-1ª Parte-
Soldado, diplomático, erudito y explorador español, fue el primer occidental en identificar las ruinas de Persépolis, la antigua capital del Imperio Aqueménida en Persia.
Una
cierta nobleza en su origen se advierte en este personaje, como hijo mayor que
fue de D. Gómez de Silva y Doña María de Figueroa, emparentados con los condes
de Zafra, y siendo su padrino D. Pedro Fernández de Córdoba, conde de Feria. No
se conocen demasiados detalles sobre su juventud, aunque sabido es que estudió
leyes en Salamanca, sirvió en los tercios de Flandes, fue paje del rey Felipe
II y prestó luego sus servicios en la Secretaría de Estado, tomando posesión como
corregidor de Jaén a la edad de 45 años.
Sus
buenas dotes militares y su energía y capacidad organizativa se demostraron en
la puesta a punto de una fuerza armada contra los ingleses en 1596, y en la
buena dirección y adiestramiento que él mismo encabezó. Y aunque la provisión
del cargo solía ser anual, él permaneció en el cargo un par de años, lo que
revela que sus servicios administrativos y militares fueron bien estimados y
que debía contar con una cierta protección.
El
caso fue que en 1609, estando en Madrid, el marqués de Velada, Mayordomo Mayor
y del Consejo de Estado, le consultó sobre los supuestos descubrimientos
geográficos de Lorenzo Ferrer Maldonado, lo cual venía a indicar que sus
conocimientos eran apreciados hasta el punto de tener valor de dictamen
facultativo, dado que, además de manejar todo tipo de instrumentos de
navegación, su visión del mar, las estrellas y las tierras era la de un
geógrafo y cosmógrafo.
Además,
el hecho de que años después el rey Felipe III lo eligiera para encabezar la
embajada española a la Corte
de Abbas el Grande, ya deja constancia de que se trataba de un hombre de vasta
cultura, dominio de lenguas, al menos perfectamente el latín y el italiano,
además de mantener buena relación con la Corte española de la época.
Tras
las embajadas de Anthony Sherley, los frailes agustinos y D. Luís Pereira, las
gestiones realizadas por Fray Antonio de Gouvea, los movimientos de Robert
Sherley y la necesidad de prevenir las ambiciones iraníes sobre los presidios
portugueses y relanzar la antigua alianza contra los turcos, el Consejo de
Estado se reunió en octubre de 1612, ante la necesidad de enviar al sha persa Abbás una gran embajada y del
más alto rango, la cual recayó en la persona de García de Silva y Figueroa,
quien contaba por aquel entonces 62 años de edad.
La
preparación de dicha embajada fue larga y fatigosa, en gran medida por la mala
voluntad del Consejo de Portugal, dolido por la elección del castellano, pero
el caso fue que con constancia y previsión de la dignidad e importancia que la
gestión encomendada precisaba, consiguió hacerse a la mar dos años más tarde.
PARTIDA DESDE LISBOA
El
largo viaje por mar de García de Silva y Figueroa y su séquito hasta su primer
destino en Goa (India), duró casi siete meses de navegación constante, sin
tocar tierra. Llevaban consigo un notable equipaje y regalos destinados al sha persa. Se le habían encomendado
varias tareas diplomáticas de suma importancia: tratar de la expansión de Abbás
en el golfo Pérsico, observar de cerca su relación con los ingleses de cara a
mantener el monopolio comercial portugués en el Índico y, especialmente, que
los persas mantuvieran sus guerras contra los turcos en el Mediterráneo.
Del
puerto de Lisboa partieron tres naves, en cuya capitana iban el embajador con
toda su gente y el armenio Cogelafer, enviado del sha. Guiaba la flota el piloto mayor Gaspar Ferreira, quien decidió
al principio navegar a media vela para dejar que se les unieran las otras dos
naves rezagadas.
Siguiendo
vientos del suroeste, una semana después se avistó la isla de Puerto Santo,
dejando Madeira por estribor, tomándose luego rumbo sur en busca de las
Canarias para continuar viaje según lo previsto.
Pasando
el temible escollo del cabo Buena Esperanza y entrando en el océano Índico,
navegaron hasta la isla de San Lorenzo (Madagascar), para luego fijar el rumbo
hasta que más al norte del llamado cabo Guadalfui y merced a los vientos debían
llegar a Goa. En las páginas escritas por García de Silva y Figueroa, tan
tremendo viaje resultó un relato apasionante, propio de un naturalista avezado
y un astrónomo enamorado de las constelaciones.
La
navegación y las tormentas, los animales marinos y las aves, los problemas de
los buques y la marinería, todo fue llamando su atención, describiendo con
detalle incluso cuando las naves fueron seguidas por gran cantidad de tiburones
y delfines.
El
número de enfermos entre la marinería se había hecho muy numeroso y García de
Silva y Figueroa se detuvo a describir las enfermedades más corrientes, de
forma muy especial la más terrible de todas ellas y que entonces llamaban “mal
de Loanda”, en realidad se trataba de escorbuto, de la que él mismo moriría
años después, que en su opinión el cirujano trataba erróneamente.
En
octubre entraron en calmas y calores, tornados en aguaceros, lo que dificultó
más la situación de los muchos enfermos y aumentaron las muertes. A mediados de
octubre se navegó este-nordeste en demanda de la isla de Mámale, a 40 leguas de
la ciudad de Cochín en la costa india. Pero estaban lejos, y además de las
angustias de la navegación, las enfermedades y los problemas de alimentación,
una plaga de ratones infestaba las naves. Días después avistaron naves de
nativos de Mámale y hablaron con ellos, tomando alguna noticia sobre todo de la
proximidad del final del viaje.
