Noble
y marino italiano al servicio de España, brigadier de la
Real Armada, fue célebre por protagonizar
uno de los grandes viajes científicos de la Era Ilustrada, la llamada
Expedición Malaspina (1788-1794). Tras conspirar para derribar a Godoy, cayó en
desgracia, lo que llevó al olvido de sus grandes logros.
Alessandro
Malaspina nació en Mulazzo (actual Italia) por aquel entonces parte del Gran
Ducado de Toscaza. Sus padres fueron el marqué Carlo Morelo y Caterina Meli
Lupi di Soragna. Entre 1762 y 1765 él y su familia vivieron en Palermo, bajo la
protección de su tío, el virrey de Sicilia Giovanni Fogliani d’Aragona.
De
1765 a
1773 estudió en el Colegio Clementino de Roma, aceptando ingresar en la Orden de Malta, donde vivió
un año y aprendió rudimentos de navegación en la flota de la Orden. Después, ingresó en la Marina Real española. El 18 de
noviembre de 1774 recibió el grado de guardiamarina.
AL SERVICIO DE ESPAÑA
A
partir de 1775 tomó parte en varias acciones armadas en el norte de África (una
de ellas, en enero de 1775, una expedición en auxilio de Melilla, asediada por
piratas berberiscos). En los años siguientes, a bordo de la fragata Astrea, participó en un viaje a las
islas Filipinas, rodeando el cabo de Buena Esperanza, al sur del continente
africano. Durante el mismo fue ascendido a teniente de fragata (1778). Tomó
parte en varias acciones contra los británicos en 1780, tras lo cual fue
ascendido a teniente de navío.
Al
filo del año 1782 fue denunciado ante la Inquisición como hereje, pero no fue encarcelado
ni juzgado. Aquel mismo año tomó parte en el gran asedio a Gibraltar.
En
los años siguientes, como segundo del comandante de la fragata Nuestra Señora de la Asunción, llevó a
cabo un segundo viaje a las Filipinas. De septiembre de 1786 a mayo de 1788, al
mando de la fragata Astrea hizo un
tercer viaje a las islas Filipinas, comisionado por la Real Compañía de Filipinas. En
esta ocasión se trató de dar una vuelta al mundo.
En
septiembre de 1788, junto con su colega José de Bustamante, propuso al gobierno
español organizar una expedición político-científica con el fin de visitar las
posesiones españolas en América y Asia.
ANTECEDENTES DEL GRAN VIAJE
La
intensa actividad de exploración del Pacífico desarrollada por Francia e
Inglaterra a fines del siglo XVIII provocó la reacción del reino de España.
Desde que la expedición de Magallanes cruzó el Pacífico y descubrió las
Filipinas, España había considerado el Mar del Sur como de su exclusiva
propiedad, controlando las Filipinas e el oeste y la casi totalidad de su
orilla este, desde Chile hasta California. Pero la injerencia de otras naciones
no fue la principal razón de la Expedición Malaspina.
Fue fundamentalmente el carácter científico de las exploraciones francesas e
inglesas lo que provocó una respuesta de los intelectuales españoles. Era
evidente el deseo de emular los viajes de Cook y La Perouse a través de un
océano que durante dos siglos y medio fue considerado un mar español.
Al
respecto, el historiador Felipe Fernández Armesto señala que:
“La monarquía española de la época dedicaba al
desarrollo científico un presupuesto incomparablemente superior al del resto de
naciones europeas. El imperio del Nuevo Mundo era un vasto laboratorio para la
experimentación y una inmensa fuente de muestras. Carlos III amaba todo lo
referente a la ciencia y la técnica, de la relojería a la arqueología, de los
globos aerostáticos a la silvicultura. En las últimas cuatro décadas del siglo
XVIII, una asombrosa cantidad de expediciones científicas recorrieron el
imperio español. Expediciones botánicas a Nueva Granada, México, Perú y Chile
reuniendo un completo muestrario de la flora americana. La más ambiciosa de
aquellas expediciones fue un viaje hasta América y a través del Pacífico por un
súbdito español de origen napolitano, llamado Alessandro Malaspina”.
