CHARLES JOHN ANDERSSON (1827 - 1867)



Fue un explorador sueco, cazador y comerciante, así como un naturalista aficionado y ornitólogo.
Su fama se debe a los muchos libros que publicó sobre sus viajes y por ser uno de los exploradores más notables del África austral, sobre todo de la región conocida en nuestros días como Namibia.
Charles John Andersson nació el 4 de marzo de 1827 en Varmland (Suecia). Hijo ilegítimo del cazador de osos inglés Llewellyn Lloyd y su criada sueca.
Se crió en su país. En su juventud fue en expediciones de caza con su padre, experimentando la naturaleza sueca y comenzando una colección de elementos biológicos. En 1847 se inició en la universidad de Lund.

EXPLORACIONES
En 1849 partió hacia Londres con el objetivo de vender su colección para recaudar fondos a fin de llevar a cabo un viaje alrededor del mundo. En la capital londinense se reunió con el explorador Francis Galton y juntos llevaron a cabo una expedición a África austral.
En el solsticio de verano del año 1850 llegaron al cabo de Buena Esperanza. Desde allí viajaron a Walvis Bay, en la actual Namibia, y se adentraron en la vasta zona, por aquel entonces poco conocida por los europeos. Ellos querían encontrar el lago Ngami, pero no lo lograron en aquel viaje.
Galton regresó a Inglaterra, mientras que Andersson se quedó en la zona y se las arregló para llegar a dicho lago en 1853. Dos años después regresó a Londres, donde publicó su libro Lago Ngami, en el que describió sus viajes. Regresó a África aquel mismo año.
De vuelta a Namibia, Andersson fue contratado como gerente de minas en lo que entonces se llamaba Damaraland y Namaqualand. Se quedó en dicho empleo durante breve tiempo, pero luego continuó sus exploraciones.

