JOHANN LUDWIG BURCKHARDT


(1784 – 1817)

Nacido en Lausanne (Suiza), fue el octavo hijo de una familia suiza que se exilió en Alemania, después de que su padre fuera acusado falsamente de conspirar contra Napoleón. Estudió en Leipzig y Göttingen y después se trasladó a Inglaterra en 1806.
El profesor Blumenbach de Göttingen le proporcionó una carta de presentación para Sir Joseph Banks, presidente de la Royal Society. En aquella época, algunas entidades bancarias solían ser miembros prominentes de la Asociación para promover descubrimientos en el interior del continente africano (generalmente conocida como Asociación Africana) y financiaban los proyectos más interesantes. En el caso concreto de Burckhardt se le contrató para buscar la fuente del río Níger. Con anterioridad, esta misión ya había costado la vida de los seis jóvenes que se había enviado a cruzar el desierto del Sahara.
La Asociación quería a alguien que pudiera hacerse pasar por un nativo para poder utilizar las rutas comerciales árabes sin problemas y de tal modo explorar el noreste de África. Encontrar la fuente del Níger y, además, situar la ubicación de la legendaria ciudad de Tombuctú, había sido uno de los principales objetivos de esta asociación desde su fundación. Burckhardt firmó en 1809 por ocho años con un salario de media guinea por día durante los tres primeros años, subiendo a una guinea diaria para el resto, más los gastos. Antes de partir, sin embargo, fue enviado a Cambridge para estudiar árabe, química, astronomía, mineralogía, medicina y cirugía. Durante todo este tiempo, se dedicó a dormir en el suelo, dar largos paseos en los días más calurosos y comer sólo vegetales, todo ello con la finalidad de irse acostumbrando a las dificultades que tendría que soportar.

VIAJE A SIRIA Y TRANSJORDANIA
Burckhardt viajó primero a Malta y después Alepo en Siria para estudiar la ley musulmana y árabe. A tal efecto empezó por crearse para sí mismo una nueva identidad, convirtiéndose en comerciante hindustani con el nombre de Sheikh Ibrahim Ibn Abdallah. Mantuvo esta nueva identidad para el resto de su vida y parece que nunca fue desenmascarado. Se sabe que en cierta ocasión fue cuestionada su personalidad y al pedirle que hablara en hindustani, respondió en alemán. Una fanfarronada que, al parecer, le funcionó bien.

 
Permaneció en Siria dos años y medio (seis meses más de lo previsto inicialmente), sobre todo en Alepo, con una estancia de tres meses en Damasco.
Burckhardt planeó un viaje corto a zonas rurales para estudiar a los beduinos y su cultura. Se puso bajo la protección del Jeque Duehy Ryeiben, de quien llegó a informar que conocía a los principales comerciantes de Bagdad, firmando con él un acuerdo por escrito, el cual fue ratificado por otros comerciantes en calidad de testigos, garantizándole su seguridad personal bajo su protección.
Lo realmente cierto fue que Burckhardt resultó engañado y quien debía cuidarle acabó convirtiéndose en un ladrón que se apropió de todas sus pertenencias. Aceptando el incidente como una circunstancia del destino -Burckhardt no era un hombre precisamente de carácter fuerte- llegó a manifestar resignado que “Un reloj y un compás son los únicos artículos que yo sentí haber perdido y respecto al dinero, me quedé sin una sola moneda en el bolsillo”. Incluso resumió de forma positiva: “A pesar de estas decepciones, que suelen suceder a los viajeros que atraviesan estos países, mi viaje a Tadmor (la actual Palmira) me ha dado muchas satisfacciones”.
Burckhardt llegó a describir que, en la ruta de las legendarias caravanas de Oriente y más allá de Damasco, cruzando a través de interminables y rocosas llanuras desérticas surgió de improviso y como un espejismo el oasis de Tadmor, del que emergían con sobria majestuosidad las ruinas de la antigua ciudad como testimonio de su pasado lleno de esplendor. Un lugar excepcional perdido en medio del desolado paisaje pétreo, cuya extraña belleza suscitaba mil fantasías.
Burckhardt pudo haber sido brillante desde el punto de vista académico, pero no parecía tener demasiada experiencia en el trato personal y muy especialmente con los nativos que fue encontrando en su camino, pero tenía, eso sí, las virtudes de la paciencia y la perseverancia.
Una vez más se puso bajo la protección de otro jeque, en esta ocasión el Jeque Sokhne, cuando se propuso explorar la zona de Transjordania. El resultado fue humillante y de nuevo fue saqueado sin contemplaciones (incluso le quitaron parte de sus vestiduras). A él le pareció vergonzoso informar sobre aquel nuevo incidente y ni siquiera escribió a su casa para explicarlo. De aquella etapa sólo existe constancia de que llegó a contactar con la Compañía de las Indias Orientales en demanda de ayuda.
Aún fue víctima de otro asalto cerca de Kerak, sin embargo, lejos de abandonar la misión encomendada, perseveró en su entusiasmo y cierto día le llamó poderosamente la atención escuchar a unas tribus locales que hablaban de unas ruinas cercanas.
Sin tan siquiera sospecharlo, Burckhardt estaba a punto de descubrir Petra, la antigua ciudad nabatea perdida en la inmensidad del desierto.

