Africanista
y explorador español, nacido en la ciudad de Vitoria (Álava), su vida parece
extraída de las románticas novelas de aventuras de los autores del siglo XIX,
como Haggard, Verne o Salgari. Sus dos viajes de exploración al África
ecuatorial, los más importantes realizados por un español al interior del
continente africano, redundaron no sólo en la consecución de un inestimable
estudio geográfico, biológico, etnológico y lingüístico, sino que desembocaron
asimismo en la gestación política de la nación conocida actualmente como Guinea
Ecuatorial, cuyos habitantes, descendientes de aquellos que maravillaron al
pionero alavés, se comunican habitualmente en la lengua castellana.
A
diferencia de la nación que tanto amaba y de la que tan poca ayuda y
comprensión recibió en su afán descubridor, Iradier se encaminó desde su
juventud hacia el objetivo inamovible de traspasar las fronteras del continente
misterioso. Esa África implacable que se empeñaron en domeñar hombres
extraordinarios como Livingstone, Burton y Park, entre otros, cuyos ejemplos se
convirtieron en una meta a alcanzar por el vitoriano, y hacia la cual dirigió
todos sus esfuerzos desde la más temprana adolescencia.
Cursó
estudios de filosofía y letras y en 1868, con sólo catorce años de edad,
pronunció una conferencia donde explicaría los planes que había concebido sobre
la exploración africana. Desde 1869
a 1873, recorrió la geografía alavesa, que desgranó en
sus Cuadernos de Álava, compendio de
costumbres, imágenes y paisajes de su provincia natal, que habían de constituir
un ensayo de sus posteriores empresas. Fundó poco después la sociedad La
Exploradora, para dar a conocer la geografía, con el
convencimiento de que era necesaria la colaboración de otras personas que
tuviesen las mismas inquietudes.
Su
plan definitivo de abordar el continente africano desde las posesiones
españolas del golfo de Guinea, se concretó tras una breve entrevista que el
joven Iradier mantuvo con el gran explorador galés Henry Morton Stanley, quien
como corresponsal de guerra del New York
Herald se hallaba cubriendo la información sobre las guerras carlistas en
1873. En aquella ocasión, Iradier le explicó su proyecto de cruzar África del
sur al norte, de Ciudad el Cabo a Trípoli.
Stanley,
poco conocedor de la burocracia hispana y ante la escasez de medios que
presumiblemente habría de afrontar el voluntarioso vitoriano, le recomendó que
comenzase sus trabajos por los dominios españoles en África ecuatorial, para ir
haciéndose un nombre que le posibilitara posteriormente proyectos más
ambiciosos y al mismo tiempo ganar experiencia.
PRIMER VIAJE A ÁFRICA
Tras
dos años en el batallón de Voluntarios de la Libertad que defendió la
capital alavesa de los ataques carlistas y recién licenciado en Filosofía y
Letras en Valladolid, hasta 1874 realizó grandes trabajos preparatorios para su
expedición al continente africano.
En
enero de 1875, acompañado de su esposa Isabel de Urquiola (hija de un panadero
vitoriano) y su cuñada, partió desde Cádiz rumbo a su primer viaje de exploración
científica. Posteriormente, desde el golfo de Guinea se adentró en el
territorio. Durante el tiempo que duró el viaje, ochocientos treinta días,
recorrió casi 1.900
kilómetros, desde Aye hasta el río Muni. Después de
remontarlo llegó hasta otro río, el Utamboni, para intentar alcanzar la región de los Grandes Lagos, y desde allí
llegar a la desembocadura del Muni.
Durante
la exploración visitó las islas de Corisco y Elobey Grande, así como Inguinna y
el cabo San Juan, la mencionada Aye, los ríos Muni, Utongo, Utamboni y Bañe, así
como dos cadenas montañosas: la cordillera Paluviole y la sierra de Cristal.
Desde ésta última hubo de retornar debido al abandono de la mayoría de su
escolta indígena. Tomó contacto con diversos pueblos como los vengas, itemus, valengues, vicos, bapukus,
bijas y pamues.
Mientras
realizaba este viaje falleció su hija Isabel, nacida en el transcurso del
mismo.
A
su regreso a España a finales de 1877 hizo públicas todas las observaciones y
datos recogidos, con un mapa de las tierras exploradas y vocabularios de las
lenguas de varias tribus indígenas.
