PEDRO CUBERO (1645 – 1697)



INSÓLITO VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO

Tras ser ordenado sacerdote y a la edad de 25 años, movido por su espíritu de aventura y celo apostólico, comenzó un largo peregrinaje alrededor del mundo que duró casi diez años, llevando a cabo uno de los viajes más impresionantes de la historia, motivo por el cual ha sido considerado como un verdadero Marco Polo aragonés.


CAMINO A ROMA
Nacido en la población de El Frasno (Zaragoza) el año 1645 y tras finalizar sus estudios de gramática y filosofía en la capital del Ebro, y los de teología y humanidades en Salamanca, recibió las sagradas Órdenes y emprendió camino a Roma con la determinación de obtener el título de Predicador Apostólico.
Poco antes pasó por Calatorao (Zaragoza) y visitó la prodigiosa imagen del Santo Cristo y ante él, humildemente postrado, le pidió que le sirviese de guía. Una vez en Zaragoza adoró a la serenísima Señora de los Cielos, la Virgen del Pilar, imagen venerada por tantos cristianos, y en cuyo lugar, años más tarde, un día de Santiago de 1681, tuvo el honor de presenciar la colocación de la primera piedra que daría origen a la construcción de un nuevo templo.
Después de atravesar los Pirineos, ante los que quedó asombrado, se adentró en tierras de Francia hasta llegar a su capital, París donde, con la ayuda de un padre francés, recorrió la ciudad y visitó lugares célebres como el templo de Nôtre Dame. Tuvo también oportunidad de visitar al rey Luis XIV, quien le facilitó el pasaporte necesario para no tener obstáculos al atravesar fronteras a lo largo de su camino hacia la capital italiana.
El siguiente paso le llevó hasta Lyon y después Ginebra, siguiendo el curso del río Ródano. A continuación viajó hacia el condado de Milán, atravesando el país de Maurienne y llegando hasta Lanslebourg (Francia), al pie del monte Cenis y llegando finalmente al Piamonte y Turín (Italia).
Vercelli, Novara y Milán fueron las siguientes etapas, siempre tomando buena nota de todo lo que contemplaban sus ojos y dando cuenta de todas aquellos personajes con los que departió.
Cruzando el río Po siguió hasta Parma, Módena y Bolonia, dirigiéndose a Florencia cruzando los montes Apeninos, donde admiró su extraordinario patrimonio artístico. Siena, Bolsena y Viterbo fueron las ciudades más interesantes por las que anduvo hasta llegar a Roma, el destino de su viaje. Una vez allí, en sus anotaciones hizo mención con amplitud de todas las maravillas romanas y de forma muy especial de la catedral de San Pedro, a la que describió como: “Por su belleza, obra de gigantes de la arquitectura, pues es tan soberbia y majestuosa que a su vista quedan en olvido las siete maravillas del mundo”.

 DE VENECIA A MOSCÚ
Al salir de Roma pasó por el insigne camino de Via Flaminia, llegando hasta Venecia, una ciudad que le impresionó, hablando de ella con viveza: “Es una de las ciudades más ricas del mundo, adonde no se puede entrar sino con barcas o góndolas”.
Cruzó de nuevo los nevados y ásperos Alpes por el Tirol hasta llegar a Viena, llamada Vindobona en la antigüedad, coincidiendo su estancia en la capital austriaca con la muerte de la emperatriz Margarita Teresa, tan llorada en la nación española.
Su siguiente objetivo era seguir viaje hasta Polonia y luego continuar hasta Moscovia y penetrar en el continente asiático. Pasó por Hungría donde la actual Budapest en aquellas épocas estaba dividida en dos: Buda, la antigua ciudad alta, aristocrática y gubernamental en la orilla derecha del río Danubio, y Pest, la ciudad baja, en sus orígenes lugar de mercaderes, a la izquierda. Ambas ciudades se unirían en 1873.
Prosiguió por el Danubio hasta Bratislava y la ruta le llevó a Taurino, cada vez más cerca de Constantinopla, en el mar de Mármara y junto al canal del Bósforo. Aquel fue otro de los enclaves de singular importancia en su viaje.
Aparte de relatar todas las maravillas que vio (especialmente las mezquitas), Pedro Cubero hizo especial mención de las costumbres y ritos de los turcos.
Precipitadamente tuvo que abandonar aquella tierra pues la peste estaba haciendo estragos. Caminó hasta el reino de Polonia a través de la Transilvania el llamado “país de más allá del bosque” (actualmente una región de Rumanía), y continuando su viaje llegó a la ciudad de Olmiz, cabeza del ducado de Silesia (hoy Wroclaw en Polonia), con universidad y obispado. Cayó enfermo y días más tarde fue trasladado en carro hasta Cracovia, a orillas del río Vístula.
Rusia Blanca o Bielorrusia entró en la órbita de influencia polaca por la Unión de Lublin en 1569, si bien los zares se apoderaron en el siglo XVI de una gran parte del país. En el siglo XVIII la política de repartos permitió a Rusia apoderarse del gran ducado de Lituania.
Pedro Cubero continuó su camino entre espesos bosques, barrancos y lagunas hasta llegar a Vilna (Lituania), ciudad que fue invadida por los rusos en 1655 y por los suecos en 1702.
Era invierno cuando partió hacia Moscú. Todo estaba helado y el frío era intensísimo. Después de varios días de viaje llegó a Esmolensko, ciudad-fortaleza en las riberas del río Dnieper. A partir de aquel punto se juntó con un mercader veneciano y ambos prosiguieron hacia la capital rusa, pidiendo previamente al zar permiso para entrar en la ciudad, donde fueron gratamente recibidos y posteriormente conducidos a un palacio próximo a la residencia del zar. “Fue aquel un detalle que nunca olvidé”.
Tuvo audiencia con el emperador de ambas Rusias, quien luego le envió alimentos en abundancia.
Pedro Cubero siempre se presentaba como un Padre español, enviado por Su Santidad el Papa para propagar la verdadera doctrina de Cristo a las provincias de Asia. En sus escritos refirió con detalle los ritos y ceremonias de la antigua religión griega y las peculiares costumbres de arzobispos y sacerdotes seculares y monjes.

