ALBERT VON LE COQ (1860 - 1930)



Arqueólogo, sinólogo y explorador del Asia Central, Albert von Le Coq nació en el seno de una acomodada familia de hugonotes comerciantes de vino, siendo expulsado de la escuela por un grave hecho que nunca trascendió, dado que estaba destinado a continuar el negocio familiar. A los veintiún años fue enviado a Londres y posteriormente a los Estados Unidos para adiestrarse a tal efecto. Estudió también Medicina, lo que le resultaría útil en más de una ocasión. Con veintisiete años regresó al Deutsches Reich para unirse a la firma Le Coq de Darmstadt, fundada por su abuelo. No obstante, el trabajo le interesaba bien poco y años más tarde vendería el negocio.
Se trasladó a Berlín, donde estudió árabe, turco y persa en la Escuela de Lenguas Orientales, y sánscrito con el especialista Pischel. A los 42 años de edad, en 1902, se incorporó al departamento de arte indio del Museo Etnológico de Berlín, al principio como voluntario no remunerado, justo en el momento en que su director, Albert Grünwedel, preparaba la primera expedición alemana al Asia Central.

VIAJE AL TURQUESTÁN CHINO
En septiembre de 1904, por enfermedad de Grünwedel y muerte de Huth, estuvo al frente de la segunda expedición alemana al Turquestán.
La citada expedición, compuesta únicamente por Theodor Bartus y el propio Le Coq, se dirigió primero a San Petersburgo, donde el gobierno del zar Nicolás les concedió los permisos necesarios para atravesar Liberia y el Turquestán ruso.
Tomaron el Transiberiano hasta Omsk, remontaron el río Irtysh en barco hasta Semipalatinsk, y desde allí en caravana fueron hasta Bakhty, Urumqi y Turfán. El viaje resultó problemático debido a las dificultades para transportar casi una tonelada de equipaje.
Llegados a Turfán, el pueblo les dispensó una grata bienvenida debido al buen recuerdo dejado por la expedición de Grúnwedel del año anterior. El 18 de noviembre de 1904 comenzaron a excavar la antigua ciudad de Karakhoja, donde realizaron importantes hallazgos, incluyendo arte y manuscritos maniqueos y budistas, muchos de ellos con una clara influencia helenística, e incluso una iglesia nestoriana de estilo bizantino.
Le Coq estimaba que los descubrimientos hubieran sido mayores de haberse excavado el lugar antes, ya que recientemente habían sido destruidos numerosos manuscritos, arrojados al río por los campesinos supersticiosos o echados a perder por el agua que se filtraba de las canalizaciones de riego. Las condiciones de la excavación fueron muy duras, tanto por el clima extremo como por el acoso constante de los lugareños, que acudían en busca de remedios para sus enfermedades.
Temiendo ser sustituido por Grünwedel antes de labrarse una reputación, Le Coq desobedeció sus órdenes de no excavar en los yacimientos más ricos, y se dirigió a las cuevas de Bezeklik. Una vez allí los dos alemanes encontraron un verdadero tesoro de obras de arte y manuscritos. Muchas figuras murales tenían un aspecto sorprendentemente europeo. Según Le Coq, las figuras con ojos azules, pelo rojo y espadas cruciformes que vio en los frescos conservados en el Turquestán, le recordaban el arte franco: “Tanto más asombrosas son las representaciones de hombres pelirrojos y de ojos azules con caras de pronunciados rasgos europeos. Vínculo a esta gente con el idioma ario hallado en manuscritos por esta región… Esta gente pelirroja llevaba ligas colgando de sus cinturones…!una notable peculiaridad etnológica!”. Los alemanes extrajeron los frescos de las paredes con mucho cuidado y los embalaron sin que sufrieran desperfectos.
Mientras Le Coq transportaba el inmenso botín obtenido en Urumqi, envió a Theodor Bartus a inspeccionar el yacimiento de Shuipang, de donde volvió con un tesoro de manuscritos paleocristianos. En total reunieron una inmensa colección de artefactos, pinturas y manuscritos, que ocuparon más de un centenar de cajas. A continuación hicieron un placentero viaje a Hami, aunque decepcionante desde el punto de vista arqueológico, mientras su tesoro atravesaba Siberia rumbo a Berlín. Luego se instalaron en el consulado británico de Kashgar a la espera de la llegada de Grünwedel, que llegó el 6 de diciembre de 1905, enfermo y con un retraso de siete semanas.

NUEVA EXPEDICIÓN A TURFÁN
Tras pasar las Navidades en Kashgar, emprendieron una nueva campaña arqueológica. Examinaron brevemente las ruinas de Tumchuq (que serían excavadas por el francés Paul Pelliot) y se dirigieron a la región de Kucha, descrita con detalle por el viajero chino Xuanzang en el siglo VII. Allí dieron con nuevos murales y se encontraron con una misión arqueológica rusa a cargo de los hermanos Berezovsky, faltando poco para que llegaran a las manos. Viendo que los rusos no tenían medios para llevarse los murales, les cedieron los yacimientos y se dirigieron a Kyzil, zona mucho más rica. Una vez allí encontraron unas pinturas murales que consideraron lo más destacado del arte centroasiático, las piezas más bellas e importantes que obtuvieron en sus campañas, y además en un magnífico estado de conservación.
La misión en Kucha no estuvo exenta de peligros: los terremotos y las constantes avalanchas de piedra y arena estuvieron a punto de acabar con la vida de los alemanes en varias ocasiones. Además, existía el problema de la rivalidad entre Le Coq y Grünwedel. El primero lamentaba haber perdido el mando de una misión tan fructífera en favor del segundo, a quien admiraba como erudito, pero consideraba un mal jefe para una expedición de aquel tipo. Y, por si fuera poco, existía también el problema de que Le Coq pretendía despojar a los yacimientos de todos sus artefactos -en especial de las pinturas murales- para evitar su destrucción, mientras que Grünwedel se oponía a lo que consideraba un pillaje sistemático y una exploración superficial de los yacimientos, pretendiendo dedicar a cada uno mayor tiempo para estudiarlo científicamente, lo que retrasaba la expedición.
La tensión fue cada vez mayor, y la salud de Le Coq acabó deteriorándose, por lo que, finalmente, en julio de 1906 se decidió a volver a Europa con sus tesoros, para evidente alivio de Grünwedel.
Le Coq perdió a su único hijo en la Primera Guerra Mundial, y en sus últimos años la hiperinflación le dejó en la ruina.
Durante la Segunda Guerra Mundial, buena parte de los tesoros artísticos que consiguió reunir en el Museo Etnológico de Berlín fueron destruidos por los bombardeos estadounidenses y otra parte tomada como botín de guerra por los soviéticos.