Los
propósitos de la expedición serían los siguientes: incrementar el conocimiento
sobre ciencias naturales (botánica, zoología y geología), realizar
observaciones astronómicas y construir cartas hidrográficas para las regiones
más remotas de América. Aquel singular proyecto recibió la aprobación de Carlos
III, dos meses exactos antes de su muerte.
LA
EXPEDICIÓN
MALASPINA
La
expedición, que contaba con las corbetas Atrevida y Descubierta, zarpó de Cádiz
el 30 de julio de 1789, llevando a bordo a los más expertos astrónomos e
hidrógrafos de la Marina Española,
como Juan Gutierrez de la
Concha, acompañados también por grandes naturalistas y
dibujantes, como el profesor de pintura José del Pozo, los pintores José Guío y
Fernando Brambila, el dibujante y cronista Tomás de Suria, el botánico Luis Née
y los naturalistas Antonio Pineda y Tadeo Haenke. La calidad de la tripulación
no se reducía a su dotación científica: asimismo participó en la expedición
Alcalá Galiano, quien moriría heroicamente en Trafalgar.
Los
navíos fueron diseñados y construidos especialmente para el viaje y fueron
bautizados por Malaspina en honor de los navíos de James Cook, Resolution y Discovery (Atrevida y
Descubierta).
Después
de fondear durante unos días en las islas Canarias, navegaron por las costas de
Sudamérica hasta el Río de la
Plata, llegando a Montevideo el 20 de septiembre. De ahí,
siguieron hasta las islas Malvinas, recalando antes en la Patagonia. Doblaron
el cabo de Hornos y pasaron al océano Pacífico, explorando la costa y recalando
en la isla de Chiloé, además de Talcahuano, Valparaíso, Santiago de Chile,
Islas Desventuradas, El Callao, Guayaquil y Panamá, para alcanzar finalmente
Acapulco en abril de 1791.
Al
llegar allí, recibieron el encargo del rey Carlos IV de encontrar el Paso del
Noroeste, que se suponía unía los océanos Pacífico y Atlántico. Malaspina, en
lugar de visitar Hawai como pretendía, siguió las órdenes del rey, llegando hasta
la bahía de Yakutat y el fiordo Prince William (Alaska), donde se convencieron
de que no había tal paso. Volvió hacia el sur, hasta Acapulco (a donde arribó
el 19 de octubre de 1791), después de haber pasado por el puesto español de
Nutra, en la isla de Vancouver, y el de Monterrey en California.
En
Acapulco, el virrey de Nueva España ordenó a Malaspina reconocer y cartografiar
el estrecho de Juan de Fuca, al sur de Nutka. Malaspina requisó dos pequeños
navíos, la Sutil y la Mexicana,
poniéndolos bajo el mando de dos de sus oficiales. Alcalá Galiano y Cayetano
Valdés. Dichos barcos dejaron la expedición y se dirigieron al estrecho de Juan
de Fuca para cumplir la orden.
El
resto de la expedición puso rumbo al Pacífico, navegando luego a través de las
islas Marshall y las Marianas, y fondeando en Manila (Filipinas) en marzo de
1792. Allí las corbetas se separaron. Mientras que la Atrevida
se dirigió a Macao, la Descubierta exploró
las costas filipinas. En Manila moriría por unas fiebres el botánico Antonio Pineda.
Reunidas
de nuevo, en noviembre de 1792, ambas corbetas dejaron Filipinas y navegaron a
través de las islas Célebes y las Molucas, dirigiéndose con posterioridad a la
isla Sur de Nueva Zelanda (25 febrero de 1793), cartografiando el fiordo de
Doubtful Sound. La siguiente escala fue la colonia británica de Sydney, desde
donde volvieron al puerto de El Callao, tocando en la isla de Vava’u y desde
allí, por el cabo de Hornos, volviendo a fondear en las islas Malvinas.