POR TIERRAS PERSAS
Lo cierto era que pocos o ningún español habían llevado a cabo este viaje con anterioridad. Llegado a este punto, describió a dos pueblos: los paskyrios, de origen mongol, que en el siglo IX vivían en la cuenca del río Ural, y los calmucos, también pueblo mongol, que habitaban en el sur de Rusia, entre el Volga, el Kumma y el Kubán, entre los montes Altai y los Tien-shan. En el siglo XV fundaron en Asia Central un inmenso imperio que alcanzó la Gran Muralla en China.
Salió de Moscú hasta Astrakhan, pasando por Coluna, se embarcó y llegó hasta Morón y la importante ciudad de Berselli. Volvió a embarcarse en el Volga y pasó por Suesqui, Casam, Samara, luego Saratoff y la ciudad de Zarista (antigua nombre de Volgogrado, también llamada Stalingrado).
En Astrakhan desembarcó. Se sorprendió al saber que la ciudad la habitaban alrededor de medio millón de personas. Con posterioridad volvió a embarcarse con próspero viento. Emocionante travesía que, por fortuna, acabó felizmente ya que, siendo el Caspio un mar cerrado, no podía llegar a imaginar que fuera tan peligroso.
Pedro Cubero y su compañero, el mercader veneciano, se sintieron felices a las playas de Darbant. Necesitaron licencia para entrar y ésta tardó ocho días en llegar, y cuando lo hizo fue con la condición de no dormir dentro de la ciudad, sino en la campiña donde tenían sus tiendas. Todavía existían en la ciudad vestigios de la muralla que mandó erigir el Gran Alejandro.
Transcurridas un par de semanas consiguieron hacer preparativos para seguir viaje, uniéndose a una cáfila de camellos y caballos. Durante la ruta tuvieron un contratiempo: A buen seguro un animal ponzoñoso (una víbora cornuda con toda seguridad), picó el hocico de uno de los caballos y éste murió bramando y echando espuma por la boca.
En los días siguientes les dio gusto andar por la orilla del mar y observar los muchos arroyos procedentes de los montes de Armenia que allí desembocaban.
Atravesaron con dificultad montañas, caminos y arroyos hasta llegar a Chamake. La plaza más rica en seda de toda Armenia. Un lugar cuyas calles estaban llenas de tiendas donde se vendían toda clase de mercaderías. Una vez allí habló con el gobernador y éste le permitió alojarse en las casas de cristianos armenios.
Pudieron descansar hasta un par de meses en aquel fantástico lugar. Transcurrido este tiempo, un noble persa terminó por llevarles a la corte de Casmín. Caminaban durante la noche, dado que el sol abrasaba durante el día.
Durante la ruta estuvieron en Ardibil, hermosa ciudad armenia donde había un monasterio asistido por unos monjes.
Una vez en Casmín fueron recibidos por el gran Sufí al que entregaron los presentes que les entregó el zar de Moscú.
Pedro Cubero describió con amplitud la riqueza del palacio del Sufí, Subac Solimán o Sha Sulayman.
Casmín es la actual Qazwin (en el siglo XVI fue capital de Persia).
Junto con unos mercaderes persas se pusieron en camino hacia Isfahan a través de nevadas y ásperas sierras. Una de las más bellas ciudades de Oriente, donde se alojaron en el convento de San Agustín.
Durante meses atravesaron Syras (antiguamente Persépolis); las ruinas de Pasargada; Shiraz, donde se encuentra la tumba de Ciro II el Grande y Lar.
Una jornada antes de llegar a Bandar Abassi, desde una colina avistó el mar de Ormuz (Arábigo o Pérsico). En Bandar Abassi terminó hospedándose en casa de un católico.

