Cuando
África no era otra cosa que una amenaza oscura o un apetitoso objetivo para los
intereses coloniales, Mary Kingsley se animó a encarar la fascinación de lo
desconocido. El camino, sin embargo, no fue sencillo: “El soplo del viento es tan poco humano como yo. Siempre he debido
preocuparme por las necesidades de los otros. He visitado sus alegrías y sus
tormentos. Siempre he debido luchar para sentarme a su lado y aprovechar un
poco del calor humano. Los amo mucho, pero no espero reciprocidad”.
Esta
confesión no proviene de una mujer resignada, sino de alguien que luchó con
toda su alma por sostener su lugar en el mundo. En esta confidencia se encierra
la marca que persiguió por siempre la condición femenina de Mary Kingsley. Esta
percepción que la acompañó durante toda su vida tiene su origen en el destino
de su origen social, como hija bastarda de un médico y una cocinera. George, su
padre, pertenecía a la burguesía intelectual, y su hermano, Charles Kingsley,
amigo de Dickens, había logrado cierta reputación como ensayista, escritor y
novelista.
UN ESPÍRITU AVENTURERO
Mary
Kingsley nació en Islington (Londres) y era hija de George Kingsley, doctor en
medicina, naturalista y escritor de viajes. Su madre había sido criada de la
casa de su padre y se casaron solamente cuatro días antes de que naciera Mary.
Su
madre era inválida y la sociedad victoriana esperaba de Mary que permaneciera
en el país y se ocupara de ella. Ella tenía pocos estudios, pero contaba con la
inmensa suerte de poder acceder a la extensa biblioteca de su padre, gozando de
la oportunidad de escuchar sus relatos sobre países extranjeros. A pesar de la
falta de una educación formal, ya que su padre no consideraba que la mujer
debía educarse, acabó convirtiéndose en una experta en el siglo XIX acerca del
África occidental.
Mary
se educó en su propia casa, interesándose en la historia natural y la
etnología, pero tuvo clases en alemán para permitirse traducir el trabajo de su
padre. En 1880 la familia de Mary se mudó a Cambridge, donde ella tuvo la
oportunidad de conocer el trabajo de Charles Darwin y T.H.Huxley.
Creció
entre dos polos: por un lado, la educación marcada por su madre, de la que
heredó para el resto de sus días un fuerte acento cokney; por otro, el pequeño mundo bien pensante, con toda una
corte de periodistas y escritores que hablaban de otra vida posible. Entre las
tareas domésticas que dominaban entonces su existencia, encontró geografías
mágicas sobre las que se apuraba por adivinar una realidad. Las lecturas le
proporcionaban una materia prima que alimentaba su imaginación, en tanto que
las aventuras de los expedicionarios (Livingstone, Brazza, Stanley) la animaban
a enfrentarse a la naturaleza sedentaria y salir a conocer el mundo.
Cuidó
de sus padres hasta que fallecieron y poco más tarde su hermano partió hacia
Birmania, por lo que Mary tuvo al fin absoluta libertad.
Al
verse de pronto sin responsabilidades, su afán investigador dejó paso al
espíritu aventurero, y decidió embarcarse sola rumbo a África, con la declarada
intención de concluir un libro inacabado de su padre sobre fetiches religiosos
y sacrificios rituales en sociedades primitivas.
En
1892 pasó unas vacaciones que le sirvieron de aclimatación en las islas
Canarias, donde se reafirmó su espíritu aventurero. Siendo consciente de que
uno de los mayores peligros a los que debería enfrentarse sería una lista
interminable de enfermedades, hizo un curso de enfermería antes de partir.
Aquel
viaje a las Canarias fue una suerte de punto de partida hacia objetivos
mayores: la costa occidental de África.
El
área que Mary Kingsley deseaba explorar, y llegó a amar, sería inmortalizada
más tarde en la novela de Joseph Conrad, El
corazón de las tinieblas. El Congo por aquel entonces estaba considerado
como un lugar terrible calificado como “la tumba del hombre blanco”, por la
variedad de enfermedades letales que contenía.
Mary
consiguió pasaje en un carguero y partió de Liverpool en agosto de 1893. Tras
unas semanas de navegación costera, desembarcó en Sao Paulo de Luanda, en la
actual Angola. Durante su largo viaje al continente negro, el capitán del barco
la introdujo en el arte de la navegación. Ella nunca olvidaría la experiencia
de pilotar un bajel de dos mil toneladas y reconocería el gran valor de
aquellas enseñanzas.
Más
tarde convivió un cierto tiempo con los nativos de Cabinda, entre el Congo y
Zaire, donde recopiló información sobre sus creencias religiosas. Exploró asimismo
lugares poco visitados en aquellas épocas por cualquier explorador europeo.
