PERCIVAL H. FAWCETT (1867 - 1925)



Explorador, arqueólogo y militar británico que desapareció bajo circunstancias desconocidas durante una expedición para encontrar una antigua ciudad perdida que creía ser El Dorado, en la selva inexplorada de Brasil.
Nacido el 18 de agosto de 1867 en la localidad de Torquay del condado de Devon (Inglaterra) era hijo de Edward B. y Myra Fawcett. Recibió su educación en el Newton Abbot Proprietary Collage. Su padre, nacido en la India, era miembro de la Royal Geographical Society y, evidentemente, de él heredó su interés por los viajes, la aventura y las exploraciones. Su hermano mayor, Edward Douglas Fawcett (1866-1960) era un alpinista, ocultista oriental y escritor de novelas populares de aventuras.
En 1996 recibió un destino en la Artillería Real y sirvió en Trincomalee (Ceylán), donde además conoció a su esposa. Más tarde trabajó para el servicio secreto británico en África del Norte y aprendió técnicas de topografía. También cultivó la amistad de los reconocidos escritores Henry Rider Haggard y Arthur Conan Doyle. Se da la circunstancia de que éste último usó más tarde sus informes como fuente de inspiración para su famosa novela El mundo perdido.

PRIMERAS EXPEDICIONES
La primera expedición de Fawcett a Sudamérica fue en 1906, cuando a la edad de 39 años viajó a Brasil para cartografiar un área de la selva en la frontera entre Brasil y Bolivia (pampas del río Heath), por encargo de la Royal Geographical Society, que había sido comisionada para cartografiar el área como una tercera parte imparcial en una disputa fronteriza. Llegó a La Paz (Bolivia) en junio. En su expedición de 1907, Fawcett afirmó haber visto y disparado a una anaconda gigantesca de 62 pies de largo, por lo que fue extensamente ridiculizado por la comunidad científica. Describió otros animales misteriosos y desconocidos para la zoología, tales como un pequeño perro de apariencia felina casi del tamaño de un foxhound inglés, que afirmó haber visto dos veces, o la araña gigante apazauca, que se decía que había picado a varios habitantes del lugar.
Fawcett realizó siete expediciones entre 1906 y 1924. Se llevaba bien con los lugareños, sobre todo merced a los regalos con que les obsequiaba, su paciencia y el comportamiento amable que mantenía con ellos. En 1908, rastreó la fuente del río Guaporé y en 1910 hizo un viaje al río Heath (en la frontera de Perú y Bolivia) para encontrar su origen. Después de su expedición de 1913, supuestamente afirmó haber visto perros con narices dobles. Estos muy bien pudieron haber sido sabuesos andinos de dos narices, sobre la base de una investigación documental.
Fawcett formuló sus teorías sobre la “Ciudad Perdida de Z” en Brasil al inicio de la Primera Guerra Mundial. Por aquel entonces regresó a Gran Bretaña para ingresar en el servicio activo. Se ofreció como voluntario para el frente de Flandes, y encabezó una brigada de artillería a pesar de tener casi cincuenta años de edad. Después de la guerra regresó a Brasil para estudiar la fauna local y la arqueología.

BÚSQUEDAS DE UNA CIVILIZACIÓN PREHISTÓRICA
Fawcett había estudiado antiguas leyendas y archivos históricos, convenciéndose de que una ciudad perdida existió en algún lugar de la región de Mato Grosso, una ciudad a la que puso el nombre de “Z”. Según el propio Fawcett, su principal fuente escrita era un documento portugués del siglo XVIII, dejado por un grupo de cazadores de fortuna que anduvieron durante diez años por regiones interiores de Brasil, descubriendo finalmente una antigua ciudad en ruinas (la ciudad perdida del Manuscrito 512). Para él, aquella ciudad o ciudad de Raposo, como prefería llamarla, era una de las varias ciudades perdidas del Brasil, remanentes de una vieja civilización (la Atlántida), cuyo pueblo había degenerado, pero aún conservaba vestigios de un pasado que había caído en el olvido, en momias, pergaminos y láminas de metal cinceladas.
Otro testimonio de la existencia de aquella civilización prehistórica lo representaba para Fawcett una extraña estatuilla de basalto negro de 25 centímetros de alto, cuyo origen no se pudo identificar claramente. Él la obtuvo de su amigo Henry Rider Haggard y la llevaba consigo en su última expedición. Tras recurrir a la ayuda de un psicometrista, según relató el propio Fawcett, llegó a averiguar que la estatuilla era de origen atlante.
En 1921 emprendió una expedición por Bahía, guiándose tanto por el Manuscrito 512, como por el testimonio de otro viajero británico, el coronel O’Sullivan Beare, ex-cónsul en Río de Janeiro, quien afirmaba haber visitado una ciudad perdida y muy parecida a la del Manuscrito 512, a pocos días de camino de la ciudad de Salvador de Bahía.
Según mencionó Fawcett en su libro, después de recorrer la región del río Gongogi logró reunir nuevos testimonios de la existencia de diferentes ciudades perdidas.