La
ruta de la India estaba ya cerca y tras sortear algunos arrecifes, se avistó un
extremo de la isla de Goa. Muchas embarcaciones locales salieron a darles la
bienvenida, anclando frente a la fortaleza de Aguada. El propio D. García de
Silva y Figueroa escribía: “Jueves a seis
de noviembre de 1614, siete meses contínuos menos dos días después que esta nao
salió de la barra de Lisboa”.
La
primera parte de su aventura estaba cumplida.
LA
ESTANCIA
EN
GOA
Una
vez en la capital del imperio luso de la India, cabeza de todos los presidios en las
costas de Arabia, Persia y el golfo Pérsico, se inició el segundo periodo de
aquel largo viaje, limitado en este caso a una desesperante retención en la
ciudad.
En
el libro segundo y tercero de sus recuerdos, describió durante este tiempo todo
su entorno, la ciudad, sus habitantes y las costumbres, haciendo también
referencia a sus problemas con el virrey de Goa.
Entretanto,
transcurrieron más de dos años de forzosa residencia, tiempo que García de
Silva aprovechó para mantener una larga e interesante correspondencia con el
rey y redactar sus primeras notas.
Por
aquel entonces, Goa era un asentamiento privilegiado, en realidad un pequeño
conjunto de islas. En su manuscrito, el embajador describió el territorio
empezando por su extremo más occidental, el cabo Talangan, donde se alzaba el
convento de Nuestra Señora del Cabo. Al sur del mismo se abría el refugio más
seguro para los navíos, con la playa y las ruinas de la antigua ciudad ya
abandonada, el gran canal del río Pangin (Panjim), que llevaba a la ciudad
nueva construida por los portugueses, aunque se estuario tenía un gran banco de
arena que los pilotos debían conocer bien. A una y otra orilla se levantaban
árboles pequeños y frondosos, tras los cuales se alzaban multitud de palmeras.
García de Silva quedó maravillado por la exuberante vegetación y, sobre todo, por
los árboles cargados de fruta, describiendo el mango y otras de tamaño “mayores que grandes melones” de cáscara
verde y rugosa y carne amarillenta. También hizo hincapié en los animales de la
zona, una especie de hienas, lobos, varios tipos de serpientes y algunos
lagartos muy mansos que “llamanles los
portugueses camaleones, aunque no mudan su color, tomándola, como se dize
comúnmente, de las cosas cercanas a ellos, teniendo siempre estos de la India
el suyo propio”.
También
hizo una descripción muy completa de la ciudad principal, en la que existían
buenas casas, y destacando la fortaleza y el palacio de los virreyes, algunos
ricos y suntuosos conventos y parroquias. Del mismo modo, al hablar de esta
ciudad hizo hincapié en que la ciudad y la isla formaban un mundo abigarrado,
en el cual los portugueses, mestizos y los naturales de la India daban vida a
una sociedad alegre.
La
estancia en Goa no le fue, sin embargo, demasiado placentera, urgido en su
misión que cada día saboteaba el virrey. En todo caso, en sus recuerdos era
discreto en el tono, aunque estaba escribió que estaba cansado de retrasos y
engaños.
RUMBO A PERSIA
El
viaje prosiguió a partir del 19 de marzo de 1617, rumbo noroeste y a toda vela.
Cruzaron el océano Índico hacia la costa de Arabia, que se avistó en la primera
semana de abril. Escribió García de Silva y Figueroa que el fuerte calor se
convirtió en un problema y la visión de la tierra resultaba muy triste, “de color arena bermeja, sin parecer en
ella cosa verde alguna, ni señal de ser habitada”.
La
navegación continuó hacia el nordeste, en paralelo a la costa, y con fecha del
día 15 hizo una referencia sobre las montañas de la misma costa omaní, los palleiros que así los llamaban los
portugueses: “ciertos montes que parecen
sobre las cumbres de las mismas montañas, y son estos montecillos tres o
cuatro”. Estas notas son, sin duda, la primera referencia conocida en la
literatura de viajes sobre ciertas sepulturas pre-islámicas muy típicas de la
península de Omán.
Siguieron
navegando a favor de los vientos, se alejaron algo de la costa, pero pronto
recuperaron el rumbo, hasta divisar las montañas próximas al puerto de Mascate,
un capricho de la naturaleza rodeado de riscos coronados por fortalezas
inexpugnables.
Según
la descripción que hizo García de Silva y Figueroa, los nativos árabes vivían
en una especie de cabañas, destacando algunas casas de portugueses en piedra y
cal, y tiendas de indios. Había muy pocos lusos, comerciantes y algunos
soldados, la mayoría de la población de Mascate estaba compuesta por árabes y
algunos judíos. Tres días después se hicieron de nuevo a la mar, divisando el llamado
islote de los Ratones, indicio cierto de la proximidad de Musandán y tres días
después llegaron a Ormuz, a dos leguas de la costa de Persia.
Llave
de la entrada al golfo Pérsico, la isla y ciudad de Ormuz constituían una pieza
decisiva del mapa portugués de la región, aunque el embajador descubrió la
debilidad de sus baluartes y su mala conservación. No obstante, seguía
desarrollando un activo comercio, y entre los habitantes cristianos, árabes e
indios encontró algunos sefardíes que todavía hablaban español.
Al
igual que sucedió en Goa, hubo que detener el viaje hasta el 12 de octubre,
cuando embarcado en la galera San Francisco volvió al mar, para desembarcar
finalmente en la costa persa, siendo recibido por el gobernador de la fortaleza
con grandes demostraciones de cortesía.
Continuará…