BORDEANDO LA COSTA INDIA
Navegando a mar abierto y sorteando toda clase de dificultades, aparte del abordaje de algunos navíos de bandera enemiga, envite en el cual perdieron la vida varios cristianos, al final consiguieron llegar a Goa (India). En aquel lugar entró en contacto con el Virrey de la India Oriental y el rector del colegio de Santa Fe de la Compañía de Jesús.
En la fortaleza de la isla de Diu se establecieron los portugueses hasta que en 1670 fue ocupada por los árabes de Mascate (Omán), y vuelta a reconquistar por los portugueses en 1717.
Pedro Cubero se embarcó de nuevo en un navío de unos mahometanos, hasta dar fondo en el río Guzarat, cerca de la ciudad de Surat (India), lugar donde se concentraban muchos mercaderes y gentes de todo Oriente. Anclaron en el puerto de Dayn (Damao-India)) y posteriormente lo hicieron en Bazayn (la actual Bombay-Mumbai).
Más tarde tuvo conocimiento de un navío que partía hacia la antigua Ceylán (hoy Sri Lanka) y en él se embarcó. De aquella gran isla habló maravillas sobre la abundancia de frutos de sabroso gusto y hierbas aromáticas que se vendían en sus mercados, además de las riquezas en piedras preciosas como rubíes, zafiros, topacios y esmeraldas.
El gobernador de Colombo le autorizó a circular libremente, pero con la condición de ir siempre acompañado de guardias para que no celebrase misa, ni administrase los sacramentos. Lo hizo, pero a escondidas en algunos reductos católicos.
De nuevo se hizo a la mar, yendo hasta Santo Tomé, donde murió el apóstol, y más adelante consiguió alcanzar las islas Maldivias (Maldivas) donde, según sus propias palabras: “habitaban católicos que necesitaban consuelo”.
En su largo viaje también incluyó una visita a Madrasta Patan (la antigua Madrás, hoy Chennai), por aquel entonces considerada ya una ciudad importante en la India.
Dejando atrás el golfo de Bengala, se embarcó hacia Malaca y de allí a las Filipinas, sin cesar un ápice en su misión evangelizadora. En sus escritos especialmente la despedida de que fue objeto por parte de los padres provinciales de las cuatro religiones existentes en Filipinas, así como de todos los caballeros y ciudadanos que le dispensaron grata acogida. Un 24 de junio, día de San Juan Bautista, partió de Cavite, en la bahía de Manila.
Tras un penoso viaje, el 8 de enero del año siguiente llegaron al puerto de Acapulco (México), habiendo navegado desde las Filipinas alrededor de 4.000 leguas. Atravesaron México, divisaron la costa de California y llegaron hasta la isla de Cuba, no sin antes hacer diferentes altos en el camino. Permanecieron sólo nueve días en La Habana.
Cuarenta días después llegó a la bahía de Cádiz sin registrar ningún incidente digno de mención. Ello ocurría en septiembre de 1679. Nueve años y seis meses desde que partió de España.
Al hacer un resumen de su peregrinaje por todo el mundo, Pedro Cubero manifestó: “Harto dilatado viaje que me originó múltiples achaques y sufrimientos, pero me proporcionó el inmenso gozo de haber bautizado a más de 22.000 almas”.
De esta insólita aventura, Pedro Cubero dejó constancia en un libro que escribió bajo el título de Peregrinación del mundo, del cual aparecieron varias ediciones a lo largo del siglo XVII. La primera en abril de 1680. Tras obtener las oportunas licencias de la época, una nueva edición en Nápoles (1682), una traducción al italiano en 1683 y una publicación en Zaragoza en 1688. Luego pasaron muchos años hasta que alguien se ocupara de nuevo de su peregrinaje a través del mundo.
José Maria Serrano es el autor de su biografía, reflejando de forma fidedigna el singular viaje de este insigne aragonés.