ALESSANDRO MALASPINA (1754 – 1809)



Noble y marino italiano al servicio de España, brigadier de la Real Armada, fue célebre por protagonizar uno de los grandes viajes científicos de la Era Ilustrada, la llamada Expedición Malaspina (1788-1794). Tras conspirar para derribar a Godoy, cayó en desgracia, lo que llevó al olvido de sus grandes logros.
Alessandro Malaspina nació en Mulazzo (actual Italia) por aquel entonces parte del Gran Ducado de Toscaza. Sus padres fueron el marqué Carlo Morelo y Caterina Meli Lupi di Soragna. Entre 1762 y 1765 él y su familia vivieron en Palermo, bajo la protección de su tío, el virrey de Sicilia Giovanni Fogliani d’Aragona.
De 1765 a 1773 estudió en el Colegio Clementino de Roma, aceptando ingresar en la Orden de Malta, donde vivió un año y aprendió rudimentos de navegación en la flota de la Orden. Después, ingresó en la Marina Real española. El 18 de noviembre de 1774 recibió el grado de guardiamarina.

AL SERVICIO DE ESPAÑA
A partir de 1775 tomó parte en varias acciones armadas en el norte de África (una de ellas, en enero de 1775, una expedición en auxilio de Melilla, asediada por piratas berberiscos). En los años siguientes, a bordo de la fragata Astrea, participó en un viaje a las islas Filipinas, rodeando el cabo de Buena Esperanza, al sur del continente africano. Durante el mismo fue ascendido a teniente de fragata (1778). Tomó parte en varias acciones contra los británicos en 1780, tras lo cual fue ascendido a teniente de navío.
Al filo del año 1782 fue denunciado ante la Inquisición como hereje, pero no fue encarcelado ni juzgado. Aquel mismo año tomó parte en el gran asedio a Gibraltar.
En los años siguientes, como segundo del comandante de la fragata Nuestra Señora de la Asunción, llevó a cabo un segundo viaje a las Filipinas. De septiembre de 1786 a mayo de 1788, al mando de la fragata Astrea hizo un tercer viaje a las islas Filipinas, comisionado por la Real Compañía de Filipinas. En esta ocasión se trató de dar una vuelta al mundo.
En septiembre de 1788, junto con su colega José de Bustamante, propuso al gobierno español organizar una expedición político-científica con el fin de visitar las posesiones españolas en América y Asia.

ANTECEDENTES DEL GRAN VIAJE
La intensa actividad de exploración del Pacífico desarrollada por Francia e Inglaterra a fines del siglo XVIII provocó la reacción del reino de España. Desde que la expedición de Magallanes cruzó el Pacífico y descubrió las Filipinas, España había considerado el Mar del Sur como de su exclusiva propiedad, controlando las Filipinas e el oeste y la casi totalidad de su orilla este, desde Chile hasta California. Pero la injerencia de otras naciones no fue la principal razón de la Expedición Malaspina. Fue fundamentalmente el carácter científico de las exploraciones francesas e inglesas lo que provocó una respuesta de los intelectuales españoles. Era evidente el deseo de emular los viajes de Cook y La Perouse a través de un océano que durante dos siglos y medio fue considerado un mar español.
Al respecto, el historiador Felipe Fernández Armesto señala que:
“La monarquía española de la época dedicaba al desarrollo científico un presupuesto incomparablemente superior al del resto de naciones europeas. El imperio del Nuevo Mundo era un vasto laboratorio para la experimentación y una inmensa fuente de muestras. Carlos III amaba todo lo referente a la ciencia y la técnica, de la relojería a la arqueología, de los globos aerostáticos a la silvicultura. En las últimas cuatro décadas del siglo XVIII, una asombrosa cantidad de expediciones científicas recorrieron el imperio español. Expediciones botánicas a Nueva Granada, México, Perú y Chile reuniendo un completo muestrario de la flora americana. La más ambiciosa de aquellas expediciones fue un viaje hasta América y a través del Pacífico por un súbdito español de origen napolitano, llamado Alessandro Malaspina”.
Los propósitos de la expedición serían los siguientes: incrementar el conocimiento sobre ciencias naturales (botánica, zoología y geología), realizar observaciones astronómicas y construir cartas hidrográficas para las regiones más remotas de América. Aquel singular proyecto recibió la aprobación de Carlos III, dos meses exactos antes de su muerte.