EXPEDICIÓN FINAL
En 1925, con el apoyo de un grupo financiero basado en Londres, denominado The Globe (El Guante), Fawcett regresó a Brasil con su hijo mayor Jack para realizar una expedición con el propósito de descubrir aquellas ciudades perdidas. Antes de partir, dejó instrucciones declarando que si él y sus compañeros no volvieran, ninguna expedición debería ser enviada a su encuentro o de lo contrario, los rescatadores corrían el riesgo de sufrir el mismo destino.
Siendo un hombre con años de experiencia, Fawcett viajaba con todos los pertrechos cuidadosamente escogidos, tales como alimentos enlatados, leche en polvo, armas, pistolas de bengalas y, por supuesto, un sextante y un cronómetro (inventado por John Harrison) para determinar la latitud y la longitud. También escogió personalmente a sus compañeros para esta expedición, ambos elegidos por su salud física, habilidad y lealtad el uno al otro: su hijo mayor Jack Fawcett y un amigo de muchos años, Raleigh Rimell. Fawcett eligió sólo dos compañeros, de modo que podrían viajar más ligeramente y pasar más desapercibidos por las tribus de la selva, siendo algunas de éstas muy hostiles hacia los exploradores. Por aquel entonces, muchas tribus aún no habían entrado en contacto con los blancos.
El 20 de abril de 1925, su última expedición partió de Cuiabá. Además de sus dos compañeros, Fawcett llevaba dos arrieros brasileños, dos caballos, ocho mulas y dos perros. El último mensaje de la expedición databa del 29 de mayo de 1925, cuando Fawcett le escribió una carta a su esposa en la cual le decía que estaba listo para penetrar en territorio inexplorado, acompañado únicamente de Jack y Raleigh Rimell; la carta fue enviada con ayuda de un mensajero indígena. Se informó que estaban cruzando el Alto Xingú, un afluente sudoriental del río Amazonas. La última carta, escrita en Dead Horse Camp, indicaba su ubicación y tenía un tono optimista. Desde entonces nada más se supo de ellos.
Muchos supusieron que los indígenas locales los habían matado, ya que por aquel entonces varias tribus habitaban en las cercanías: los kalapalos, quienes fueron los últimos en verlos, o los arumás, suyás o xavantes, en cuyo territorio estaban entrando. Ambos jóvenes ya estaban enfermos y caminaban con dificultad cuando fueron vistos por última vez, pero no existió ninguna prueba de que fueran asesinados. También es probable que murieran de causas naturales en la selva brasileña.
En 1927 una placa de identificación con el nombre de Fawcett fue encontrada en una tribu indígena. En junio de 1933, una brújula de teodolito perteneciente a Fawcett se localizó cerca de los indios baclary del Mato Grosso por el coronel Aniceto Botelho. Como se pudo averiguar posteriormente, la placa con el nombre de Fawcett era de la época de su expedición de 1921 y lo más probable es que el coronel la hubiera ofrecido como regalo al jefe de la tribu; en el caso de la brújula también se pudo probar que había sido dejada antes de que Fawcett se hubiese adentrado en la selva en su viaje final.

