CHARLES ROBERT DARWIN (1809 – 1882) (1ª Parte)




Nacido en Sherewsbury en febrero de 1809, fue el segundo hijo varón de Robert Waring Darwin, médico de fama en la localidad, y de Susana Wedgwood, hija de un célebre ceramista y miembro de la Royal Society. Su abuelo paterno, Erasmus Darwin, fue también un conocido médico e importante naturalista. Tras la muerte de su madre en 1817, su educación transcurrió en una escuela local y en su vejez llegó a recordar su experiencia allí como lo peor que pudo sucederle a su desarrollo intelectual. Ya desde la infancia dio muestras de una extraordinaria afición por la historia natural, algo que él mismo consideró innato y, también de una forma especial, un gran interés por coleccionar cosas diversas (conchas, sellos, monedas, minerales).
Con apenas 16 años Darwin ingresó en la universidad de Edimburgo para estudiar medicina por decisión de su padre, aunque paulatinamente fue dejando de lado sus estudios. A la repugnancia por las operaciones quirúrgicas y a la incapacidad del profesorado por captar su atención, vino a sumarse el creciente convencimiento de que la herencia de su padre le iba a permitir una confortable subsistencia sin necesidad de ejercer una profesión como la de médico. No obstante, su progenitor, evidentemente disgustado, estaba dispuesto a impedir que se convirtiera en un ocioso hijo de familia y de ahí que le enviara al Christ’s College de Cambridge para obtener un grado en letras como primer paso para ordenarse como pastor anglicano
Pero en Cambridge, como antes en Edimburgo, perdió el tiempo por lo que al estudio se refiere, con frecuencia descuidado, para dar satisfacción a su pasión por la caza y por montar a caballo, actividades que ocasionalmente culminaban con cenas y fiestas con sus amigos. Más que de los estudios que se vio obligado a cursar, Darwin extrajo provecho de su asistencia voluntaria a las clases del botánico y entomólogo, el profesor John Stevens Henslow, con quien cultivó una buena amistad, lo cual le reportó un inestimable beneficio, teniendo una influencia directa en algunos acontecimientos que determinarían su futuro.
Durante este periodo estuvo leyendo tres obras que le impactaron: Teología Natural de William Paley, uno de los tratados clásicos en defensa de la adaptación biológica como evidencia del diseño divino a través de las leyes naturales; Un discurso preliminar en el estudio de la filosofía natural de John Herschel, que describía la última meta de la filosofía natural como la comprensión de estas leyes a través del razonamiento inductivo basado en la observación; y finalmente Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente de Alexander von Humboldt. A raíz de aquello, Darwin planeó visitar Tenerife con algunos compañeros de clase tras la graduación para estudiar la historia natural de los trópicos. Mientras preparaba el viaje, se inscribió en el curso de geología de Adam Sedgwick y posteriormente le acompañó durante el verano a trazar mapas de estratos en Gales.
Tras una quincena con otros amigos estudiantes en Barmouth, regresó a su hogar, encontrándose con una carta de Henslow que le proponía un puesto como naturalista sin retribución  para el capitán Robert Fitzroy, más como un acompañante que como mero recolector de materiales, en el HMS Beagle, que zarparía en unas semanas para una expedición con el fin de cartografiar la costa de América del Sur. Su padre se opuso e principio al viaje que se planeaba para dos años de duración, aduciendo que era una pérdida de tiempo, pero su cuñado Josiah Wedgwood lo persuadió, aceptando así finalmente la participación de su hijo.

