Nacido
el 1 de noviembre de 1845 en Saromberke (Transilvania), era miembro de una
prominente familia húngara, muy activa en la cultura y la política. Su
bisabuelo, antiguo canciller de Transilvania, había fundado la Biblioteca Teleki,
una de las primeras bibliotecas públicas húngaras, que se inauguró en 1802, la
cual alberga en la actualidad más de 200.000 volúmenes de un incalculable
valor.
Samuel
Teleki cursó sus estudios de mineralogía, geología, astronomía y geografía en las
ciudades de Gottingen y Berlín. Hasta cerca de los cuarenta años de edad, fue
un jovial aristócrata húngaro de inmensa riqueza, que se dedicó a administrar
sus propiedades y activos financieros, iniciando su carrera política como
miembro de la Cámara Alta
del Parlamento húngaro en 1881.
Gran
aficionado a la caza, siempre fue un hombre fascinado por los primeros
exploradores africanos. A punto de cerrarse la época de las grandes
exploraciones del interior de África, aún quedaban algunos rincones desconocidos.
En
1886, Samuel Teleki aceptó la sugerencia de su amigo y benefactor, el príncipe
heredero al trono del Imperio Austrohúngaro, Rodolfo de Habsburgo, de
incorporarse a un safari por el África Oriental que estaba planeando para
explorar los territorios del norte del lago Baringo, y además inspeccionar la
región Samburu, así como ascender al Kilimanjaro y el monte Kenya. Se trataba
de explorar las tierras más allá de las que el explorador escocés Joseph
Thomson había alcanzado, con el fin de encontrar el lago del desierto, unos
rumores que anteriores viajeros habían oído, basados en leyendas locales, sobre
la existencia de un mar que se extendía más allá del desierto, rodeado por
tribus de gigantes e islas habitadas por criaturas monstruosas.
Teleki
aceptó encantado hacerse cargo de tan ambiciosa empresa en el continente
africano y junto con su compañero el teniente Ludwig von Höhnel, oficial de la
marina austriaca, se desplazaron a Viena, Trieste, París y Londres, a fin de
realizar los preparativos necesarios.
LA
AVENTURA AFRICANA
Partiendo
de la isla de Zanzíbar en enero de 1887 y una vez en la costa tanzana,
concretamente de la población de Pangani, con cerca de 400 porteadores
remontaron el río Ruvu. Fueron los primeros occidentales de los que hay constancia
que reconocieron una gran parte del valle del Rift de África Oriental.
Teleki
fue el primer explorador blanco en tocar la nieve en el Kilimanjaro (5.895 metros de altitud), en junio de aquel mismo
año, aunque no llegó a la cima. Durante la ascensión aprovechó para tomar
multitud de notas sobre el clima, la presión atmosférica, especies vegetales y
la fauna.
Con
posterioridad se dirigieron hacia el monte Kenya, el cual ascendió hasta los 4.300 metros (por
causa del clima adverso no consiguió tampoco llegar a su cumbre). Algunos
biógrafos aseguran que al atravesar territorio kikuyu (la etnia más numerosa en Kenya) tuvo que enfrentarse a
diversos ataques de los nativos, sufriendo numerosas bajas en su expedición.
Más
tarde se dirigieron hacia el norte, siguiendo el sistema fluvial interior, para
descubrir en marzo de 1888 el último de los grandes lagos de África, conocido
como el mar de jade por el propio Teleki, que lo nombró después en honor de su
amigo como lago Príncipe Rudolf. Dicho lago fue renombrado a partir de 1975
como Turkana, por la tribu que habita en sus orillas.
Las
partidas de Samuel Teleki y Ludwig vin Höhnel en el sur de Etiopía dieron a
conocer un lago más pequeño, Stefanie (nombrado así por la princesa Estefanía
de Bélgica, esposa del príncipe), que en la actualidad se llama Chew Bahir.
Según
las crónicas, Samuel Teleki poseía unas excelentes cualidades y se desenvolvía
con igual soltura en los mercados africanos que en los palacios europeos y
gozaba de un excepcional sentido del humor, tenía siempre un gran poder de
persuasión con los nativos, sabiendo utilizar la diplomacia y la fuerza por un
igual, además de unos buenos reflejos ante cualquier adversidad.
Durante
aquel largo viaje, Teleki y Höhnel realizaron muchas observaciones sobre
diferentes aspectos: el clima, la flora y la fauna de los territorios
visitados. También recogieron más de 400 objetos etnográficos, la mayoría de
ellos procedentes de tribus masai y kikuyu, regresando con una valiosa
colección de plantas y animales.
La
expedición regresó a Mombasa y luego a Zanzíbar, desde donde se trasladaron a
Harar (Etiopía), llegando finalmente a Viena en julio de 1889.
Aquel
viaje no obtuvo los honores que realmente merecía, principalmente porque el
reconocimiento de sus logros por parte de las diferentes potencias europeas
habría supuesto y legitimado, sin duda, posibles reclamaciones de índole
territorial.
Algún
tiempo después, en 1892, Ludwig von Höhnel recibió la propuesta de un joven
millonario neoyorquino, William Astor Chanler, para unirse a él en la
exploración de la región al norte del río Tana, entre el lago Rudolf y el río
Juba. La expedición no tuvo gran éxito, los porteadores abandonaron y von
Höhnel regresó a la costa en camilla tras ser herido por un rinoceronte,
cerrando de esta manera tan poco triunfal la épica historia de la exploración
de Kenya.
El
conde Samuel Teleki volvió al continente africano años más tarde, trató en
balde de volver a subir al Kilimanjaro y acabó dedicándose a cazar.
Volvió
a su vida aristocrática en Hungría y escribió Diarios de África Oriental en húngaro, entre 1886-95, siendo
traducido al inglés. Por su parte, los resultados científicos del viaje fueron
publicados por Ludwig von Höhnel en un libro titulado El descubrimiento de los lagos Rodolfo y Stefanie, traducido al
inglés.
El
conde Samuel Teleki murió en Budapest en 1916 tras una larga enfermedad.