Escocés,
geólogo, naturalista y explorador, Joseph Thomson fue quien definitivamente
abrió el interior de Kenya al conocimiento y dominio imperialista de las
potencias de Occidente.
Llegado
al continente africano con el ansia de viajar, y amparado en su juventud e
inexperiencia, pero con el alma romántica y libre (se consideraba a sí mismo un
viajero antes que otra cosa), vivió siempre sus aventuras con pasión, de ahí
que falleciera tan joven, pero entusiasmado con sus logros.
Con
sólo veinte años participó en una expedición de la Royal Geographical Society liderada por Alexander Keith
Johnston. A la muerte de éste por malaria, guió a la expedición a través del
territorio entre los lagos Nyasa (Malawi) y Tanganyika, pero un intento de
incursión en el Congo resultó frustrado por el ataque de los nativos waruwa. Regresando a la costa por
Tabora, el grupo liderado por el joven Thomson descubrió el lago Rukwa (en la
actual Tanzania). Los detalles de este primer viaje quedaron plasmados en To the Central African Lakes and Back
(1881).
La
segunda expedición de Thomson no alcanzó gran relevancia. El sultán Bargash de
Zanzíbar sospechaba que junto al río Rovuma, en la frontera actual entre
Tanzania y Mozambique, se encontraban ricos yacimientos de carbón y en 1881
financió un viaje de prospección a la zona, para lo cual contrató al geólogo
Thomson, quien cumplió su misión. Sin embargo, luego se descubrió que no
existían tales yacimientos. Viéndose frustrados los sueños del sultán y furioso
por el fracaso, rehusó enviar un barco de rescate a la expedición y se negó a
recibir a Thomson en los meses siguientes.
Unos
años antes, en 1874, Stanley había abierto la corte del rey Mutesa I en Buganda
(la actual Uganda), a los misioneros europeos. Estos no tardaron en llegar a
Kampala, primero los protestantes ingleses en 1877 y después los católicos
franceses en 1879. La dificultad de los viajes a la cabecera del río Nilo, que
discurrían por las rutas del sur, impulsó la necesidad de construir un
ferrocarril utilizando el camino más corto.
A TRAVÉS DE TERRITORIO MASAI
En
el este de África, para ir desde las costas del océano Índico hasta los grandes
lagos del interior, la ruta practicada desde la antigüedad por los comerciantes
de esclavos árabes era el camino más corto, pero también el más complicado. Por
un lado estaba el desierto de Taru, paraíso de la peligrosa mosca tsé-tsé y a
su vez verdadero azote para las caballerías y por otra parte eran los dominios
de los masai, sin duda una de las tribus
más belicosas de todo el continente negro. No era pues de extrañar que cuando
avanzaban las exploraciones europeas por África oriental fuera preferida la
ruta del sur en los viajes hacia tierra adentro.
De
tal forma, en 1882, la Royal Geographical Society organizó una expedición para
abrir el camino a través del país masai.
Era una ruta plagada de peligros, pero con un gran interés geopolítico y
estratégico. El asunto más espinoso era encontrar quien se hiciera cargo de tan
suicida viaje. Primero se pensó en poner a Stanley al frente, pero resultaba
muy caro, además Stanley exigía un auténtico ejército dado que lo consideraba
poco menos que un suicidio. Finalmente, se desestimó la opción de Stanley
porque estaba fuera del alcance de los presupuestos de la Sociedad.
Joseph
Thomson no tardó en ofrecerse sin condiciones y con un reducido grupo, pocas
armas y tan sólo 25 años de edad, el 15 de marzo de 1883 partió desde Mombasa
para cruzar el temible desierto de Taru y adentrarse en territorio masai.
Antes
de comenzar su viaje, Thomson se había encontrado con la desagradable sorpresa
de que otro grupo, liderado por el naturalista alemán Gustav Fischer, ya había
partido hacia el interior. Ambas expediciones fueron simultáneas, pero Fischer
sólo consiguió llegar hasta el lago Naivasha.
En
abril, Thomson rodeó el Kilimanjaro y ya en tierra masai encontró un pueblo orgulloso y desconfiado, en plena
decadencia a causa de las guerras internas y las epidemias de cólera y viruela.
El explorador mantuvo una relación cauta con los masai, estableciendo pactos y colmándoles de regalos. Les hizo
creer que era un brujo que conseguía hablar con los dioses y trató de
impresionarles con sus trucos, tales como sacarse la dentadura postiza o añadir
polvos efervescentes al agua.
Avanzando
con cautela y soportando la agresividad de los guerreros masai, Thomson llegó hasta lo que hoy se conoce como Nairobi,
avistó el valle del Rift, el lago Naivasha y el monte Kenya. También descubrió
el lago Baringo, bautizó con su nombre la catarata en el río Narok y nombró la
cordillera cercana en honor de Lord Aberdare, por aquel entonces presidente de la Royal Geographical Society, para finalmente alcanzar las
orillas del lago Victoria el 10 de diciembre de 1883. Al respecto, existe la
anécdota de que, ese día el joven descubridor de la ruta más corta hacia Uganda
se vistió con ropas escocesas y junto al gran lago bailó una danza de su país.
Thomson
fue el primer explorador europeo que llegó al territorio de los grandes lagos y
precisamente por la ruta más difícil, abriendo con ello y de forma definitiva
el conocimiento de las hermosas tierras del interior de Kenya. Lamentablemente,
supuso también la expansión incontenible del colonialismo occidental en esta
zona hasta entonces virgen.
El
viaje de regreso fue largo y tortuoso. Thomson fue gravemente corneado en un
muslo por un búfalo al que había disparado. Sin embargo, la herida abierta en
su pierna, la disentería y los ataques de los masai no consiguieron doblegar la
fortaleza del explorador, quien en mayo de 1884 terminó en Mombasa su histórico
viaje que describió un año más tarde en su segundo libro Through Masai Land (1885).
En
lugar de retirarse a disfrutar de sus ganancias y su bien adquirida fama,
Thomson continuó vagabundeando por el continente africano (recorrió Sudán, las
montañas del Atlas y el río Zambeze), con el único objetivo de cumplir su sueño
de viajar, hasta que en 1895, con sólo 37 años, murió víctima de las numerosas
enfermedades que se habían cebado en él durante su corta vida.
A
partir de entonces, otros pioneros comenzaron a frecuentar la vía abierta por
Thomson. El siguiente fue el recién designado obispo anglicano de Kampala,
James Hannington. En 1885 acudió a tomar posesión de su diócesis a través de la
nueva ruta, descubriendo un lago que bautizó con su nombre y que hoy se conoce
como lago Bogoria. El infortunado obispo no llegó, sin embargo, a su destino:
fue asesinado en las orillas del lago Victoria por orden del cruel rey Mwanza
II, ascendido al trono de Buganda en 1884, quien persiguió sistemáticamente a
los cristianos y desconfiaba de todo aquel que llegara a su reino desde el
este.
Sobre
Joseph Thomson cabe decir que la historia no le ha situado entre los grandes de
la exploración como se merecía, pese a ser, muy probablemente, el más genuino
de ellos.
Casi
moribundo, llegó a manifestar a uno de sus amigos: “Si tuviera fuerzas para ponerme las botas y caminar cien metros, me
iría otra vez a África. Estoy condenado a ser un vagabundo. No soy un
constructor de imperios, no soy un misionero, en realidad ni siquiera soy un
científico. Lo que verdaderamente quiero es volver a África y seguir vagando de
un lado a otro”.