EL VIAJE DEL BEAGLE
La gran aventura del Beagle duró en realidad casi cinco años, zarpando de la bahía de Plymouth el 27 de diciembre de 1831 y llegando a Falmouth el 2 de octubre de 1836. Tal y como Fitzroy le propuso, el joven Darwin dedicó la mayor parte de su tiempo a investigaciones geológicas en tierra firma y a recopilar ejemplares, mientras que el Beagle realizaba su misión científica para medir corrientes oceánicas y cartografiando la costa.
Darwin tomó notas escrupulosamente durante todo el viaje, y enviaba regularmente sus hallazgos a Cambridge, junto con una larga correspondencia para su familia que a la hora de la verdad se convirtió en su diario de viaje.
Tenía nociones de geología, entomología y disección de invertebrados marinos, aunque se sabía inexperto en otras disciplinas científicas; de modo que reunió hábilmente gran número de especimenes para que los especialistas en la materia pudieran llevar a cabo una evaluación exhaustiva.
A pesar de sufrir frecuentes mareos -que ya había acusado la primera vez que embarcó su equipaje a bordo- la mayoría de sus notas zoológicas versaban sobre invertebrados marinos, comenzando por una notable colección de plancton que reunió en una temporada con viento en calma.
En su primera escala, en Santiago de Cabo Verde, Darwin descubrió que uno de los estratos blanquecinos elevados en la roca volcánica contenía restos de conchas. En Brasil, quedó fascinado por el bosque tropical, pero aborreció el espectáculo de la esclavitud. En Punta Alta y en los barrancos de la costa de Monte Hermoso, cerca de Bahía Blanca (Argentina), realizó un hallazgo importante al localizar en una colina fósiles de enormes mamíferos extintos junto a restos modernos de bivalvos, extintos más recientemente de manera natural. Identificó por un diente al poco conocido megaterio -que en principio asoció con el caparazón de una versión gigante de la armadura de los armadillos locales-. Estos hallazgos despertaron un enorme interés a su regreso a Inglaterra.
Cabalgando con los gauchos del interior se dedicó a observar la geología y extraer más fósiles, adquiriendo, al mismo tiempo, una perspectiva de los problemas sociales, políticos y antropológicos, tanto de los nativos como de los criollos en el momento anterior a la revolución de los Restauradores. También aprendió que los dos tipos de ñandú poseen territorios separados, aunque superpuestos.
Contempló con asombro la diversidad de la fauna y la flora en función de los distintos lugares. Así, pudo comprender que la separación geográfica y las distintas condiciones de vida eran la causa de que las poblaciones variaran de forma independiente unas de otras. Continuando su viaje hacia el sur, observó llanuras aplanadas llenas de guijarros en las que cúmulos de restos de conchas formaban pequeñas elevaciones.
En Tierra de Fuego se produjo el retorno de tres nativos yagán que habían sido embarcados durante la primera expedición del Beagle, con objeto de recibir una educación que les permitiera actuar de misioneros ante sus semejantes. Darwin los encontró amables y civilizados, aunque los otros nativos le parecieron “salvajes miserables y degradados”, tan distintos de los que iban a bordo como lo pudieran ser los animales salvajes de los domésticos, si bien para él esa distinción estribaba en cuestiones culturales y no raciales. Al contrario que sus colegas científicos, empezó a sospechar que no existía una diferencia insalvable entre los animales y las personas. Al cabo de un año, la misión había sido abandonada. Uno de los fueguinos retornados, a quien le habían dado el nombre cristiano de Jeremy Button, vivía con los demás nativos, se había casado y manifestó no tener ningún deseo de volver a Inglaterra.
En Chile, Darwin fue testigo de un terremoto, observando indicios de un levantamiento del terreno, entre los que se encontraban acumulaciones de valvas de mejillones por encima de la línea de la marea alta. Sin embargo, también encontró restos de conchas en las alturas de los Andes, así como árboles fosilizados que habían crecido a pie de playa, lo que le llevó a pensar que, según subían niveles de tierra, las islas oceánicas se iban hundiendo, formándose así los atolones de arrecifes de coral.
Poco después, en las islas Galápagos, geológicamente jóvenes, Darwin se dedicó a buscar indicios de un antiguo “centro de creación”, y encontró variedades de pinzones que estaban emparentadas con la variedad continental, pero que variaban de isla a isla. También recibió informes de que los caparazones de tortugas variaban ligeramente entre unas islas y otras, permitiendo así su identificación.
En Australia, la rata marsupial y el ornitorrinco le parecieron tan extraños que llegó a pensar que era como si “dos creadores” hubiesen obrado a la vez. Encontró a los aborígenes australianos de buen humor y agradables, y notó su decadencia por la proliferación de asentamientos europeos.
El HMS Beagle también investigó la formación de los atolones de las islas Cocos, con resultados que respaldaban las teorías de Darwin. Por aquel entonces, Fitzroy -que redactaba la narración oficial de la expedición- leyó los diarios de Darwin y le pidió permiso para incorporarlos a su crónica. El diario de Darwin fue entonces reescrito como un tercer volumen dedicado a la historia natural. En Ciudad del Cabo, una de las últimas escalas de su vuelta al mundo, Darwin y Fitzroy conocieron a John Herschel, quien había escrito su teoría uniformista por plantear una especulación sobre “ese misterio de misterios: la sustitución de especies extintas por otras como un proceso natural de oposición a uno milagroso”.
Ordenando sus notas rumbo hacia Plymouth, Darwin escribiría que, de probarse sus crecientes sospechas sobre los pinzones, las tortugas y el zorro de las islas Malvinas, “estos hechos desbaratan la teoría de la estabilidad de las especies” (más tarde, reescribió prudentemente “podrían desbaratar”). Con posterioridad, reconoció que en aquel momento los hechos observados le hacían pensar que “arrojaban alguna luz sobre el origen de las especies”.

                                           Continuará