EL NOMBRE DE NUEVO MUNDO
Desde
que Vespucci anunciara el hallazgo del nuevo continente, éste había recibido
varios nombres, cuya aplicación y aceptación era generalmente regional. Así,
los castellanos lo llamaban “Indias” o “La gran Tierra del Sur”; los
portugueses por su parte lo denominaban “Vera Cruz” o “Tierra Santa Cruz”.
Algunos cartógrafos empleaban “Tierra del Brasil” (que sin embargo aludía a una
isla imaginaria), “Tierra de Loros”, “Nueva India” o simplemente “Nuevo Mundo”.
En
la imprenta de la abadía de Saint-Dié-des-Vosges en Lorena (Francia),
trabajaban varios editores que quedaron impresionados por la lectura de las
publicaciones que pretendían narrar las proezas de Vespucci: había llegado a
sus manos un ejemplar traducido al alemán de la Lettera
y otro francés de Mundus Novus, de
los tantos que circulaban por Europa. Decidieron dar a conocer las nuevas
noticias en la forma de un pequeño tratado llamado Cosmographiae Americi navigationes (Cuatro viajes de Amerigo), y
publicarlos bajo la forma de un panfleto. El 25 de abril de 1507 salieron del
taller las dos primeras ediciones. En el capítulo IX del texto se sugería que
el nombre del Nuevo Mundo debería ser América (femenino por analogía a Europa,
Asia y África) en honor de quien la reconociera como tal. No se sabe con
certeza cual de los impresores fue el creador del nombre.
Martin
Waldseemüller, un destacado humanista alemán y profesor de cartografía que se
desempeñaba como dibujante y corrector de pruebas del grupo, inscribió el
sonoro nombre en un mapa mural de grandes dimensiones titulado Universalis Cosmographia que incluyó en
el panfleto. Allí aparece aplicado a Sudamérica (la primera de las tres
Américas en ser llamada así). En la parte superior del mapa, a la izquierda y
junto a un globo terráqueo en cuyo hemisferio se representa el Viejo Mundo,
aparece un retrato de Ptolomeo; a la derecha, junto a un globo semejante con el
Nuevo Mundo, el de Vespucci.
Además,
Waldseemüller confeccionó una versión globular, para ser proyectada en una
esfera metálica, uno de cuyos ejemplares sería regalado al duque de Lorena. La
voz tiene tal eufonía y guarda tanta consonancia con las palabras Asia y África
que inmediatamente se afincó en las lenguas noreuropeas. Sin embargo, el propio
Waldseemüller rectificó en un mapa posterior, dedicado exclusivamente a
América, titulado Tabula Terre Nove,
y no volvió a utilizar en mapas posteriores ese nombre, que también tardó en
ser adoptado en la península Ibérica y sus colonias, en donde el nombre
mayoritariamente usado siguió siendo por bastante tiempo el de “Indias
Occidentales”. De hecho el nombre de América no volvió a ser utilizado en un
mapa hasta la aparición de la copia del mapa de Waldseemüller publicada por
Petrus Apianus en 1520 con el título Tipus
Orbis Universalis.
De
la Cosmographiae Introductio se hizo
una tirada de mil ejemplares, pero todos ellos se perdieron y permanecieron así
durante tres siglos y medio. Hacia 1890, mientras preparaba en París su Geographie du Nouveau Continent, Humbolt
pudo dar con el paradero del panfleto. El mapamundi fue hallado poco después,
en 1901, cuando lo descubrió el profesor Joseph Fischer dentro de un libro
olvidado en el castillo de Wolfegg.
MUERTE DE VESPUCCI
El
9 de abril de 1511, Amerigo Vespucci dictó testamento a su notario, legando la
mayoría de sus bienes a su mujer y pedía que le enterraran en la iglesia de San
Miguel de Sevilla o, de no ser posible allí, en la de San Francisco. Ordenó una
misa de réquiem y treinta y tres misas al Santo Amador, y erogaba mil
maravedíes para que se rogara por su alma.
Cedió
a su esposa su parte en la propiedad de los esclavos, pero llamativamente
exhortó a que a Isabel y a sus dos hijos se les concediera la libertad cuando
aquélla falleciera.
