel entonces, Goa era un asentamiento privilegiado, en realidad un pequeño conjunto de islas. En su manuscrito, el embajador describió el territorio empezando por su extremo más occidental, el cabo Talangan, donde se alzaba el convento de Nuestra Señora del Cabo. Al sur del mismo se abría el refugio más seguro para los navíos, con la playa y las ruinas de la antigua ciudad ya abandonada, el gran canal del río Pangin (Panjim), que llevaba a la ciudad nueva construida por los portugueses, aunque se estuario tenía un gran banco de arena que los pilotos debían conocer bien. A una y otra orilla se levantaban árboles pequeños y frondosos, tras los cuales se alzaban multitud de palmeras. García de Silva quedó maravillado por la exuberante vegetación y, sobre todo, por los árboles cargados de fruta, describiendo el mango y otras de tamaño “mayores que grandes melones” de cáscara verde y rugosa y carne amarillenta. También hizo hincapié en los animales de la zona, una especie de hienas, lobos, varios tipos de serpientes y algunos lagartos muy mansos que “llamanles los portugueses camaleones, aunque no mudan su color, tomándola, como se dize comúnmente, de las cosas cercanas a ellos, teniendo siempre estos de la India el suyo propio”.
También hizo una descripción muy completa de la ciudad principal, en la que existían buenas casas, y destacando la fortaleza y el palacio de los virreyes, algunos ricos y suntuosos conventos y parroquias. Del mismo modo, al hablar de esta ciudad hizo hincapié en que la ciudad y la isla formaban un mundo abigarrado, en el cual los portugueses, mestizos y los naturales de la India daban vida a una sociedad alegre.
La estancia en Goa no le fue, sin embargo, demasiado placentera, urgido en su misión que cada día saboteaba el virrey. En todo caso, en sus recuerdos era discreto en el tono, aunque estaba escribió que estaba cansado de retrasos y engaños.

RUMBO A PERSIA
El viaje prosiguió a partir del 19 de marzo de 1617, rumbo noroeste y a toda vela. Cruzaron el océano Índico hacia la costa de Arabia, que se avistó en la primera semana de abril. Escribió García de Silva y Figueroa que el fuerte calor se convirtió en un problema y la visión de la tierra resultaba muy triste, “de color arena bermeja, sin parecer en ella cosa verde alguna, ni señal de ser habitada”.
La navegación continuó hacia el nordeste, en paralelo a la costa, y con fecha del día 15 hizo una referencia sobre las montañas de la misma costa omaní, los palleiros que así los llamaban los portugueses: “ciertos montes que parecen sobre las cumbres de las mismas montañas, y son estos montecillos tres o cuatro”. Estas notas son, sin duda, la primera referencia conocida en la literatura de viajes sobre ciertas sepulturas pre-islámicas muy típicas de la península de Omán.
Siguieron navegando a favor de los vientos, se alejaron algo de la costa, pero pronto recuperaron el rumbo, hasta divisar las montañas próximas al puerto de Mascate, un capricho de la naturaleza rodeado de riscos coronados por fortalezas inexpugnables.
Según la descripción que hizo García de Silva y Figueroa, los nativos árabes vivían en una especie de cabañas, destacando algunas casas de portugueses en piedra y cal, y tiendas de indios. Había muy pocos lusos, comerciantes y algunos soldados, la mayoría de la población de Mascate estaba compuesta por árabes y algunos judíos. Tres días después se hicieron de nuevo a la mar, divisando el llamado islote de los Ratones, indicio cierto de la proximidad de Musandán y tres días después llegaron a Ormuz, a dos leguas de la costa de Persia.
Llave de la entrada al golfo Pérsico, la isla y ciudad de Ormuz constituían una pieza decisiva del mapa portugués de la región, aunque el embajador descubrió la debilidad de sus baluartes y su mala conservación. No obstante, seguía desarrollando un activo comercio, y entre los habitantes cristianos, árabes e indios encontró algunos sefardíes que todavía hablaban español.
Al igual que sucedió en Goa, hubo que detener el viaje hasta el 12 de octubre, cuando embarcado en la galera San Francisco volvió al mar, para desembarcar finalmente en la costa persa, siendo recibido por el gobernador de la fortaleza con grandes demostraciones de cortesía.
                                                                              Continuará…