Destacado marino,
explorador, cosmógrafo y religioso agustino nacido en Villafranca de Oria,
actual Ordizia (Guipúzcoa). Habiendo iniciado su carrera militar muy joven, tomó
parte como soldado en diversas campañas europeas, sin embargo, la fama le
llegaría más tarde, merced a los descubrimientos que hizo en aguas del océano
Pacífico, llegando a situarse entre los más notables navegantes y exploradores
españoles del siglo XVI.
Siendo sus padres Don
Juan Ochoa de Urdaneta y Doña Gracia de Cerain, ambos de ilustre linaje, aunque
la tradición sitúa su lugar natal en el caserío de Oyanguren, parece más lógico
suponer que se hallaba en el casco de la villa. De joven recibió una esmerada
educación, destacando en las matemáticas, aparte del dominio del latín y la
filosofía.
LA EXPEDICIÓN DE LOAYSA
Su primer viaje fue con
la escuadra de la expedición que fray García Jofre de Loaysa, comendador de la
Orden de Santiago, organizó hacia las denominadas islas de las Especias. En
1524 zarparon las siete naves del puerto de La Coruña, donde se había creado
una Casa de la Especiería. El piloto mayor de esta expedición y segundo de la
misma era Juan Sebastián Elcano.
El viaje, que resultó un
fracaso, se convirtió en un combate casi permanente contra el hambre, el
escorbuto y también contra los portugueses asentados en las islas de las
Especias, situadas en el archipiélago malayo. Mención especial mereció la labor
de Urdaneta en los combates que tuvieron lugar en las islas de Tidore, en donde
los portugueses apresaron la única de las siete naves de la expedición que consiguió llegar hasta
allí.
Tras años de cautiverio
en manos portuguesas, los españoles fueron liberados en virtud de un acuerdo
firmado en 1527 entre España y Portugal, el denominado Tratado de Zaragoza, por
el cual se concedía a los españoles el derecho de permanencia en las islas de
las Especias a cambio de una compensación económica. De esta forma, los restos
de esta expedición y de la comendada por Hernán Cortes que, al mando de Álvaro
de Saavedra, había ido a México en 1527 para recabar noticias, regresaron dese
las Molucas a España en 1536 en un solo barco, completando la segunda vuelta al
mundo.
Aunque Elcano y Loaysa
murieron en el transcurso de esta expedición, Urdaneta reunió una importante
cantidad de información geográfica e histórica, que más tarde le fue arrebatada
por los portugueses en la ciudad de Lisboa.
FRAILE EN LA ORDEN DE LOS AGUSTINOS
Tras algún tiempo en la
Península, Urdaneta se desplazó en 1538 a México. Una vez allí recibió varios
cargos oficiales, como el de Corregidor de la mitad de los pueblos de la zona
de Avalos y el de Visitador de las localidades de Zapotán y Puerto de Navidad.
Varios años después, en
1553, Urdaneta ingresó como fraile en la Orden de los Agustinos y a partir de
entonces se retiró del mundo.
Sin embargo, bajo el
reinado de Felipe II volvió el interés por la expansión y especialmente por el
océano Pacífico y de una forma más concreta por las islas Filipinas, bautizadas
así años antes en honor del monarca.
Luis de Velasco, virrey
de la Nueva España, informó al monarca de que Andrés de Urdaneta vivía retirado
en un convento. Por su parte, Felipe II escribió una carta al virrey
ordenándole que se construyeran nuevas naves para proseguir con los
descubrimientos. Asimismo, escribió también a Urdaneta para pedirle que, como
servicio a la monarquía y debido a su dilatada experiencia, se pusiese al mando
de una nueva expedición.
Urdaneta, pese a su
avanzada edad y delicado estado de salud
aceptó, aunque no como rector y capitán general, sino en cargo de
asesor. Para comandar la misma, Urdaneta sugirió -sugerencia que fue aceptada-,
el nombre de Miguel López de Legazpi, quien fue escribano y alcaide ordinario
de la ciudad de México.
