Arqueólogo,
sinólogo y explorador del Asia Central, Albert von Le Coq nació en el seno de
una acomodada familia de hugonotes comerciantes de vino, siendo expulsado de la
escuela por un grave hecho que nunca trascendió, dado que estaba destinado a
continuar el negocio familiar. A los veintiún años fue enviado a Londres y
posteriormente a los Estados Unidos para adiestrarse a tal efecto. Estudió
también Medicina, lo que le resultaría útil en más de una ocasión. Con veintisiete
años regresó al Deutsches Reich para
unirse a la firma Le Coq de Darmstadt, fundada por su abuelo. No obstante, el
trabajo le interesaba bien poco y años más tarde vendería el negocio.
Se
trasladó a Berlín, donde estudió árabe, turco y persa en la Escuela de Lenguas
Orientales, y sánscrito con el especialista Pischel. A los 42 años de edad, en
1902, se incorporó al departamento de arte indio del Museo Etnológico de
Berlín, al principio como voluntario no remunerado, justo en el momento en que
su director, Albert Grünwedel, preparaba la primera expedición alemana al Asia
Central.
VIAJE AL TURQUESTÁN CHINO
En
septiembre de 1904, por enfermedad de Grünwedel y muerte de Huth, estuvo al
frente de la segunda expedición alemana al Turquestán.
La
citada expedición, compuesta únicamente por Theodor Bartus y el propio Le Coq,
se dirigió primero a San Petersburgo, donde el gobierno del zar Nicolás les
concedió los permisos necesarios para atravesar Liberia y el Turquestán ruso.
Tomaron
el Transiberiano hasta Omsk, remontaron el río Irtysh en barco hasta
Semipalatinsk, y desde allí en caravana fueron hasta Bakhty, Urumqi y Turfán.
El viaje resultó problemático debido a las dificultades para transportar casi
una tonelada de equipaje.
Llegados
a Turfán, el pueblo les dispensó una grata bienvenida debido al buen recuerdo
dejado por la expedición de Grúnwedel del año anterior. El 18 de noviembre de
1904 comenzaron a excavar la antigua ciudad de Karakhoja, donde realizaron
importantes hallazgos, incluyendo arte y manuscritos maniqueos y budistas,
muchos de ellos con una clara influencia helenística, e incluso una iglesia
nestoriana de estilo bizantino.
Le
Coq estimaba que los descubrimientos hubieran sido mayores de haberse excavado
el lugar antes, ya que recientemente habían sido destruidos numerosos
manuscritos, arrojados al río por los campesinos supersticiosos o echados a
perder por el agua que se filtraba de las canalizaciones de riego. Las
condiciones de la excavación fueron muy duras, tanto por el clima extremo como
por el acoso constante de los lugareños, que acudían en busca de remedios para
sus enfermedades.
Temiendo
ser sustituido por Grünwedel antes de labrarse una reputación, Le Coq
desobedeció sus órdenes de no excavar en los yacimientos más ricos, y se dirigió
a las cuevas de Bezeklik. Una vez allí los dos alemanes encontraron un
verdadero tesoro de obras de arte y manuscritos. Muchas figuras murales tenían
un aspecto sorprendentemente europeo. Según Le Coq, las figuras con ojos
azules, pelo rojo y espadas cruciformes que vio en los frescos conservados en
el Turquestán, le recordaban el arte franco: “Tanto más asombrosas son las representaciones de hombres pelirrojos y
de ojos azules con caras de pronunciados rasgos europeos. Vínculo a esta gente
con el idioma ario hallado en manuscritos por esta región… Esta gente pelirroja
llevaba ligas colgando de sus cinturones…!una notable peculiaridad
etnológica!”. Los alemanes extrajeron los frescos de las paredes con mucho
cuidado y los embalaron sin que sufrieran desperfectos.
Mientras
Le Coq transportaba el inmenso botín obtenido en Urumqi, envió a Theodor Bartus
a inspeccionar el yacimiento de Shuipang, de donde volvió con un tesoro de
manuscritos paleocristianos. En total reunieron una inmensa colección de
artefactos, pinturas y manuscritos, que ocuparon más de un centenar de cajas. A
continuación hicieron un placentero viaje a Hami, aunque decepcionante desde el
punto de vista arqueológico, mientras su tesoro atravesaba Siberia rumbo a
Berlín. Luego se instalaron en el consulado británico de Kashgar a la espera de
la llegada de Grünwedel, que llegó el 6 de diciembre de 1905, enfermo y con un
retraso de siete semanas.
NUEVA EXPEDICIÓN A TURFÁN
Tras
pasar las Navidades en Kashgar, emprendieron una nueva campaña arqueológica.
Examinaron brevemente las ruinas de Tumchuq (que serían excavadas por el
francés Paul Pelliot) y se dirigieron a la región de Kucha, descrita con
detalle por el viajero chino Xuanzang en el siglo VII. Allí dieron con nuevos
murales y se encontraron con una misión arqueológica rusa a cargo de los
hermanos Berezovsky, faltando poco para que llegaran a las manos. Viendo que
los rusos no tenían medios para llevarse los murales, les cedieron los
yacimientos y se dirigieron a Kyzil, zona mucho más rica. Una vez allí
encontraron unas pinturas murales que consideraron lo más destacado del arte
centroasiático, las piezas más bellas e importantes que obtuvieron en sus
campañas, y además en un magnífico estado de conservación.
La
misión en Kucha no estuvo exenta de peligros: los terremotos y las constantes
avalanchas de piedra y arena estuvieron a punto de acabar con la vida de los
alemanes en varias ocasiones. Además, existía el problema de la rivalidad entre
Le Coq y Grünwedel. El primero lamentaba haber perdido el mando de una misión
tan fructífera en favor del segundo, a quien admiraba como erudito, pero
consideraba un mal jefe para una expedición de aquel tipo. Y, por si fuera
poco, existía también el problema de que Le Coq pretendía despojar a los
yacimientos de todos sus artefactos -en especial de las pinturas murales- para
evitar su destrucción, mientras que Grünwedel se oponía a lo que consideraba un
pillaje sistemático y una exploración superficial de los yacimientos,
pretendiendo dedicar a cada uno mayor tiempo para estudiarlo científicamente,
lo que retrasaba la expedición.
La
tensión fue cada vez mayor, y la salud de Le Coq acabó deteriorándose, por lo
que, finalmente, en julio de 1906 se decidió a volver a Europa con sus tesoros,
para evidente alivio de Grünwedel.
Le
Coq perdió a su único hijo en la Primera
Guerra Mundial, y en sus últimos años la hiperinflación le
dejó en la ruina.
Durante
la Segunda Guerra
Mundial, buena parte de los tesoros artísticos que consiguió reunir en el Museo
Etnológico de Berlín fueron destruidos por los bombardeos estadounidenses y
otra parte tomada como botín de guerra por los soviéticos.