EXPEDICIONES POSTERIORES Y TEORÍAS AL RESPECTO
Durante las décadas siguientes, varios grupos efectuaron expediciones de rescate sin resultados. Lo que lograron recopilar solamente fueron varios rumores que no pudieron ser verificados. Además de relatos según los cuales Fawcett había sido muerto por indios o animales salvajes, existió una historia según la cual, Fawcett había perdido la memoria y pasó el resto de su vida como jefe de una tribu de caníbales.
Aproximadamente un centenar de los “potenciales rescatadores” perecieron en más de trece expediciones enviadas para desvelar el destino de Fawcett. Una de las primeras expediciones estaba dirigida por el explorador estadounidense George Miller Dyott en 1927, quien afirmó haber encontrado pruebas de la muerte de Fawcett a manos de los indios aloique, pero la veracidad de su historia fue pronto puesta en duda. Otra expedición de 1951 desenterró huesos humanos que más tarde resultaron no tener relación con Fawcett o sus compañeros. Los indios de la tribu kalapalo capturaron a los miembros de la expedición de 1996, pero los liberaron unos días más tarde cuando les dejaron todas sus pertenencias.

HISTORIA DE VILLAS-BOAS
El explorador danés Arne Falk-Ronne viajó al Mato Grosso en la década de 1960. En un libro de treinta años después, escribió que supo el destino de Fawcett de boca de Orlando Villas-Boas, quien lo había oído de uno de los asesinos de Fawcett.
Por lo visto, el coronel y sus compañeros tuvieron un accidente en el río y perdieron la mayor parte de los regalos que habían traído para las tribus indígenas. Seguir el camino sin los obsequios resultaba una violación del protocolo local; ya que los miembros de la expedición entonces estaban todos más o menos seriamente enfermos y la tribu kalapalo que ellos encontraron, decidió matarlos. Los cadáveres de Jack Fawcett y Raleigh Rimell fueron lanzados al río; el coronel Fawcett, considerado un anciano y por lo tanto distinguido, recibió un entierro apropiado.
Falk-Ronne visitó la tribu kalapalo y relató que uno de sus miembros había confirmado la historia de Villa-Boas sobre cómo y por qué Fawcett había sido asesinado.

EL MISTERIO SOBRE LOS RESTOS DE FAWCETT
En 1951, Orlando Villas-Boas supuestamente recibió los huesos restantes del esqueleto de Fawcett y los hizo analizar científicamente. Según se afirma, el análisis confirmó que los huesos pertenecían a Fawcett. Sin embargo, Brian Fawcett (1906-1984), hijo menor del coronel, rehusó aceptarlos.
Villas-Boas afirmó que Brian estuvo demasiado interesado en obtener dinero de la venta de libros sobre la desaparición de su padre. Un análisis científico posterior confirmó que los huesos no eran de Fawcett. Desde 1965 los huesos, según se informó, descansaban en una caja en el apartamento de uno de los hermanos Villa-Boas en Sao Paulo.
En 1998, el explorador inglés Benedict Allen intentó dirigirse a los indios kalapalo, los que según Villa-Boas habían admitido que mataron a los tres miembros de la expedición Fawcett. Un anciano de dicha tribu, afirmó durante una entrevista filmada por la BBC que los huesos encontrados por Villas-Boas aproximadamente 45 años antes no eran realmente de Fawcett. También negó que su tribu hubiese tenido participación alguna en su desaparición. No existe por lo tanto ninguna prueba contundente que apoye una u otra declaración.
En el año 2005, David Grann, reportero titular de la revista The New Yorker, visitó la tribu kalapalo y descubrió que ésta había transmitido una historia oral sobre Fawcett, uno de los primeros blancos que la tribu había visto. Esta historia oral aseguraba que Fawcett y su grupo se habían quedado en su pueblo y luego habían marchado en dirección hacia el este. Los kalapalo advirtieron a Fawcett y sus compañeros que no tomaran ese camino, pues serían muertos por los llamados “indios feroces” que ocupaban aquel territorio. Sin embargo, Fawcett insistió en ir.
Durante cinco días, los kalapalo observaron el humo de la fogata de la expedición antes de que desaparecieran, asegurando que los “indios feroces” los habían matado a todos.
El artículo también relataba que una gran civilización llamada kuhikugu realmente pudo haber existido cerca de donde Fawcett buscaba, como fue descubierto posteriormente por el arqueólogo Michael Heckenberger y otros.
Los hallazgos del reportero David Grann están relatados en su libro The Lost City of Z (2009).