Esta es la biografía
aventurera de una increíble mujer que dio la vuelta al mundo en dos ocasiones y
llegó a vivir entre caníbales y cazadores de cabezas.
Nacida en Viena (Austria)
en 1797, Ida Laura Pfeiffer (Ida Reyer
de soltera) era la única hija de un adinerado comerciante, el cual le dio la
misma educación que a sus cinco hermanos varones. Solía vestir ropa de niños y
compartía los juegos de sus hermanos, cosa que no gustaba en demasía a su
madre, por considerarlo inapropiado para una muchacha y sin valor en su
educación futura.
UNA ADOLESCENCIA DIFÍCIL
Tenía casi diez años
cuando falleció su padre, dando su vida a partir de aquel instante un giro
radical. Su madre la obligó a vestirse como una mujer y comenzó a educarla en
tareas domésticas y a aprender a tocar el piano.
En 1809, Napoleón
invadió Austria y la señora Reyer se vio obligada a alojar funcionarios
franceses en su casa. Ella odiaba a los franceses y años más tarde escribiría
que habría deseado ser un soldado para expulsarlos de su casa y de su país.
Tenía doce años cuando su madre la obligó a asistir a la entrada triunfal de
Bonaparte en Viena. Ida se negó a contemplar el desfile y recibió un bofetón de
su madre, quien la hizo ponerse en pie y mirar hacia adelante, a Napoleón. Ida
respondió cerrando los ojos para no ver a quien detestaba.
Su madre contrató a un
tutor privado para su educación y así fue como aprendió francés, italiano,
costura, bordado, cocina y dibujo.
Cuando tenía diecisiete
años se enamoró de un joven profesor de piano y fue correspondida por él.
Llegaron a realizar planes para casarse, pero la madre de Ida no tenía ninguna
intención de que su hija se casara con aquel profesor, sino con alguien con
dinero y poder, así que impidió a la pareja volver a verse y continuar la
relación.
Presionada por su madre,
aceptó casarse con un tal doctor Pfeiffer. Tenía entonces veintidós años.
Mucho mayor que ella,
Pfeiffer era un alto funcionario del Gobierno austríaco. Se trasladaron a vivir
a Lemberg y tuvieron dos hijos. El destino de Ida daría un nuevo giro cuando su
esposo denunció una serie de delitos cometidos por algunos de sus compañeros.
Estos fueron detenidos y procesados, pero la carrera funcionarial de Pfeiffer
terminó aquí; fue tratado de traidor por algunos compañeros y considerado un
espía, perdiendo su trabajo.
Ida se vio obligada a
dar clases de piano y de dibujo para mantener a la familia, pasando de una vida
de lujo a la pobreza en un breve periodo de tiempo.
El señor Pfeiffer
enfermó y quiso ir a vivir a Lemberg con el hijo mayor de su primer matrimonio.
Ida se separó amistosamente de su marido en 1835 y se trasladó con sus dos
hijos de regreso a Viena.
En 1842, sus hijos
habían creado sus propios hogares y, libre de todas las obligaciones familiares,
Ida comenzó a viajar.
PRIMER DESTINO : TIERRA SANTA
Ida eligió Tierra Santa
como su primer viaje por dos razones: en primer lugar, era una mujer religiosa
y siempre había querido ver la tierra donde Jesús nació, vivió y fue
crucificado. En segundo lugar, una mujer que viaja sola es mucho menos probable
que reciba críticas si va a Tierra Santa, destino aceptable para la
respetabilidad de los cristianos. Ida era consciente de los riesgos que asumía
al viajar sola y redactó su testamento antes de partir. Tenía entonces 45 años.
Como no le sobraba el
dinero, se propuso viajar dentro de estrictas limitaciones económicas, lo que
sería una constante en su vida, hasta el punto de que en el prólogo de la
edición española de uno de sus libros la llegaron a considerar “la primera mochilera
de la historia”.
Ida tomó un vapor en
Viena para navegar por el Danubio a través de Hungría, luego por el Mar Negro
hasta llegar a Constantinopla (la actual Estambul). Por aquel entonces,
Constantinopla era una mezcolanza de influencia bizantina e islámica, el arte y
la cultura europeos se mezclaban con el aspecto turco-musulmán de las
mezquitas, los derviches, el idioma y las tradiciones.
La siguiente etapa del
viaje la llevó a Beirut. Allí encontró “el
calor agobiante, la tierra seca y baldía por la falta de agua, y perros
vagabundos por todas partes” (Los textos de Ida Pfeiffer siempre se
caracterizaron por su espíritu crítico hacia todo lo que iba conociendo). Las
ciudades de Tiro, San Juan de Acre y Jaffa también formaron parte del
recorrido.
Una vez en Palestina,
visitó los lugares por los que había pasado Jesús: Jerusalén, Getsemaní, el
Calvario, Belén, Nazaret, el Mar Muerto, el mar de Galilea, el río Jordán y el
desierto del Sinaí.
Continuó su ruta hasta
Damasco, pasando por las ruinas de Baalbeck. En agosto de 1842 alcanzó
Alejandría, en Egipto, y un día más tarde se encontraba en El Cairo visitando
las pirámides.
