Isabella Bird fue una
mujer de frágil salud física y mental que curiosamente encontró en la vida del
viajero una medicina única para sus dolencias crónicas. Su pequeño mundo de
Yorkshire le asfixiaba hasta tal punto de necesitar marchar al otro extremo del
planeta para encontrar sentido a su existencia.
Al igual que otras
trotamundos decimonónicas, Isabella Bird fue recopilando experiencias en unas
notas que se convertirían en destacados libros de viajes. Y como muchas otras también,
quiso viajar por el mundo hasta que su cuerpo ya no resistió más. Además de
viajar como bálsamo para su débil salud, ella siempre tuvo a los más
desfavorecidos en mente, a los que ayudó siempre que pudo y a los que dedicó
buena parte de los beneficios obtenidos por sus libros que alcanzaron gran
notoriedad.
UNA JUVENTUD TRUNCADA
Isabella Lucy Bird nació
el 15 de octubre de 1831 en Boroughbridge Hall, en Yorkshire, un condado
histórico y el de mayor extensión de todo el Reino Unido. Su padre, el Reverendo
Edward Bird, se había casado en segundas nupcias con Dora Lawson, a cuya
familia pertenecía Boroughbridge Hall. Isabella tuvo una hermana pequeña
llamada Henrietta, con quien mantendría una relación muy estrecha a lo largo de
toda su vida. Ambas tuvieron una infancia marcada por los constantes traslados
de toda la familia por causa del trabajo de su padre.
Fueron educadas por su
propia madre. Además de enseñarlas a leer y escribir, Dora formó a sus pequeñas
en la religión, costura y dibujo, pero lo que más le gustaba a Isabella era
unirse a los largos paseos campestres con su padre, quien influyó profundamente
en su carácter y futuro.
Sin embargo, el espíritu
de Isabella se vio pronto ahogado en aquel tedioso mundo en el que viajar de
vicaría en vicaría era lo más apasionante que existía.
A su melancolía se unió
una grave lesión de espina dorsal que se convirtió en crónica tras una precaria
operación quirúrgica cuando tenía dieciocho años.
Su padre, intentando
encontrar una solución a las dolencias de su hija, decidió cambiar
drásticamente de aires e instalarse durante seis meses en Escocia con su mujer
y sus dos hijas. Aquello fue un revulsivo perfecto para Isabella, quien
disfrutó como nunca del aire libre y cuya experiencia plasmó en una revista local.
Escocia sería el primer viaje de Isabella. Y no sería, ni mucho menos el
último.
DE ESCOCIA A CANADA Y NUEVA YORK
De nuevo volvió a sufrir
terribles dolores de espalda y su ánimo empezaba peligrosamente a decaer. Así
que decidió marchar de nuevo y lo hizo ni más ni menos que a la lejana isla del
Príncipe Eduardo en Canadá, desde la que continuó su periplo hasta recalar en
la ciudad de Nueva York. Una inglesa en
América sería su primer libro de viajes, editado por el que se convertiría
en su gran amigo y mentor: John Murray.
En 1857, y de nuevo por
prescripción médica, Isabella se reencontró con Nueva York, desde donde viajó a
otras ciudades de Norteamérica. Su viaje terminó de forma abrupta en abril de
1858 al conocer la muerte de su padre. En casa de nuevo, escribió Los aspectos religiosos en los Estados
Unidos de América, a la vez que convencía a su madre de trasladarse con
ella a vivir a Edimburgo.
En Escocia, donde había
disfrutado de su primera experiencia como viajera, Isabella hizo un interesante
círculo de amigos intelectuales. Pero de nuevo la mala salud hizo mella en su
cuerpo. Sumida en una profunda depresión, la muerte de su madre en 1866 agravó
aún más su situación.
Fue gracias a su hermana
Henrietta, quien siempre estuvo a su lado y la apoyó en sus proyectos como
viajera, que Isabella pudo superar aquella difícil situación. Precisamente fue
Henrietta quien la animó a emprender un nuevo viaje. Y esta vez puso rumbo a
Melbourne, desde donde terminó recabando en las islas Sandwich, en Hawai, donde
permaneció medio año.
En agosto de 1873 puso
rumbo a los Estados Unidos. Los territorios del Lejano Oeste fueron el
escenario de una furtiva relación con un forajido legendario: Jim Nugent.
De vuelta a casa, en
1875 se publicaba su obra El archipiélago
hawaiano y una serie de artículos narrando sus experiencias que la
consagraron como escritora de libros de viajes.
A mediados de 1878
volvió a coger su equipaje y ponerse de nuevo en marcha. Su siguiente destino:
Japón. Allí permaneció seis meses y después viajó por otros países del
continente asiático como China y Malasia.
Desde allí, continuó su
periplo por Egipto, embarcándose posteriormente rumbo a Inglaterra, donde sus
experiencias se convirtieron una vez más en éxito de ventas. Pero aquel feliz
momento de su vida se vio empañado por la desaparición de su hermana Henrietta.
Sola, sin sus padres ni hermana, Isabella decidió aceptar una antigua
proposición de matrimonio de un doctor llamado John Bishop.
VIAJE A LA INDIA Y EL KURDISTÁN
Isabella Bid se casó
estando de luto en 1881. Cinco años después quedaba viuda y de nuevo sola. Para
superar aquella situación, decidió hacer algo en memoria de su hermana y su
marido, y que además fuera de ayuda a los más necesitados. Así, tras formarse
brevemente como enfermera, se embarcó hacia la India donde fundó el John Bishop
Memorial Hospital y otro hospital en recuerdo de Henrietta. Antes de volver a
casa, viajó por Persia y el Kurdistán, lugares que serían la esencia de su obra
cumbre: Viajes por Persia y Kurdistán.
Su prestigio como
viajera la convertiría en la primera mujer en ser aceptada en la
tradicionalista e inamovible Real Sociedad Geográfica de Londres.
Isabella continuó
viajando. El siguiente destino fue de nuevo Japón, además de Manchuria y Corea,
lugares en los que permaneció hasta tres años, llegando a temer por su vida.
Después de regresar y
publicar otras exitosas obras, aún en 1900 organizó un viaje a Tánger, pero
cuando regresó a Londres era ya una mujer que había sobrepasado los setenta
años y su cuerpo no iba a poder seguir demasiado tiempo el mismo ritmo de las
épocas anteriores. Pasó dos años postrada en cama, lo que supuso una terrible
prueba para ella, hasta que su vida se apagó definitivamente el 7 de octubre de
1904.