En
octubre de 1879 y durante una conferencia ante los socios de La
Exploradora,
Iradier explicó su intención de continuar su labor para que España no se
quedara rezagada en la carrera colonial:
“Viajeros de todas las naciones se encaminan al
interior de África buscando lo desconocido y no está lejano el día en que todo
aquel continente se conozca. España, por el porvenir que le ofrecen sus posesiones
en el golfo de Guinea, no debe abandonar a otros países la exploración de la
rica zona limítrofe”.
Con
su incansable actividad reactivó La Exploradora,
que había decaído durante su ausencia, y elaboró un informe sobre un nuevo plan
de exploración. En el mismo trataba de adelantarse a otras potencias europeas y
reclamar para España la región explorada, así como otras que pudiesen ser
añadidas.
En
junio de 1883, la recién fundada Sociedad
Geográfica de Madrid, uno de cuyos miembros más activos fue Joaquín Costa,
se dirigió a Iradier con el siguiente encargo:
“Tenemos el honor de consultar a esa Sociedad que
usted tan acertadamente dirige, si juzga conveniente y hacedera la celebración
en el próximo otoño de una reunión con el objeto de estudiar el modo de llevar
a cabo una o dos exploraciones en el interior de África, y de proceder
inmediatamente a la fundación de varias estaciones civilizadoras y factorías
mercantiles”.
Al
respecto, Iradier comentó:
“La Sociedad Geográfica de Madrid ha comprendido perfectamente nuestra verdadera situación
colonial y el bochornoso estado en que nos encontramos ante los ojos de las
demás naciones. Abrigo la esperanza de que con los acertados medios y poderosa
influencia de esa Sociedad podremos conquistar una posición normal que ha
tiempo que el público anhela y hasta un puesto brillantísimo en el concierto
europeo”.
SEGUNDO VIAJE AL CONTINENTE AFRICANO
En
agosto de 1884 y acompañado por el explorador asturiano Amado Osorio, partió de
nuevo hacia el corazón de África con la financiación de la Sociedad Geográfica de Madrid, que consiguió los fondos
necesarios para la expedición de la que nombraron delegado a Iradier.
Al
llegar a Fernando Poo, los exploradores se encontraron con que Alemania,
Francia y el Reino Unido habían ocupado ya la mayor parte de los territorios en
los que se pretendía consolidar el dominio español. Aun así se obtuvo la
soberanía sobre más de un centenar de jefes indígenas y declarado parte
integrante de España un territorio de 14.000 kilómetros
cuadrados en torno al río Muni. Durante este viaje logró también importantes
datos: vocabularios y gramáticas de las lenguas de las tribus que visitó, así
como numerosas anotaciones sobre observaciones astronómicas, etnográficas,
climatológicas y comerciales.
Con
su salud seriamente afectada, Iradier regresó a finales del mismo año, dejando
a Osorio la continuación de los trabajos. Posteriormente escribiría:
“Lo digo poseído de legítimo orgullo, sobre la
bandera de mi querida España que tremolé durante tres años en los países
africanos, que no se ha escrito el nombre de ninguna víctima ni ha caído una
sola gota de sangre humana”.
En
la Conferencia
de Berlín de 1885, en la que se decidió el reparto colonial de África, se
fijaron las posesiones españolas en el golfo de Guinea gracias a las
exploraciones de Iradier y Osorio. Estos territorios, conocidos después como la Guinea española,
permanecieron bajo la soberanía de España hasta el año 1968, en que obtuvieron
su independencia y pasaron a denominarse Guinea Ecuatorial.
Tras
una polémica posterior con Osorio acerca de la importancia de lo conseguido en
Guinea, y al observar que su trabajo no tuvo el reconocimiento que esperaba,
Iradier tuvo que dedicarse a actividades privadas. Realizó investigaciones e
invenciones varias en campos tan distintos como la fotografía, la tipografía,
la óptica, la astronomía y la topografía, pero de ninguno de ellos obtuvo
beneficios económicos.
Tras
una vida familiar muy desgraciada, Manuel Iradier se trasladó a Madrid en 1901,
donde trabajó como gerente de una compañía maderera, falleciendo en el olvido
en la localidad segoviana de Valsaín, adonde se retiró en busca de una recuperación
para su alarmante estado de salud, el 19 de agosto de 1911. Isabel, su esposa,
también muy delicada de salud, murió pocas semanas después.
España
llegó muy tarde al reparto de los territorios coloniales africanos. Aquí no
hubo grandes exploradores como Livingstone o Stanley, ni épicas aventuras de
descubrimiento como las de Burton y Speake en los lagos del África Oriental.
Sólo el vitoriano Manuel Iradier, a quien se debió la única colonia española en
el África negra, y al final su vida cayó injustamente en el olvido.