LA EXPEDICIÓN MALASPINA
La expedición, que contaba con las corbetas Atrevida y Descubierta, zarpó de Cádiz el 30 de julio de 1789, llevando a bordo a los más expertos astrónomos e hidrógrafos de la Marina Española, como Juan Gutierrez de la Concha, acompañados también por grandes naturalistas y dibujantes, como el profesor de pintura José del Pozo, los pintores José Guío y Fernando Brambila, el dibujante y cronista Tomás de Suria, el botánico Luis Née y los naturalistas Antonio Pineda y Tadeo Haenke. La calidad de la tripulación no se reducía a su dotación científica: asimismo participó en la expedición Alcalá Galiano, quien moriría heroicamente en Trafalgar.
Los navíos fueron diseñados y construidos especialmente para el viaje y fueron bautizados por Malaspina en honor de los navíos de James Cook, Resolution y Discovery (Atrevida y Descubierta).
Después de fondear durante unos días en las islas Canarias, navegaron por las costas de Sudamérica hasta el Río de la Plata, llegando a Montevideo el 20 de septiembre. De ahí, siguieron hasta las islas Malvinas, recalando antes en la Patagonia. Doblaron el cabo de Hornos y pasaron al océano Pacífico, explorando la costa y recalando en la isla de Chiloé, además de Talcahuano, Valparaíso, Santiago de Chile, Islas Desventuradas, El Callao, Guayaquil y Panamá, para alcanzar finalmente Acapulco en abril de 1791.
Al llegar allí, recibieron el encargo del rey Carlos IV de encontrar el Paso del Noroeste, que se suponía unía los océanos Pacífico y Atlántico. Malaspina, en lugar de visitar Hawai como pretendía, siguió las órdenes del rey, llegando hasta la bahía de Yakutat y el fiordo Prince William (Alaska), donde se convencieron de que no había tal paso. Volvió hacia el sur, hasta Acapulco (a donde arribó el 19 de octubre de 1791), después de haber pasado por el puesto español de Nutra, en la isla de Vancouver, y el de Monterrey en California.
En Acapulco, el virrey de Nueva España ordenó a Malaspina reconocer y cartografiar el estrecho de Juan de Fuca, al sur de Nutka. Malaspina requisó dos pequeños navíos, la Sutil y la Mexicana, poniéndolos bajo el mando de dos de sus oficiales. Alcalá Galiano y Cayetano Valdés. Dichos barcos dejaron la expedición y se dirigieron al estrecho de Juan de Fuca para cumplir la orden.
El resto de la expedición puso rumbo al Pacífico, navegando luego a través de las islas Marshall y las Marianas, y fondeando en Manila (Filipinas) en marzo de 1792. Allí las corbetas se separaron. Mientras que la Atrevida se dirigió a Macao, la Descubierta exploró las costas filipinas. En Manila moriría por unas fiebres el botánico Antonio Pineda.
Reunidas de nuevo, en noviembre de 1792, ambas corbetas dejaron Filipinas y navegaron a través de las islas Célebes y las Molucas, dirigiéndose con posterioridad a la isla Sur de Nueva Zelanda (25 febrero de 1793), cartografiando el fiordo de Doubtful Sound. La siguiente escala fue la colonia británica de Sydney, desde donde volvieron al puerto de El Callao, tocando en la isla de Vava’u y desde allí, por el cabo de Hornos, volviendo a fondear en las islas Malvinas.
A principios de 1794, la corbeta Atrevida comandada por el capitán de navío José de Bustamante, se separó de su nave gemela en las Malvinas y se dirigió a verificar los descubrimientos de las Antillas del Sur, así como los de las islas San Pedro (actualmente más conocidas como Georgias del Sur). La Atrevida reconoció las exactas coordenadas de las islas Aurora; avistó a la principal de las Cormorán el 20 de febrero de dicho año, avistando seguidamente a todas las otras islas, incluidas las Rocas Negras, regresando a Cádiz el 21 de septiembre de 1794.
La expedición levantó mapas, compuso catálogos minerales y de flora, y realizó otras investigaciones científicas. Pero no abordó simplemente cuestiones relativas a la geografía o la historia natural. En cada escala, los miembros de la expedición establecieron inmediato contacto con las autoridades locales y eventuales científicos para ampliar las tareas de investigación.

REGRESO Y CAÍDA EN DESGRACIA
A su regreso a España, Malaspina presentó su informe: Viaje político-científico alrededor del mundo, que incluía un informe político-confidencial, con observaciones críticas acerca de las instituciones coloniales españolas y favorable a la concesión de una amplia autonomía a las colonias españolas americanas y del Pacífico, dentro de una confederación de estados relacionados mediante el comercio.
En septiembre de 1795, envió al gobierno español sus escritos, pero éste juzgó poco oportuna su publicación en la situación política entonces existente. Había decidido meterse en política, pero el tiempo transcurrido lejos de la Corte y la falta de confianza del nuevo monarca, unido a que la memoria del viaje de exploración no tuvo a su llegada el éxito esperado, darían al traste con sus ambiciones. Desencantado, Malaspina tomó parte en una conspiración para derribar a Manuel Godoy, lo que condujo a su arresto. Tras un juicio dudoso el que fue acusado de revolucionario y conspirador, fue condenado a diez años de prisión en el castillo de San Antón de La Coruña. Lo que las terribles tormentas tropicales no habían conseguido, lo lograría la enemistad y la envidia de Godoy. Un injusto proceso político tiró por la boda los esfuerzos de su vida de oficial e ilustrado explorador.
Durante su encarcelamiento, Malaspina escribió ensayos sobre estética, economía y literatura.
No llegó a cumplir la totalidad de la condena, pues a finales de 1802 fue puesto en libertad debido a las presiones de Napoleón y deportado a Italia. Malaspina partió para su localidad natal a través de Génova, asentándose finalmente en Pontremoli, a diez kilómetros de Mulazzo. Allí se involucró en la política local.
En 1804 se desplazó a Milán, capital de la República italiana. En diciembre de aquel año, el gobierno le encargó la organización de la cuarentena entre la República y el reino de Etruria durante una epidemia de fiebre amarilla en Livorno. En 1805 fue nombrado miembro del Consejo de Estado del napoleónico reino de Italia (en el que se había transformado la República italiana).
Alessandro Malaspina murió en Pontremoli en 1809 de un ataque al corazón.

SU LEGADO
Hasta el siglo XX la historia no ha sabido apreciar la verdadera magnitud de la empresa de Alessandro Malaspina, cuyos objetivos de superar los logros científicos de ingleses y franceses, fueron plenamente cumplidos. Tan sólo recientemente se ha comenzado a reconocer el valor de la información obtenida en la expedición Malaspina, cumbre de la ilustración española, pero aún sigue siendo oscurecida en la historia por los viajes de Cook, de La Perouse o de Bouganville, que, como señalan los expertos “siguen teniendo el papel predominante en el discurso y en la imaginación de los historiadores”.
En reconocimiento a la aportación de Malaspina, diversas instituciones españolas pusieron en marcha una gran expedición científica de circunnavegación que recibe su nombre.