INSÓLITO VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO
Tras
ser ordenado sacerdote y a la edad de 25 años, movido por su espíritu de
aventura y celo apostólico, comenzó un largo peregrinaje alrededor del mundo
que duró casi diez años, llevando a cabo uno de los viajes más impresionantes
de la historia, motivo por el cual ha sido considerado como un verdadero Marco
Polo aragonés.
CAMINO A ROMA
Nacido
en la población de El Frasno (Zaragoza) el año 1645 y tras finalizar sus
estudios de gramática y filosofía en la capital del Ebro, y los de teología y
humanidades en Salamanca, recibió las sagradas Órdenes y emprendió camino a
Roma con la determinación de obtener el título de Predicador Apostólico.
Poco
antes pasó por Calatorao (Zaragoza) y visitó la prodigiosa imagen del Santo
Cristo y ante él, humildemente postrado, le pidió que le sirviese de guía. Una
vez en Zaragoza adoró a la serenísima Señora de los Cielos, la Virgen del Pilar, imagen
venerada por tantos cristianos, y en cuyo lugar, años más tarde, un día de
Santiago de 1681, tuvo el honor de presenciar la colocación de la primera
piedra que daría origen a la construcción de un nuevo templo.
Después
de atravesar los Pirineos, ante los que quedó asombrado, se adentró en tierras
de Francia hasta llegar a su capital, París donde, con la ayuda de un padre
francés, recorrió la ciudad y visitó lugares célebres como el templo de Nôtre
Dame. Tuvo también oportunidad de visitar al rey Luis XIV, quien le facilitó el
pasaporte necesario para no tener obstáculos al atravesar fronteras a lo largo
de su camino hacia la capital italiana.
El
siguiente paso le llevó hasta Lyon y después Ginebra, siguiendo el curso del
río Ródano. A continuación viajó hacia el condado de Milán, atravesando el país
de Maurienne y llegando hasta Lanslebourg (Francia), al pie del monte Cenis y
llegando finalmente al Piamonte y Turín (Italia).
Vercelli,
Novara y Milán fueron las siguientes etapas, siempre tomando buena nota de todo
lo que contemplaban sus ojos y dando cuenta de todas aquellos personajes con los
que departió.
Cruzando
el río Po siguió hasta Parma, Módena y Bolonia, dirigiéndose a Florencia
cruzando los montes Apeninos, donde admiró su extraordinario patrimonio
artístico. Siena, Bolsena y Viterbo fueron las ciudades más interesantes por
las que anduvo hasta llegar a Roma, el destino de su viaje. Una vez allí, en
sus anotaciones hizo mención con amplitud de todas las maravillas romanas y de
forma muy especial de la catedral de San Pedro, a la que describió como: “Por su belleza, obra de gigantes de la
arquitectura, pues es tan soberbia y majestuosa que a su vista quedan en olvido
las siete maravillas del mundo”.
DE
VENECIA A MOSCÚ
Al
salir de Roma pasó por el insigne camino de Via Flaminia, llegando hasta
Venecia, una ciudad que le impresionó, hablando de ella con viveza: “Es una de las ciudades más ricas del mundo,
adonde no se puede entrar sino con barcas o góndolas”.
Cruzó
de nuevo los nevados y ásperos Alpes por el Tirol hasta llegar a Viena, llamada
Vindobona en la antigüedad, coincidiendo su estancia en la capital austriaca
con la muerte de la emperatriz Margarita Teresa, tan llorada en la nación
española.
Su
siguiente objetivo era seguir viaje hasta Polonia y luego continuar hasta
Moscovia y penetrar en el continente asiático. Pasó por Hungría donde la actual
Budapest en aquellas épocas estaba dividida en dos: Buda, la antigua ciudad
alta, aristocrática y gubernamental en la orilla derecha del río Danubio, y
Pest, la ciudad baja, en sus orígenes lugar de mercaderes, a la izquierda.
Ambas ciudades se unirían en 1873.
Prosiguió
por el Danubio hasta Bratislava y la ruta le llevó a Taurino, cada vez más
cerca de Constantinopla, en el mar de Mármara y junto al canal del Bósforo.
Aquel fue otro de los enclaves de singular importancia en su viaje.
Aparte
de relatar todas las maravillas que vio (especialmente las mezquitas), Pedro
Cubero hizo especial mención de las costumbres y ritos de los turcos.
Precipitadamente
tuvo que abandonar aquella tierra pues la peste estaba haciendo estragos.
Caminó hasta el reino de Polonia a través de la Transilvania el
llamado “país de más allá del bosque” (actualmente una región de Rumanía), y
continuando su viaje llegó a la ciudad de Olmiz, cabeza del ducado de Silesia
(hoy Wroclaw en Polonia), con universidad y obispado. Cayó enfermo y días más
tarde fue trasladado en carro hasta Cracovia, a orillas del río Vístula.