PETRA
En lugar de seguir el camino más directo, prefirió dar un rodeo a través del Wadi Musa. Y ante los escépticos beduinos que se encontró en el desierto, quienes posiblemente llegaron a sospechar que fuese un infiel en busca de tesoros perdidos, utilizó la excusa de que había hecho un voto para sacrificar una cabra en la tumba de Aaron, en una colina cercana. En sus notas llegó a escribir: “De tal forma el guía que me acompañaba no tendría nada que oponer”.
No obstante, el nativo desconfió de las palabras de Burckhardt y le acuso de ser un infiel que quizá tenía algún interés en la ciudad de sus antepasados, pretendiendo sacar algún tesoro, cosa que no le iban a permitir dado que la ciudad se encontraba en su territorio y les pertenecía.
Burckhardt hizo caso omiso de cuanto le dijo el beduino y en ocasiones efectuaba ofrendas y rezos, y se alejaba simulando meditar. Y todo para desconcertar a su guía. En realidad, al quedarse solo lo que hacía era tomar notas, apuntando todos los detalles que le eran posibles.

En sus escritos hablaba de una ciudad escondida tras un cañón. Restos de una civilización perdida, excavada totalmente en rocas naturales, ruinas que mostraban templos, teatros, calles… La señal de la entrada le condujo a través del Siq, una estrecha y sobrecogedora garganta que lleva al interior de la antigua ciudad. “Una vez dentro del cañón, las paredes acantiladas parecen cerrarse cuando sobreviene lo inesperado; el paisaje se ensancha y aparece el asombroso monumento que domina la ciudad”.
Esto sucedía en el verano de 1812 y de esta forma lo describió el propio Burckhardt en sus anotaciones:
“Después de dos días largos de viaje y en ruta hacia el noreste de Akaba, cerca del valle del Djebel Shera y en el lado oriental de la Araba, en el llamado Wadi Musa, llegue a un lugar muy interesante por sus antigüedades y los restos de una milenaria ciudad que supuse sería Petra, la capital de la Arabia pétrea. Un lugar que, hasta donde yo sé, ningún viajero europeo ha visitado alguna vez.
En la piedra arenisca roja de que el valle se compone, existen más de 250 sepulcros completamente cortados de la piedra, algunos de ellos con ornamentos griegos. Hay un mausoleo en forma de templo, el cual tiene unas dimensiones colosales y está bien conservado. Existen otros mausoleos con obeliscos, al parecer de estilo egipcio, así como un anfiteatro entero recortado en piedra, los restos de un palacio y varios templos. En la cúspide de la montaña que cierra el valle estrecho y en su lado occidental, es donde se encuentra la tumba de Aaron (Haroun), de gran veneración por parte de los árabes”.
Lo que sí parece claro es que Burckhardt era consciente de su conocimiento de Petra debido a la literatura clásica. De hecho él reconoció las ruinas de la ciudad simplemente al describir la situación en la que se encontraba.

SUS ÚLTIMOS VIAJES
Después del viaje a Petra, a finales de 1812 se retiró en El Cairo con la intención de seguir estudiando árabe y la Sharía, el código de conducta islámico, antes de dirigirse al oeste a través de Libia, para seguir buscando las fuentes del río Níger.
Durante este periodo emprendió varios viajes y siempre camuflado, fingiendo ser Sheikh Ibrahim. Sin percatarse de que él ya había realizado el descubrimiento que siempre sería considerado como su legado más importante, se convirtió con el paso del tiempo en un explorador mucho más experimentado, habiendo endurecido su carácter y encontrándose mejor dispuesto para afrontar difíciles situaciones frente al medio muchas veces hostil en el que solía desarrollar su trabajo.
Burckhardt viajó por el Nilo en varias ocasiones, llegando hasta Shendy, al norte de Sudán. Durante estos viajes tuvo la oportunidad de redescubrir Abu Simbel, contemplando allí las extraordinarias esculturas de Ramsés. Un mundo fascinante transformado en piedra y en torno al que todos los adjetivos quedan empequeñecidos. No satisfecho con ello, se convirtió en el primer europeo en viajar a las ciudades santas de La Meca y Medina, haciéndose pasar por un mendigo y llegando a impresionar con su conocimiento de la ley coránica.
Finalmente, Burckhardt se sintió preparado para iniciar su ansiada expedición hacia las fuentes del río Níger. Su proceso de aprendizaje había sido largo y difícil y, por otra parte, se había gastado todo el dinero que recibiera de la Asociación Africana.
Convertido en gran viajero, un hombre que hablaba con fluidez el árabe y además era un respetado experto en la ley coránica y su interpretación, regresó a El Cairo y comenzó a organizar su siguiente exploración de las fuentes del Níger. Apenas once días después de su estancia en la capital egipcia, Burckhardt falleció a causa de una disentería. Tenía 33 años.
Fue enterrado en una tumba bajo el nombre de Sheikh Ibrahim.
Aunque su familia siempre lo negó, llegaron a existir evidencias de su conversión al Islam.
Artículos y cartas de Burckhardt fueron publicados de forma póstuma en cinco volúmenes, así como diferentes libros que constituyen su magnífico legado:
-       Viajes en Nubia (1819) a manera de memoria biográfica.
-       Viajes por Siria y Tierra Santa (1822), describiendo la ciudad de Petra.
-       Viaje por Arabia (1829)
-       Proverbios árabes y costumbres de los egipcios modernos (1830).
-       Notas sobre los beduinos y wahabys (1831).