Vespucci
murió en Sevilla el 22 de febrero de 1512. Su esposa recibió una pensión de la Corona mediante decreto
real, a cuenta de los servicios prestados por su esposo como piloto mayor. A la
muerte de María, su esposa, un decreto del 26 de diciembre de 1524 otorgó el
resto de la pensión a su hermana Catalina Cerezo, lo que prueba que no dejó
hijos herederos. El sobrino de Amerigo, Giovanni (hijo de su hermano Antonio)
se hizo cargo de los papeles, cartas y diarios de su tío. Fue nombrado su
sucesor como piloto mayor, compartiendo el puesto con Juan Díaz de Solís.
Sus
logros como navegante fueron numerosos: Participó en la quinta expedición
europea que desembarcó en las costas de Brasil, estuvo entre los pioneros en
bordear los actuales Uruguay y Argentina, y en el segundo viaje que logró
avistar y cartografiar la de la actual Venezuela. Se debe destacar que el
nombre de Venezuela, históricamente se ha atribuido al cartógrafo italiano
Amerigo Vespucci acompañado de Alonso de Ojeda, en una expedición naval de
exploración en 1499 por la costa noroccidental del país, hoy conocida como
Costa de Venezuela. En aquella travesía, la tripulación observó las viviendas
aborígenes erigidas sobre pilotes de madera que sobresalían del agua
construidas por los indígenas añú.
Dichas viviendas, que llevaban el nombre de palafitos, recordaron a Vespucci la
ciudad de Venecia en Italia (en italiano Venezia),
lo que le inspiró a dar el nombre de Venezziola o Venezuela (Pequeña Venecia) a
la región.
Exploró
cuatro de los ríos más grandes del planeta: el Amazonas, recién descubierto por
el navegante Vicente Yáñez Pinzón, que lo bautizó como Santa María de la
Mar Dulce, el Esequibo, el Orinoco y el Río
de la Plata.
Exploró
unos diez mil kilómetros de costas y fue uno de los primeros en describir la
existencia de la corriente del golfo, descubierta por el navegante y cartógrafo
de Palos, Antón de Alamitos.
Aprendió
y desarrolló métodos para determinar con precisión la longitud posicional
mediante el estudio de los ciclos lunares y las conjunciones planetarias.
Comprendió pronto, como otros navegantes y cartógrafos de su época, que las
nuevas tierras descubiertas por Colón no pertenecían a Asia, sino que eran un
continente aparte. Pero, precisamente él, era amigo de los impresores y, probablemente,
también quien les pagó por imprimir un mapa donde al nuevo continente
encontrado se le denominara América.
El
primer monumento americano erigido en su memoria fue erigido en 1987 en la
ciudad de Bogotá (Colombia)
LEGADO Y CONTROVERSIA
Fray Bartolomé de las Casas,
gran defensor de la figura de Colón, que ignoraba los detalles alrededor de las
publicaciones de la Lettera, fue la
primera figura notoria en acusar al florentino de “mentiroso” y “ladrón”,
denunciando que había robado la gloria que, según él, le pertenecía por derecho
al Almirante.
“… al pretender tácitamente aplicar a su viaje y a
sí mismo el descubrimiento de la tierra firme, usurpando al Almirante Cristóbal
Colón lo que tan justamente se le debía”
Asimismo,
en su diatriba afirmaba que:
El
nuevo continente debería haber sido llamado Columba, y no como es injustamente
llamado América.
En
su monumental Historia general de las
Indias, De las Casas vapuleó el nombre de Vespucci y negó sus logros, en
vista de lo que consideraba:
“…un largamente premeditado plan de Vespucci para
conseguir que el mundo le reconociera como descubridor de la mayor parte de las
Indias”.
Fray de Espinosa, en una
obra de 1623 resumió el pensamiento de la época sobre el navegante:
“… como dice el doctísimo D. Juan de Solórzano,
Oidor meritísimo del Consejo de Indias, de Indiarum iure, fol. 38 y 39, libro 1
capítulo 4, por todo él, refiere deberse llamar Colonia de Colón, y no América.
Y no sé yo con qué fundamento se la haya usurpado Amerigo Vespucci, pobre marinero,
que ni pasó a aquellas partes de los primeros, ni hizo cosa notable para que su
nombre quedase eternizado con la gloria de semejante descubrimiento, pues él no
fue quien lo hizo”.
William Robertson, eminente
historiador escocés del siglo XVIII, en su Historia de América llamó a Vespucci
“un feliz impostor”.
