MARY KINGSLEY (1862 – 1900)



Cuando África no era otra cosa que una amenaza oscura o un apetitoso objetivo para los intereses coloniales, Mary Kingsley se animó a encarar la fascinación de lo desconocido. El camino, sin embargo, no fue sencillo: “El soplo del viento es tan poco humano como yo. Siempre he debido preocuparme por las necesidades de los otros. He visitado sus alegrías y sus tormentos. Siempre he debido luchar para sentarme a su lado y aprovechar un poco del calor humano. Los amo mucho, pero no espero reciprocidad”.
Esta confesión no proviene de una mujer resignada, sino de alguien que luchó con toda su alma por sostener su lugar en el mundo. En esta confidencia se encierra la marca que persiguió por siempre la condición femenina de Mary Kingsley. Esta percepción que la acompañó durante toda su vida tiene su origen en el destino de su origen social, como hija bastarda de un médico y una cocinera. George, su padre, pertenecía a la burguesía intelectual, y su hermano, Charles Kingsley, amigo de Dickens, había logrado cierta reputación como ensayista, escritor y novelista.

UN ESPÍRITU AVENTURERO
Mary Kingsley nació en Islington (Londres) y era hija de George Kingsley, doctor en medicina, naturalista y escritor de viajes. Su madre había sido criada de la casa de su padre y se casaron solamente cuatro días antes de que naciera Mary.
Su madre era inválida y la sociedad victoriana esperaba de Mary que permaneciera en el país y se ocupara de ella. Ella tenía pocos estudios, pero contaba con la inmensa suerte de poder acceder a la extensa biblioteca de su padre, gozando de la oportunidad de escuchar sus relatos sobre países extranjeros. A pesar de la falta de una educación formal, ya que su padre no consideraba que la mujer debía educarse, acabó convirtiéndose en una experta en el siglo XIX acerca del África occidental.
Mary se educó en su propia casa, interesándose en la historia natural y la etnología, pero tuvo clases en alemán para permitirse traducir el trabajo de su padre. En 1880 la familia de Mary se mudó a Cambridge, donde ella tuvo la oportunidad de conocer el trabajo de Charles Darwin y T.H.Huxley.
Creció entre dos polos: por un lado, la educación marcada por su madre, de la que heredó para el resto de sus días un fuerte acento cokney; por otro, el pequeño mundo bien pensante, con toda una corte de periodistas y escritores que hablaban de otra vida posible. Entre las tareas domésticas que dominaban entonces su existencia, encontró geografías mágicas sobre las que se apuraba por adivinar una realidad. Las lecturas le proporcionaban una materia prima que alimentaba su imaginación, en tanto que las aventuras de los expedicionarios (Livingstone, Brazza, Stanley) la animaban a enfrentarse a la naturaleza sedentaria y salir a conocer el mundo.
Cuidó de sus padres hasta que fallecieron y poco más tarde su hermano partió hacia Birmania, por lo que Mary tuvo al fin absoluta libertad.
Al verse de pronto sin responsabilidades, su afán investigador dejó paso al espíritu aventurero, y decidió embarcarse sola rumbo a África, con la declarada intención de concluir un libro inacabado de su padre sobre fetiches religiosos y sacrificios rituales en sociedades primitivas.
En 1892 pasó unas vacaciones que le sirvieron de aclimatación en las islas Canarias, donde se reafirmó su espíritu aventurero. Siendo consciente de que uno de los mayores peligros a los que debería enfrentarse sería una lista interminable de enfermedades, hizo un curso de enfermería antes de partir.
Aquel viaje a las Canarias fue una suerte de punto de partida hacia objetivos mayores: la costa occidental de África.
El área que Mary Kingsley deseaba explorar, y llegó a amar, sería inmortalizada más tarde en la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas. El Congo por aquel entonces estaba considerado como un lugar terrible calificado como “la tumba del hombre blanco”, por la variedad de enfermedades letales que contenía.
Mary consiguió pasaje en un carguero y partió de Liverpool en agosto de 1893. Tras unas semanas de navegación costera, desembarcó en Sao Paulo de Luanda, en la actual Angola. Durante su largo viaje al continente negro, el capitán del barco la introdujo en el arte de la navegación. Ella nunca olvidaría la experiencia de pilotar un bajel de dos mil toneladas y reconocería el gran valor de aquellas enseñanzas.
Más tarde convivió un cierto tiempo con los nativos de Cabinda, entre el Congo y Zaire, donde recopiló información sobre sus creencias religiosas. Exploró asimismo lugares poco visitados en aquellas épocas por cualquier explorador europeo.
Comerciando con telas, ron o tabaco, consiguió desplazarse por el Congo, propiedad personal de Leopoldo II de Bélgica, de cuyas atrocidades perpetradas en aquel rincón del planeta dio buena cuenta a su amigo y periodista Edmund D.Morel, quien capitaneó una campaña informativa en contra del terrible rey de los belgas. Se calcula que durante los años de dominio del rey Leopoldo sobre el Congo, fueron exterminados alrededor de diez millones de nativos, la mayoría de ellos esclavizados, mutilados, asesinados o amenazados con la muerte para que trabajaran en la obtención de caucho. El viaje de Mary Kingsley terminó en el protectorado británico de Calabar, actual Nigeria, habiendo viajado por el Congo francés y Gabón, y recabando interesantes datos sobre los ritos religiosos que allí se practicaban.
Regresó a Inglaterra en enero de 1894, pero sabiendo que, tarde o temprano, habría de regresar al continente negro.