A ORILLAS DEL RÍO OKAVANGO
En 1858, Andersson dirigió una expedición hacia el interior del continente negro por parajes totalmente desconocidos. Iba en busca de un gran río que, según le habían indicado los indígenas, corría en dirección oeste, desde el corazón de África hasta el océano Atlántico. Recorrió las áridas tierras del sudoeste africano y entró en contacto con los bosquimanos, supervivientes de un pueblo de la Edad de Piedra que en otros tiempos habían dominado todo el sur de África, hasta que por fin encontró el río que andaba buscando.
“Al divisar aquella inmensa extensión de agua en el horizonte -llegó a escribir- mis previsiones más optimistas se vieron confirmadas. Al cabo de unos veinte minutos llegamos a la orilla de un río verdaderamente majestuoso, que en aquel punto tenía una anchura de unos doscientos metros por lo menos”.
Pero en realidad éste no era el río que Andersson esperaba, pues su curso se dirigía hacia el este, al corazón del continente, y no hacia el oeste.
Los nativos de esta región, que se denominaban a sí mismos ovaquangari, llamaban al río Okavango. Sólo más tarde se descubrió que el Okavango era el río que atravesaba las vastas tierras pantanosas de Botswana.
El río Okavango nace a muchos cientos de kilómetros más al norte, en Angola; a los trescientos kilómetros de sus fuentes se adentra en la zona arenosa del Kalahari, por donde discurren 1.300 kilómetros de su curso, hasta llegar a la región de los pantanos donde se pierde entre un centenar de riachuelos, separados entre sí por cañas y juncos. Allí desaparecen los secos matorrales y la arena, y sólo quedan a la vista un mundo de agua y hierbas agitadas por el tórrido viento del desierto.
Además de descubrir el río, Andersson también llegó a conocer algo de las tribus ovaquangari. Estas gentes no habían visto nunca a un hombre blanco y al aparecer Andersson cundió entre ellos el pánico. El explorador describió así la escena: “Las mujeres empezaron a gritar aterrorizadas y los hombres corrían como locos. Cada poblado y cada casa estaban lo suficientemente cerca de las de sus vecinos como para que pudieran comunicarse a voces; por eso la noticia de nuestra repentina llegada se extendió por todo el país con la misma rapidez que un telegrama”.
Las aldeas y las tierras de cultivo de los ovaquangari se hallaban situadas a lo largo de la orilla septentrional del río. Como había numerosas canoas, muchos nativos huyeron en ellas a la otra orilla. Los hombres eran altos y llevaban el cuerpo recubierto de grasa y ocre; los más ricos e importantes se adornaban también con objetos de hierro y collares, y su idioma era muy parecido al de las tribus ovambo del oeste.
Los ovaquangari ofrecieron a Andersson y a sus hombres algunos cestos llenos de mijo, algo de maíz, calabazas y una vaca. Luego llegó una invitación del gran jefe de la tribu que vivía a cierta distancia río abajo. Sin embargo, no se decidían a prestarle una canoa y decían que debía ir a pie. Andersson quedó sorprendido al ver que la autoridad del jefe era limitada; por fin, tras una larga discusión con los indígenas, éstos accedieron a prestarle una canoa para su viaje de visita al rey. Las aguas bajaban rápidas y a veces los remeros tenían que acercarse al borde, junto a los cañaverales y juncos, para evitar a los hipopótamos. Otras veces, de entre los matorrales aparecían veinte o treinta cabezas que observaban con curiosidad al extraño hombre blanco.
De vez en cuando se veían pequeños islotes que emergían del río, refugios favoritos de los cocodrilos e hipopótamos. Cerca de las orillas, el terreno se elevaba y enseguida aparecía cubierto por una espesa vegetación; en las riberas bajas y más próximas al río abundaban campos de maíz y mijo, entre frondosas acacias. El poblado del jefe difería poco de los que Andersson había hallado río arriba. Consistía en un grupo de chozas bajas hechas con cañas y barro, y recubiertas de paja; su aspecto exterior semejaba una colmena. Estaban concentradas en un espacio muy reducido, pero cada choza quedaba separada de las vecinas por una empalizada circular. En el centro del poblado existía una especie de patio que se utilizada para las reuniones y asambleas. Sobre sus habitantes, Andersson decía que: “Al igual que los ovambo, los ovaquangari viven principalmente de la agricultura… Ellos mismos fabrican todos sus utensilios, los adornos, los objetos caseros, los aperos de labranzas, las armas… También se dedican al comercio y por ello mantienen un contacto constante con sus numerosos vecinos, favorecido por ser el río cómodamente navegable”.
El Okavango, uno de los tres únicos ríos de todo el África sudoccidental, es muy adecuado para la navegación. Sus aguas discurren por una región situada entre Angola y Namibia, que está habitada por tribus bantúes. Al sur, en las áridas extensiones del Kalahari, viven los bosquimanos y los hotentotes, pueblos se hallan en vías de extinción.
Las observaciones que hizo Andersson acerca de una sola tribu pueden aplicarse en la actualidad a otras veinte o treinta que también habitan en esta región.
Casi todas las tribus del Okavango tenían esclavos cuando fueron visitadas por Andersson, y los hombres practicaban la poligamia.
“Aquí los cocodrilos y los hipopótamos son los señores de los ríos y los búfalos abundan en las islas que emergen apenas tres metros sobre el agua” comentó Andersson en sus notas.
Las enfermedades tropicales como la malaria y la enfermedad del sueño hacen auténticos estragos. En esta parte de África puede decirse que la vida ha cambiado relativamente poco en el último siglo.

OTROS VIAJES
En 1859 llegó al río Okavango, una expedición que relató en un libro publicado posteriormente.
Después de su regreso viajó a Ciudad El Cabo, donde se casó y junto con su esposa acabó instalándose en Otjimbingwe.
Andersson a menudo tuvo problemas económicos. A pesar de que su principal interés era la exploración y el naturalismo, con frecuencia tenía que recurrir al comercio y la caza para poder ganarse la vida. Tenía problemas para publicar sus libros y ya no tenía dinero para ello. Trató de pedir dinero prestado a Galton, quien se negó a ayudarle.
En 1867 Andersson viajó de nuevo a África, hacia los asentamientos portugueses en Angola, para poder encontrar mejores comunicaciones con Europa para que su comercio resultara más fácil. Puesto que no logró cruzar el río Cunene, se vio obligado a dar marcha atrás.
Encontró la muerte en su viaje de regreso, el 9 de julio de 1867. Fue sepultado por otro sueco, Axel Eriksson en la actual Namibia. Su esposa y sus hijos continuaron viviendo en África, en la colonia de Ciudad El Cabo.
Después de su muerte, su padre publicó diferentes notas sobre algunas de sus expediciones en el libro Notas de viaje en el sudoeste de África.
Otras publicaciones de Charles John Andersson fueron:
·         Explorations in South África, with the route from Walfisch Bay to lake Ngami (1855).
·         Lake Ngami or explorations and discoveries in the wilds of Southern África (1856).
·         The Okavango river, narrative of travel, exploration and adventure (1861).
·         The lion and the elephant (1873).
·         Notes of travel in South Western África (1875).