Nacido
en Sherewsbury en febrero de 1809, fue el segundo hijo varón de Robert Waring
Darwin, médico de fama en la localidad, y de Susana Wedgwood, hija de un
célebre ceramista y miembro de la Royal
Society. Su abuelo paterno, Erasmus Darwin, fue también un
conocido médico e importante naturalista. Tras la muerte de su madre en 1817,
su educación transcurrió en una escuela local y en su vejez llegó a recordar su
experiencia allí como lo peor que pudo sucederle a su desarrollo intelectual.
Ya desde la infancia dio muestras de una extraordinaria afición por la historia
natural, algo que él mismo consideró innato y, también de una forma especial,
un gran interés por coleccionar cosas diversas (conchas, sellos, monedas,
minerales).
Con
apenas 16 años Darwin ingresó en la universidad de Edimburgo para estudiar
medicina por decisión de su padre, aunque paulatinamente fue dejando de lado
sus estudios. A la repugnancia por las operaciones quirúrgicas y a la
incapacidad del profesorado por captar su atención, vino a sumarse el creciente
convencimiento de que la herencia de su padre le iba a permitir una confortable
subsistencia sin necesidad de ejercer una profesión como la de médico. No
obstante, su progenitor, evidentemente disgustado, estaba dispuesto a impedir
que se convirtiera en un ocioso hijo de familia y de ahí que le enviara al
Christ’s College de Cambridge para obtener un grado en letras como primer paso
para ordenarse como pastor anglicano
Pero
en Cambridge, como antes en Edimburgo, perdió el tiempo por lo que al estudio
se refiere, con frecuencia descuidado, para dar satisfacción a su pasión por la
caza y por montar a caballo, actividades que ocasionalmente culminaban con
cenas y fiestas con sus amigos. Más que de los estudios que se vio obligado a
cursar, Darwin extrajo provecho de su asistencia voluntaria a las clases del
botánico y entomólogo, el profesor John Stevens Henslow, con quien cultivó una
buena amistad, lo cual le reportó un inestimable beneficio, teniendo una
influencia directa en algunos acontecimientos que determinarían su futuro.
Durante
este periodo estuvo leyendo tres obras que le impactaron: Teología Natural de William Paley, uno de los tratados clásicos en
defensa de la adaptación biológica como evidencia del diseño divino a través de
las leyes naturales; Un discurso
preliminar en el estudio de la filosofía natural de John Herschel, que
describía la última meta de la filosofía natural como la comprensión de estas
leyes a través del razonamiento inductivo basado en la observación; y
finalmente Viaje a las regiones
equinocciales del Nuevo Continente de Alexander von Humboldt. A raíz de
aquello, Darwin planeó visitar Tenerife con algunos compañeros de clase tras la
graduación para estudiar la historia natural de los trópicos. Mientras
preparaba el viaje, se inscribió en el curso de geología de Adam Sedgwick y
posteriormente le acompañó durante el verano a trazar mapas de estratos en
Gales.
Tras
una quincena con otros amigos estudiantes en Barmouth, regresó a su hogar,
encontrándose con una carta de Henslow que le proponía un puesto como
naturalista sin retribución para el
capitán Robert Fitzroy, más como un acompañante que como mero recolector de
materiales, en el HMS Beagle, que zarparía en unas semanas para una expedición
con el fin de cartografiar la costa de América del Sur. Su padre se opuso e
principio al viaje que se planeaba para dos años de duración, aduciendo que era
una pérdida de tiempo, pero su cuñado Josiah Wedgwood lo persuadió, aceptando
así finalmente la participación de su hijo.
EL VIAJE DEL BEAGLE
La
gran aventura del Beagle duró en realidad casi cinco años, zarpando de la bahía
de Plymouth el 27 de diciembre de 1831 y llegando a Falmouth el 2 de octubre de
1836. Tal y como Fitzroy le propuso, el joven Darwin dedicó la mayor parte de
su tiempo a investigaciones geológicas en tierra firma y a recopilar
ejemplares, mientras que el Beagle realizaba su misión científica para medir
corrientes oceánicas y cartografiando la costa.
Darwin
tomó notas escrupulosamente durante todo el viaje, y enviaba regularmente sus
hallazgos a Cambridge, junto con una larga correspondencia para su familia que
a la hora de la verdad se convirtió en su diario de viaje.
Tenía
nociones de geología, entomología y disección de invertebrados marinos, aunque
se sabía inexperto en otras disciplinas científicas; de modo que reunió
hábilmente gran número de especimenes para que los especialistas en la materia
pudieran llevar a cabo una evaluación exhaustiva.
A
pesar de sufrir frecuentes mareos -que ya había acusado la primera vez que
embarcó su equipaje a bordo- la mayoría de sus notas zoológicas versaban sobre
invertebrados marinos, comenzando por una notable colección de plancton que
reunió en una temporada con viento en calma.