SEGUNDO VIAJE A ÁFRICA
Necesitada de dinero para emprender su siguiente periplo, se dirigió al Museo Británico con los especimenes que había traído consigo. Admirado por la calidad de los mismos y la posibilidad de hacerse con muestras de especies hasta entonces desconocidas, el profesor Günther le brindó su apoyo y le cedió todo el material científico que pudiera necesitar. Su segunda baza fue la editorial MacMillan, y a ella se dirigió con el manuscrito de su padre que ella había completado con sus vivencias. Viendo la indudable calidad de la parte escrita por Mary, el editor le ofreció editar sus experiencias y hallazgos científicos a su regreso.
Por último, se le presentó la oportunidad de viajar como dama de compañía de Lady MacDonald, que se dirigía a reunirse con su esposo, el gobernador de Calabar. El 23 de diciembre de 1894 partieron ambas a bordo del trasbordador Batanga y cuando llegaron a Calabar, el gobernador instó a Mary a que les acompañara a la isla española de Fernando Poo, donde él tenía algunos asuntos que resolver. Fue allí donde tuvo ocasión de iniciar sus estudios antropológicos sobre los bubis y tomó unas valiosas fotografías que después serían publicadas en Londres
En aquellos meses de actividad incansable recabó importante información etnológica y científica, recogió conchas, peces, reptiles e insectos en los manglares para el Museo Británico, cuidó de los enfermos de tifus por la epidemia desatada en la zona y visitó a la misionera Mary Slessor, quien le proporcionó información de incalculable valor sobre las costumbres y ritos de los pueblos que habitaban la región.
Su siguiente aventura consistió en remontar el río Ogowé en canoa con la intención de investigar a la tribu fang, los temibles caníbales. Con los fang entabló una relación muy especial, la acogieron e incluso la ayudaron. En su expedición también tuvo algún desagradable encuentro con los gorilas, circunstancia que luego reseñaría en sus libros.
Antes de volver a su país, llegó a escalar los 4.095 metros del monte Camerún por una ruta no hollada por otro europeo.

REGRESO A INGLATERRA
Las noticias de sus aventuras llegaron hasta Inglaterra, de ahí que no fuera nada extraño que a su llegada la estuvieran esperando periodistas impacientes por entrevistarla. Entonces ya era famosa y durante los tres años siguientes recorrió el país dando conferencias sobre la vida en África.
Escribió hasta tres libros relatando sus experiencias en el continente africano: Travels in West África, West African Studies y The store of West África, que fueron un éxito de ventas. El estilo de su obra literaria terminó por conquistar a sus contemporáneos, y no por su exotismo o la pertinencia de sus puntos de vista. Las anécdotas narradas tuvieron una increíble fuerza, capaz de romper con el acartonado aire de las publicaciones científicas de la época.
Mary Kingsley enojó a la iglesia de Inglaterra cuando criticó a los misioneros por pretender cambiar a la gente de África. También habló sobre los diferentes aspectos de la vida africana que causaron impacto en mucha gente, por ejemplo la poligamia. Ella discutió de forma vehemente sobre la idea imperante de que “un negro no era más que un blanco subdesarrollado”. Sin embargo, fue bastante conservadora en otras cuestiones y no apoyó el movimiento del sufragio de las mujeres.
Chamberlain, ministro de colonias, la llamó como consejera, pero Mary rechazó la oferta: no soportaba la vida mundana. En la guerra anglo-boer llegó a ofrecerse como enfermera, siendo entonces cuando, en su tercera estancia en África, el 3 de junio de 1900 murió víctima de unas fiebres tifoideas. Ocurrió en Simon’s Town, donde se hallaba cuidando a unos prisioneros boer. De acuerdo con sus deseos, tras celebrarse unos funerales sus restos fueron arrojados al mar.
Como curiosidad hay que añadir que Mary Henrietta Kingsley realizó todos sus viajes al continente africano con la misma ropa que habría llevado en su país, en la Inglaterra victoriana, y portando una sombrilla.