Rusia
Blanca o Bielorrusia entró en la órbita de influencia polaca por la Unión de Lublin en 1569, si
bien los zares se apoderaron en el siglo XVI de una gran parte del país. En el
siglo XVIII la política de repartos permitió a Rusia apoderarse del gran ducado
de Lituania.
Pedro
Cubero continuó su camino entre espesos bosques, barrancos y lagunas hasta
llegar a Vilna (Lituania), ciudad que fue invadida por los rusos en 1655 y por
los suecos en 1702.
Era
invierno cuando partió hacia Moscú. Todo estaba helado y el frío era
intensísimo. Después de varios días de viaje llegó a Esmolensko,
ciudad-fortaleza en las riberas del río Dnieper. A partir de aquel punto se
juntó con un mercader veneciano y ambos prosiguieron hacia la capital rusa,
pidiendo previamente al zar permiso para entrar en la ciudad, donde fueron
gratamente recibidos y posteriormente conducidos a un palacio próximo a la residencia
del zar. “Fue aquel un detalle que nunca olvidé”.
Tuvo
audiencia con el emperador de ambas Rusias, quien luego le envió alimentos en
abundancia.
Pedro
Cubero siempre se presentaba como un Padre español, enviado por Su Santidad el
Papa para propagar la verdadera doctrina de Cristo a las provincias de Asia. En
sus escritos refirió con detalle los ritos y ceremonias de la antigua religión
griega y las peculiares costumbres de arzobispos y sacerdotes seculares y
monjes.
POR TIERRAS PERSAS
Lo
cierto era que pocos o ningún español habían llevado a cabo este viaje con
anterioridad. Llegado a este punto, describió a dos pueblos: los paskyrios, de origen mongol, que en el
siglo IX vivían en la cuenca del río Ural, y los calmucos, también pueblo mongol, que habitaban en el sur de Rusia,
entre el Volga, el Kumma y el Kubán, entre los montes Altai y los Tien-shan. En
el siglo XV fundaron en Asia Central un inmenso imperio que alcanzó la Gran Muralla en China.
Salió
de Moscú hasta Astrakhan, pasando por Coluna, se embarcó y llegó hasta Morón y
la importante ciudad de Berselli. Volvió a embarcarse en el Volga y pasó por
Suesqui, Casam, Samara, luego Saratoff y la ciudad de Zarista (antigua nombre
de Volgogrado, también llamada Stalingrado).
En
Astrakhan desembarcó. Se sorprendió al saber que la ciudad la habitaban
alrededor de medio millón de personas. Con posterioridad volvió a embarcarse
con próspero viento. Emocionante travesía que, por fortuna, acabó felizmente ya
que, siendo el Caspio un mar cerrado, no podía llegar a imaginar que fuera tan
peligroso.
Pedro
Cubero y su compañero, el mercader veneciano, se sintieron felices a las playas
de Darbant. Necesitaron licencia para entrar y ésta tardó ocho días en llegar,
y cuando lo hizo fue con la condición de no dormir dentro de la ciudad, sino en
la campiña donde tenían sus tiendas. Todavía existían en la ciudad vestigios de
la muralla que mandó erigir el Gran Alejandro.
Transcurridas
un par de semanas consiguieron hacer preparativos para seguir viaje, uniéndose
a una cáfila de camellos y caballos. Durante la ruta tuvieron un contratiempo:
A buen seguro un animal ponzoñoso (una víbora cornuda con toda seguridad), picó
el hocico de uno de los caballos y éste murió bramando y echando espuma por la
boca.
En
los días siguientes les dio gusto andar por la orilla del mar y observar los
muchos arroyos procedentes de los montes de Armenia que allí desembocaban.
Atravesaron
con dificultad montañas, caminos y arroyos hasta llegar a Chamake. La plaza más
rica en seda de toda Armenia. Un lugar cuyas calles estaban llenas de tiendas
donde se vendían toda clase de mercaderías. Una vez allí habló con el
gobernador y éste le permitió alojarse en las casas de cristianos armenios.
Pudieron
descansar hasta un par de meses en aquel fantástico lugar. Transcurrido este
tiempo, un noble persa terminó por llevarles a la corte de Casmín. Caminaban
durante la noche, dado que el sol abrasaba durante el día.
Durante
la ruta estuvieron en Ardibil, hermosa ciudad armenia donde había un monasterio
asistido por unos monjes.
Una
vez en Casmín fueron recibidos por el gran Sufí al que entregaron los presentes
que les entregó el zar de Moscú.
Pedro
Cubero describió con amplitud la riqueza del palacio del Sufí, Subac Solimán o
Sha Sulayman.