Comerciando
con telas, ron o tabaco, consiguió desplazarse por el Congo, propiedad personal
de Leopoldo II de Bélgica, de cuyas atrocidades perpetradas en aquel rincón del
planeta dio buena cuenta a su amigo y periodista Edmund D.Morel, quien
capitaneó una campaña informativa en contra del terrible rey de los belgas. Se
calcula que durante los años de dominio del rey Leopoldo sobre el Congo, fueron
exterminados alrededor de diez millones de nativos, la mayoría de ellos
esclavizados, mutilados, asesinados o amenazados con la muerte para que
trabajaran en la obtención de caucho. El viaje de Mary Kingsley terminó en el
protectorado británico de Calabar, actual Nigeria, habiendo viajado por el
Congo francés y Gabón, y recabando interesantes datos sobre los ritos
religiosos que allí se practicaban.
Regresó
a Inglaterra en enero de 1894, pero sabiendo que, tarde o temprano, habría de
regresar al continente negro.
SEGUNDO VIAJE A ÁFRICA
Necesitada
de dinero para emprender su siguiente periplo, se dirigió al Museo Británico
con los especimenes que había traído consigo. Admirado por la calidad de los
mismos y la posibilidad de hacerse con muestras de especies hasta entonces
desconocidas, el profesor Günther le brindó su apoyo y le cedió todo el material
científico que pudiera necesitar. Su segunda baza fue la editorial MacMillan, y
a ella se dirigió con el manuscrito de su padre que ella había completado con
sus vivencias. Viendo la indudable calidad de la parte escrita por Mary, el
editor le ofreció editar sus experiencias y hallazgos científicos a su regreso.
Por
último, se le presentó la oportunidad de viajar como dama de compañía de Lady
MacDonald, que se dirigía a reunirse con su esposo, el gobernador de Calabar.
El 23 de diciembre de 1894 partieron ambas a bordo del trasbordador Batanga y cuando llegaron a Calabar, el
gobernador instó a Mary a que les acompañara a la isla española de Fernando
Poo, donde él tenía algunos asuntos que resolver. Fue allí donde tuvo ocasión
de iniciar sus estudios antropológicos sobre los bubis y tomó unas valiosas fotografías que después serían
publicadas en Londres
En
aquellos meses de actividad incansable recabó importante información etnológica
y científica, recogió conchas, peces, reptiles e insectos en los manglares para
el Museo Británico, cuidó de los enfermos de tifus por la epidemia desatada en
la zona y visitó a la misionera Mary Slessor, quien le proporcionó información
de incalculable valor sobre las costumbres y ritos de los pueblos que habitaban
la región.
Su
siguiente aventura consistió en remontar el río Ogowé en canoa con la intención
de investigar a la tribu fang, los
temibles caníbales. Con los fang
entabló una relación muy especial, la acogieron e incluso la ayudaron. En su
expedición también tuvo algún desagradable encuentro con los gorilas,
circunstancia que luego reseñaría en sus libros.
Antes
de volver a su país, llegó a escalar los 4.095 metros del monte
Camerún por una ruta no hollada por otro europeo.
REGRESO A INGLATERRA
Las
noticias de sus aventuras llegaron hasta Inglaterra, de ahí que no fuera nada
extraño que a su llegada la estuvieran esperando periodistas impacientes por
entrevistarla. Entonces ya era famosa y durante los tres años siguientes
recorrió el país dando conferencias sobre la vida en África.
Escribió
hasta tres libros relatando sus experiencias en el continente africano: Travels in West África, West African Studies
y The store of West África, que fueron un éxito de ventas. El estilo de su
obra literaria terminó por conquistar a sus contemporáneos, y no por su
exotismo o la pertinencia de sus puntos de vista. Las anécdotas narradas
tuvieron una increíble fuerza, capaz de romper con el acartonado aire de las
publicaciones científicas de la época.
Mary
Kingsley enojó a la iglesia de Inglaterra cuando criticó a los misioneros por
pretender cambiar a la gente de África. También habló sobre los diferentes
aspectos de la vida africana que causaron impacto en mucha gente, por ejemplo
la poligamia. Ella discutió de forma vehemente sobre la idea imperante de que
“un negro no era más que un blanco subdesarrollado”. Sin embargo, fue bastante
conservadora en otras cuestiones y no apoyó el movimiento del sufragio de las
mujeres.
Chamberlain,
ministro de colonias, la llamó como consejera, pero Mary rechazó la oferta: no
soportaba la vida mundana. En la guerra anglo-boer llegó a ofrecerse como
enfermera, siendo entonces cuando, en su tercera estancia en África, el 3 de
junio de 1900 murió víctima de unas fiebres tifoideas. Ocurrió en Simon’s Town,
donde se hallaba cuidando a unos prisioneros boer. De acuerdo con sus deseos,
tras celebrarse unos funerales sus restos fueron arrojados al mar.
Como
curiosidad hay que añadir que Mary Henrietta Kingsley realizó todos sus viajes
al continente africano con la misma ropa que habría llevado en su país, en la Inglaterra victoriana,
y portando una sombrilla.