Sin embargo, la muerte
del virrey Velasco retrasó la expedición durante cinco años. Finalmente, se
reunió una flota de cinco barcos: dos naos, la San Pedro y la Almiranta, los
pataches (embarcaciones de vela con dos palos, ligeras y de poco calado, una
mezcla de bergantín y goleta) San Juan y San Lucas, y un bergantín; en total
fueron ciento cincuenta hombres los que se hicieron a la mar, doscientos
hombres de armas y cinco frailes agustinos.
RUMBO A LAS FILIPINAS
El día 21 de noviembre
de 1564, la expedición puso rumbo hacia las Filipinas. A estas islas, tras ser
descubiertas por Magallanes (que murió en ellas en 1521 durante su viaje de
vuelta alrededor del mundo), había llegado una expedición de trescientos
setenta hombres al 2 de febrero de 1543, mandada por Ruy López Villalobos. Esta
expedición, que había partido desde México, bautizó como Filipinas la actual
isla de Leyte, sin embargo, no pudieron encontrar la vía de regreso hacia
América.
La orden de dirigirse a
las Filipinas en la expedición de Legazpi venía escrita en las instrucciones de
la Audiencia, que se abrieron ya empezado el viaje, si bien Urdaneta había
aconsejado emprender ruta en dirección a Nueva Guinea. A la altura del eje
ecuatorial, el patache San Lucas se adelantó al resto de las embarcaciones, momento
en el que descubrió algunas de las actuales islas del archipiélago de las
Marshall y de las Carolinas. Esta embarcación llegó a Mindanao (Filipinas),
cargó especias y retornó a México.
El día 13 de febrero de
1565, el resto de la expedición llegó a la isla de Ibabo (Filipinas), luego
saltó a la isla de Samar y, finalmente, arribaron a la de Cebú. Donde se fundó
la villa de San Miguel el 8 de mayo de ese mismo año. Fue ésta la primera
ciudad española en Filipinas.
Según órdenes de
Legazpi, Urdaneta comandó un buque que regresó a Nueva España para informar al
virrey de lo acontecido y de los descubrimientos realizados.
El día 1 de junio partió
Urdaneta en la nave San Pedro, al mando de la cual estaba un nieto de Legazpi,
Felipe Salcedo. El viaje se inició en dirección norte, y al llegar a la latitud
de Japón, lograron salir de la influencia dominante de los alisios. Desde allí,
aprovecharon la corriente llamada del Kuro
Shivo para llegar a Acapulco (California) el 8 de octubre de 1565.
Este viaje supuso el
descubrimiento de la ruta de navegación más corta entre Asia y América,
denominada tornaviaje, rumbo que siguió sistemáticamente hasta 1815 el Galeón
de Manila que hacía el trayecto Acapulco-Manila-Acapulco. El océano Pacífico
tenía por fin ruta de ida y de vuelta desde y hacia América. Durante los
siguientes 250 años las naves españolas emplearon esta ruta.
LEGADO FINAL
Tras informar
personalmente al rey Felipe II de su descubrimiento, Andrés de Urdaneta regresó
a la Nueva España, a su convento, donde falleció el 3 de junio de 1568, a los
sesenta años de edad.
A pesar de su gran
hazaña, Urdaneta fue prácticamente olvidado, quedando como uno de los
descubridores más desconocidos de su tiempo.
El convento sufrió un
incendio con posterioridad y el actual reconstruido se convirtió posteriormente
en la Biblioteca Nacional de México. Los restos de Andrés de Urdaneta es
probable que reposen bajo el claustro del convento.
La evangelización de las
Filipinas, que sigue siendo el único país católico de Asia, se originó gracias
a la labor de Urdaneta y a los otros cuatro frailes agustinos que le
acompañaron en la expedición de Legazpi, a los que les indició que
evangelizaran en el idioma nativo.
Como ha sucedido en
algunas ocasiones con otros determinados personajes, Andrés de Urdaneta fue un
navegante, explorador, cosmógrafo y religioso agustino, injustamente olvidado
en el silencio de la historia.