Casmín
es la actual Qazwin (en el siglo XVI
fue capital de Persia).
Junto
con unos mercaderes persas se pusieron en camino hacia Isfahan a través de
nevadas y ásperas sierras. Una de las más bellas ciudades de Oriente, donde se
alojaron en el convento de San Agustín.
Durante
meses atravesaron Syras (antiguamente Persépolis); las ruinas de Pasargada;
Shiraz, donde se encuentra la tumba de Ciro II el Grande y Lar.
Una
jornada antes de llegar a Bandar Abassi, desde una colina avistó el mar de
Ormuz (Arábigo o Pérsico). En Bandar Abassi terminó hospedándose en casa de un
católico.
BORDEANDO LA COSTA
INDIA
Navegando
a mar abierto y sorteando toda clase de dificultades, aparte del abordaje de
algunos navíos de bandera enemiga, envite en el cual perdieron la vida varios
cristianos, al final consiguieron llegar a Goa (India). En aquel lugar entró en
contacto con el Virrey de la India Oriental
y el rector del colegio de Santa Fe de la Compañía de Jesús.
En
la fortaleza de la isla de Diu se establecieron los portugueses hasta que en 1670
fue ocupada por los árabes de Mascate (Omán), y vuelta a reconquistar por los
portugueses en 1717.
Pedro
Cubero se embarcó de nuevo en un navío de unos mahometanos, hasta dar fondo en
el río Guzarat, cerca de la ciudad de Surat (India), lugar donde se concentraban
muchos mercaderes y gentes de todo Oriente. Anclaron en el puerto de Dayn
(Damao-India)) y posteriormente lo hicieron en Bazayn (la actual
Bombay-Mumbai).
Más
tarde tuvo conocimiento de un navío que partía hacia la antigua Ceylán (hoy Sri
Lanka) y en él se embarcó. De aquella gran isla habló maravillas sobre la
abundancia de frutos de sabroso gusto y hierbas aromáticas que se vendían en
sus mercados, además de las riquezas en piedras preciosas como rubíes, zafiros,
topacios y esmeraldas.
El
gobernador de Colombo le autorizó a circular libremente, pero con la condición
de ir siempre acompañado de guardias para que no celebrase misa, ni
administrase los sacramentos. Lo hizo, pero a escondidas en algunos reductos
católicos.
De
nuevo se hizo a la mar, yendo hasta Santo Tomé, donde murió el apóstol, y más
adelante consiguió alcanzar las islas Maldivias (Maldivas) donde, según sus
propias palabras: “habitaban católicos
que necesitaban consuelo”.
En
su largo viaje también incluyó una visita a Madrasta Patan (la antigua Madrás,
hoy Chennai), por aquel entonces considerada ya una ciudad importante en la India.
Dejando
atrás el golfo de Bengala, se embarcó hacia Malaca y de allí a las Filipinas,
sin cesar un ápice en su misión evangelizadora. En sus escritos especialmente
la despedida de que fue objeto por parte de los padres provinciales de las
cuatro religiones existentes en Filipinas, así como de todos los caballeros y
ciudadanos que le dispensaron grata acogida. Un 24 de junio, día de San Juan
Bautista, partió de Cavite, en la bahía de Manila.
Tras
un penoso viaje, el 8 de enero del año siguiente llegaron al puerto de Acapulco
(México), habiendo navegado desde las Filipinas alrededor de 4.000 leguas.
Atravesaron México, divisaron la costa de California y llegaron hasta la isla
de Cuba, no sin antes hacer diferentes altos en el camino. Permanecieron sólo
nueve días en La Habana.
Cuarenta
días después llegó a la bahía de Cádiz sin registrar ningún incidente digno de
mención. Ello ocurría en septiembre de 1679. Nueve años y seis meses desde que
partió de España.
Al
hacer un resumen de su peregrinaje por todo el mundo, Pedro Cubero manifestó: “Harto dilatado viaje que me originó
múltiples achaques y sufrimientos, pero me proporcionó el inmenso gozo de haber
bautizado a más de 22.000 almas”.
De
esta insólita aventura, Pedro Cubero dejó constancia en un libro que escribió
bajo el título de Peregrinación del mundo,
del cual aparecieron varias ediciones a lo largo del siglo XVII. La primera en
abril de 1680. Tras obtener las oportunas licencias de la época, una nueva
edición en Nápoles (1682), una traducción al italiano en 1683 y una publicación
en Zaragoza en 1688. Luego pasaron muchos años hasta que alguien se ocupara de
nuevo de su peregrinaje a través del mundo.
José
Maria Serrano es el autor de su biografía, reflejando de forma fidedigna el
singular viaje de este insigne aragonés.