Manuel Ayres de Cazal, geógrafo
portugués, en su Corografía Brazilica
de 1817 afirmó:
“… parece increíble que el rey Don Manuel mandase a
buscar fuera del reino a un navegante para ir en una escuadra suya a un país
adonde ya habían ido y vuelto navíos suyos gobernados por pilotos de sus
reinos…”.
“… Vespucci dejó a la posteridad tres relaciones en
dos cartas y un sumario, que substancialmente no pasan de otras tantas meras
invenciones encaminadas a exaltar su propio nombre y a ser reconocido por sus
compatriotas por descubridor del hemisferio occidental”.
Martín Fernández de Navarrete,
historiador español, hacia 1830 escribió una carta a un colega suyo:
“Si hay noticias de Vespucci desde 1496 a 1505 especialmente,
convendría mucho, para seguirle el rastro y saber si, en efecto, estuvo en los
dos viajes con Alonso de Ojeda, porque ciertamente él no los hizo con mando
propio y orden del rey, como lo supone y finge en sus relaciones latinas, que
divulgó por todas partes para usurpar a Colón la gloria del descubrimiento del
continente que, por su astucia, logró darle del suyo, el nombre de América”.
Duarte Leite,
matemático, astrónomo y periodista, en su obra Descubridores do Brasil, manifestó una opinión particularmente
despectiva:
“Este personaje fatuo no pasa de ser un novelista
mentiroso, navegante como los había a montones, cosmógrafo que repetía ideas de
otros, falso descubridor que se apropió de glorias ajenas. A pesar de esto,
consiguió impresionar a generaciones de hombres cultos que se desvelaron
tratando de interpretar fantasías y dar sentido a sus disparates”.
Durante
la primera mitad del siglo XX los estudiosos descubrieron nueva evidencia que
empezó a disipar la nube de mitos y concepciones erróneas que durante siglos
oscurecieron la imagen de Vespucci. En 1924, el erudito italiano Alberto
Magnaghi estudió minuciosamente los dos documentos precitados y los juzgó como
efectivamente apócrifos; en su opinión el primero constituye una yuxtaposición
de esquelas anteriores más varias alteraciones realizadas con cierta habilidad,
y el segundo una falsificación casi total. Sin embargo, en su concepción, es la
correspondencia privada a Pierfrancesco la que si ofrece evidencias auténticas
e invaluables. Magnaghi desecha entonces la existencia del primer y cuarto
viaje de Vespucci, aduciendo que existen pruebas sólidas de que nunca fueron
realizados. No obstante, le reconoce el descubrimiento del Río de la Plata y de la Patagonia oriental hasta
los 50 grados sur. El historiador estadounidense Frederick J.Pohl arribó a
similares conclusiones en 1944. La historiografía de mediados del siglo XX
tiende a apoyar la tésis de estos especialistas.
El
académico argentino Enrique de Gandía también atribuye a Vespucci el
descubrimiento de la Plata,
la costa patagónica y las islas Malvinas, aunque afirma que el navegante
realizó cinco viajes en total.
El
gran historiador uruguayo y especialista en cartografía, Rolando Laguarda
Trías, en su trabajo titulado El hallazgo
del Río de la Plata
por Amerigo Vespucci en 1502, analiza detalladamente el texto de Mundus Novus, la
Lettera y la mencionada carta de Bartolozzi, que contiene
un breve relato sobre el tercer viaje de Vespucci. En coincidencia parcial con
los investigadores mencionados concluye que:
La
primera expedición portuguesa que llegó y penetró en el Río de la Plata fue aquella de la que
formaba parte Vespucci un año después del descubrimiento de Brasil por Alvares
Cabral… La expedición de la que formaba parte Vespucci recorrió las costas
orientales de América meridional hasta el grado 50 de latitud estimada, que
corresponde a 45 de latitud real.
En
otra obra de su autoría, Pilotos
portugueses en el Río de la
Plata durante el siglo XVI, añade:
Desgraciadamente,
de la expedición de 1501-1502 no se dispone, exceptuando Vespucci, de los
nombres de ninguno de los tripulantes -incluido el del jefe- y por ello nos son
desconocidos los de los tres pilotos de aquella inmortal navegación, todos
portugueses.
Resulta
evidente que en la figura de Amérigo Vespucci van de la mano sus viajes con la
controversia que despertaron los mismos.