En
su primera escala, en Santiago de Cabo Verde, Darwin descubrió que uno de los
estratos blanquecinos elevados en la roca volcánica contenía restos de conchas.
En Brasil, quedó fascinado por el bosque tropical, pero aborreció el
espectáculo de la esclavitud. En Punta Alta y en los barrancos de la costa de
Monte Hermoso, cerca de Bahía Blanca (Argentina), realizó un hallazgo
importante al localizar en una colina fósiles de enormes mamíferos extintos
junto a restos modernos de bivalvos, extintos más recientemente de manera
natural. Identificó por un diente al poco conocido megaterio -que en principio
asoció con el caparazón de una versión gigante de la armadura de los armadillos
locales-. Estos hallazgos despertaron un enorme interés a su regreso a
Inglaterra.
Cabalgando
con los gauchos del interior se dedicó a observar la geología y extraer más
fósiles, adquiriendo, al mismo tiempo, una perspectiva de los problemas
sociales, políticos y antropológicos, tanto de los nativos como de los criollos
en el momento anterior a la revolución de los Restauradores. También aprendió
que los dos tipos de ñandú poseen territorios separados, aunque superpuestos.
Contempló
con asombro la diversidad de la fauna y la flora en función de los distintos
lugares. Así, pudo comprender que la separación geográfica y las distintas
condiciones de vida eran la causa de que las poblaciones variaran de forma
independiente unas de otras. Continuando su viaje hacia el sur, observó
llanuras aplanadas llenas de guijarros en las que cúmulos de restos de conchas
formaban pequeñas elevaciones.
En
Tierra de Fuego se produjo el retorno de tres nativos yagán que habían sido embarcados durante la primera expedición del
Beagle, con objeto de recibir una educación que les permitiera actuar de
misioneros ante sus semejantes. Darwin los encontró amables y civilizados,
aunque los otros nativos le parecieron “salvajes miserables y degradados”, tan
distintos de los que iban a bordo como lo pudieran ser los animales salvajes de
los domésticos, si bien para él esa distinción estribaba en cuestiones
culturales y no raciales. Al contrario que sus colegas científicos, empezó a
sospechar que no existía una diferencia insalvable entre los animales y las
personas. Al cabo de un año, la misión había sido abandonada. Uno de los
fueguinos retornados, a quien le habían dado el nombre cristiano de Jeremy
Button, vivía con los demás nativos, se había casado y manifestó no tener
ningún deseo de volver a Inglaterra.
En
Chile, Darwin fue testigo de un terremoto, observando indicios de un
levantamiento del terreno, entre los que se encontraban acumulaciones de valvas
de mejillones por encima de la línea de la marea alta. Sin embargo, también
encontró restos de conchas en las alturas de los Andes, así como árboles fosilizados
que habían crecido a pie de playa, lo que le llevó a pensar que, según subían
niveles de tierra, las islas oceánicas se iban hundiendo, formándose así los
atolones de arrecifes de coral.
Poco
después, en las islas Galápagos, geológicamente jóvenes, Darwin se dedicó a
buscar indicios de un antiguo “centro de creación”, y encontró variedades de
pinzones que estaban emparentadas con la variedad continental, pero que
variaban de isla a isla. También recibió informes de que los caparazones de
tortugas variaban ligeramente entre unas islas y otras, permitiendo así su
identificación.
En
Australia, la rata marsupial y el ornitorrinco le parecieron tan extraños que
llegó a pensar que era como si “dos creadores” hubiesen obrado a la vez.
Encontró a los aborígenes australianos de buen humor y agradables, y notó su
decadencia por la proliferación de asentamientos europeos.
El
HMS Beagle también investigó la formación de los atolones de las islas Cocos,
con resultados que respaldaban las teorías de Darwin. Por aquel entonces,
Fitzroy -que redactaba la narración oficial de la expedición- leyó los diarios
de Darwin y le pidió permiso para incorporarlos a su crónica. El diario de
Darwin fue entonces reescrito como un tercer volumen dedicado a la historia
natural. En Ciudad del Cabo, una de las últimas escalas de su vuelta al mundo,
Darwin y Fitzroy conocieron a John Herschel, quien había escrito su teoría
uniformista por plantear una especulación sobre “ese misterio de misterios: la
sustitución de especies extintas por otras como un proceso natural de oposición
a uno milagroso”.
Ordenando
sus notas rumbo hacia Plymouth, Darwin escribiría que, de probarse sus
crecientes sospechas sobre los pinzones, las tortugas y el zorro de las islas
Malvinas, “estos hechos desbaratan la teoría de la estabilidad de las especies”
(más tarde, reescribió prudentemente “podrían desbaratar”). Con posterioridad,
reconoció que en aquel momento los hechos observados le hacían pensar que
“arrojaban alguna luz sobre el origen de las especies”.
Continuará