En octubre llegó al
puerto de Nápoles, tras una breve parada en Sicilia. Después de diez largos
meses en Tierra Santa, regresó a Viena, con notas sobre sus experiencias y futuros planes.
ALREDEDOR DEL MUNDO
Su siguiente destino iba
a contrastar con el calor del desierto de Oriente Medio: la tundra helada de
Islandia, los fiordos de Noruega y los alrededores de Estocolmo. Este nuevo
viaje lo financió con las ventas de su libro Reise einer Wienerim in das Heilige Land.
A diferencia de otros
viajeros, a la Islandia de la época Ida viajó sola y con un presupuesto
limitado. Utilizó como medio de transporte el carro de caballos y vivió como
los islandeses. Pronto en sus anotaciones dejó constancia de que la población
local era ruda, sus hogares, sucios y sus comidas, compuestas principalmente de
avena y pescado, aburridas. Después de seis meses, regresó a casa. Trajo
muestras de plantas y rocas, que había recogido en Islandia, para venderlas a
los museos.
En 1846 Ida se
encontraba en Río de Janeiro decidida nada menos que a dar la vuelta al mundo.
Desde su mentalidad de ama de casa victoriana, encontró a los indios salvajes y
primitivos e inferiores a ella. En Tahití, se escandalizó ante las liberales
costumbres sexuales de las nativas. Los chinos tampoco le cayeron bien, en
cambio apreció el ascetismo de los hindúes. Permaneció siete meses en la India,
viajando casi sin equipaje, y alimentándose de arroz, pan, agua y sal.
Llegó a Mesopotamia, y
en Bagdad se unió a una caravana de camellos para cruzar el desierto, vía
Mosul, hasta Tabriz, en Persia. En otra caravana llegó hasta Rusia. Después de
andar tanto tiempo entre infieles estaba deseando volver a encontrarse en un
país cristiano, sin embargo, a poco de llegar fue arrestada como sospechosa de
espionaje. Ella misma escribió: “¡Oh,
buenas gentes árabes, turcas, persas, indias¡ Con qué seguridad atravesé
vuestras tierras paganas e infieles; y aquí en la cristiana Rusia, cuanto he
tenido que sufrir en tan poco tiempo”.
Una vez demostrada su
inocencia, pudo continuar viaje hacia Turquía, Grecia e Italia, regresando a su
casa en noviembre de 1848. La publicación del libro Viaje de una mujer alrededor del mundo la hizo famosa en poco
tiempo
AFRICA DEL SUR, INDONESIA, ESTADOS UNIDOS
En 1851, Ida partió de
nuevo a la aventura con un centenar de libras esterlinas como todo recurso.
Después de navegar desde Londres hasta Ciudad del Cabo, continuó a Singapur y
Borneo. Pasó seis meses viajando a través de la casi impenetrable selva
tropical de Borneo. Haciendo caso omiso de las advertencias de los
occidentales, se fue de visita a la tribu de los dayakos, conocida por su afición a coleccionar cabezas humanas. De
forma sorprendente, a Ida le gustaban los dayakos,
los admiraba. Llegó a escribir: “Me
estremeció, pero no pude dejar de preguntarme si, después de todo, nosotros,
los europeos no somos realmente igual de malos o peores que estos salvajes
despreciables. ¿No está cada página de nuestra historia llena de horribles
actos de traición y asesinato?”
Y añadió: “Me gustaría haber pasado más tiempo entre
los libres dayakos, tal como los he encontrado, sin excepción, honestos, afables
y modestos en su comportamiento. Podría situarlos, en estos aspectos, por
encima de cualquiera de las tribus que he conocido”.
Su siguiente parada fue
en Sumatra, en las Indias Orientales Holandesas (actual Indonesia). Una vez
más, haciendo caso omiso de sus conocidos europeos, se propuso visitar la tribu
batak, considerados caníbales y que
nunca habían permitido que un europeo pisara su territorio. Los batak la trataron como una curiosidad y
así fue como ella fue pasando de una tribu a otra.
Ida se sintió menos a
gusto con los batak cuando empezaron
a hacerle un gesto característico de que querían matarla y comérsela. Ella se
asustó, pero hizo una broma, diciendo en el idioma batak que era demasiado vieja y difícil de hacer con ella un buen
plato. Esta ocurrencia les divirtió y la dejaron marchar. Fue la primera
persona que sobrevivió para informar sobre la forma de vida de los batak.
Ida Pfeiffer navegó
hasta San Francisco, y en América del Sur llegó a visitar los Andes. Regresó a
casa después de cuatro años de ausencia. Su nuevo libro Meine zwite Weltreise (Mi segundo viaje alrededor del mundo) se convirtió en un best-seller.
Ida fue elegida miembro
de las sociedades geográficas de Berlín y París, pero la Royal Geographical Society de Gran Bretaña se negó a admitirla por
ser mujer.
Aún le quedaban energías
para otro viaje. Se fue a Madagascar, en la costa oriental de África, pero poco
después de su llegada, se encontró presa y acusada de participar en un complot
para derrocar a la reina Ranavalona. Finalmente fue puesta en libertad.
Algún tiempo después,
cayó víctima de una enfermedad tropical de la que ya nunca se recuperó. Ida
Pfeiffer murió en Viena en 1858.
Las notas de su último
viaje se publicaron como Reise nach
Madagascar.