A
principios de 1794, la corbeta Atrevida
comandada por el capitán de navío José de Bustamante, se separó de su nave
gemela en las Malvinas y se dirigió a verificar los descubrimientos de las
Antillas del Sur, así como los de las islas San Pedro (actualmente más
conocidas como Georgias del Sur). La Atrevida
reconoció las exactas coordenadas de las islas Aurora; avistó a la principal de
las Cormorán el 20 de febrero de dicho año, avistando seguidamente a todas las
otras islas, incluidas las Rocas Negras, regresando a Cádiz el 21 de septiembre
de 1794.
La
expedición levantó mapas, compuso catálogos minerales y de flora, y realizó
otras investigaciones científicas. Pero no abordó simplemente cuestiones
relativas a la geografía o la historia natural. En cada escala, los miembros de
la expedición establecieron inmediato contacto con las autoridades locales y
eventuales científicos para ampliar las tareas de investigación.
REGRESO Y CAÍDA EN DESGRACIA
A
su regreso a España, Malaspina presentó su informe: Viaje político-científico alrededor del mundo, que incluía un
informe político-confidencial, con observaciones críticas acerca de las
instituciones coloniales españolas y favorable a la concesión de una amplia
autonomía a las colonias españolas americanas y del Pacífico, dentro de una
confederación de estados relacionados mediante el comercio.
En
septiembre de 1795, envió al gobierno español sus escritos, pero éste juzgó
poco oportuna su publicación en la situación política entonces existente. Había
decidido meterse en política, pero el tiempo transcurrido lejos de la Corte y la falta de
confianza del nuevo monarca, unido a que la memoria del viaje de exploración no
tuvo a su llegada el éxito esperado, darían al traste con sus ambiciones.
Desencantado, Malaspina tomó parte en una conspiración para derribar a Manuel
Godoy, lo que condujo a su arresto. Tras un juicio dudoso el que fue acusado de
revolucionario y conspirador, fue condenado a diez años de prisión en el
castillo de San Antón de La Coruña. Lo
que las terribles tormentas tropicales no habían conseguido, lo lograría la
enemistad y la envidia de Godoy. Un injusto proceso político tiró por la boda
los esfuerzos de su vida de oficial e ilustrado explorador.
Durante
su encarcelamiento, Malaspina escribió ensayos sobre estética, economía y
literatura.
No
llegó a cumplir la totalidad de la condena, pues a finales de 1802 fue puesto
en libertad debido a las presiones de Napoleón y deportado a Italia. Malaspina
partió para su localidad natal a través de Génova, asentándose finalmente en
Pontremoli, a diez kilómetros de Mulazzo. Allí se involucró en la política
local.
En
1804 se desplazó a Milán, capital de la República italiana. En diciembre de aquel año, el
gobierno le encargó la organización de la cuarentena entre la República y el reino de
Etruria durante una epidemia de fiebre amarilla en Livorno. En 1805 fue
nombrado miembro del Consejo de Estado del napoleónico reino de Italia (en el
que se había transformado la
República italiana).
Alessandro
Malaspina murió en Pontremoli en 1809 de un ataque al corazón.
SU LEGADO
Hasta
el siglo XX la historia no ha sabido apreciar la verdadera magnitud de la
empresa de Alessandro Malaspina, cuyos objetivos de superar los logros
científicos de ingleses y franceses, fueron plenamente cumplidos. Tan sólo
recientemente se ha comenzado a reconocer el valor de la información obtenida
en la expedición Malaspina, cumbre de la ilustración española, pero aún sigue
siendo oscurecida en la historia por los viajes de Cook, de La Perouse o de Bouganville,
que, como señalan los expertos “siguen
teniendo el papel predominante en el discurso y en la imaginación de los
historiadores”.
En
reconocimiento a la aportación de Malaspina, diversas instituciones españolas
pusieron en marcha una gran expedición científica de circunnavegación que
recibe su nombre.