AMERIGO VESPUCCI (1451 – 1512) (2ª Parte)



EL NOMBRE DE NUEVO MUNDO


Desde que Vespucci anunciara el hallazgo del nuevo continente, éste había recibido varios nombres, cuya aplicación y aceptación era generalmente regional. Así, los castellanos lo llamaban “Indias” o “La gran Tierra del Sur”; los portugueses por su parte lo denominaban “Vera Cruz” o “Tierra Santa Cruz”. Algunos cartógrafos empleaban “Tierra del Brasil” (que sin embargo aludía a una isla imaginaria), “Tierra de Loros”, “Nueva India” o simplemente “Nuevo Mundo”.

En la imprenta de la abadía de Saint-Dié-des-Vosges en Lorena (Francia), trabajaban varios editores que quedaron impresionados por la lectura de las publicaciones que pretendían narrar las proezas de Vespucci: había llegado a sus manos un ejemplar traducido al alemán de la Lettera y otro francés de Mundus Novus, de los tantos que circulaban por Europa. Decidieron dar a conocer las nuevas noticias en la forma de un pequeño tratado llamado Cosmographiae Americi navigationes (Cuatro viajes de Amerigo), y publicarlos bajo la forma de un panfleto. El 25 de abril de 1507 salieron del taller las dos primeras ediciones. En el capítulo IX del texto se sugería que el nombre del Nuevo Mundo debería ser América (femenino por analogía a Europa, Asia y África) en honor de quien la reconociera como tal. No se sabe con certeza cual de los impresores fue el creador del nombre.
Martin Waldseemüller, un destacado humanista alemán y profesor de cartografía que se desempeñaba como dibujante y corrector de pruebas del grupo, inscribió el sonoro nombre en un mapa mural de grandes dimensiones titulado Universalis Cosmographia que incluyó en el panfleto. Allí aparece aplicado a Sudamérica (la primera de las tres Américas en ser llamada así). En la parte superior del mapa, a la izquierda y junto a un globo terráqueo en cuyo hemisferio se representa el Viejo Mundo, aparece un retrato de Ptolomeo; a la derecha, junto a un globo semejante con el Nuevo Mundo, el de Vespucci.
Además, Waldseemüller confeccionó una versión globular, para ser proyectada en una esfera metálica, uno de cuyos ejemplares sería regalado al duque de Lorena. La voz tiene tal eufonía y guarda tanta consonancia con las palabras Asia y África que inmediatamente se afincó en las lenguas noreuropeas. Sin embargo, el propio Waldseemüller rectificó en un mapa posterior, dedicado exclusivamente a América, titulado Tabula Terre Nove, y no volvió a utilizar en mapas posteriores ese nombre, que también tardó en ser adoptado en la península Ibérica y sus colonias, en donde el nombre mayoritariamente usado siguió siendo por bastante tiempo el de “Indias Occidentales”. De hecho el nombre de América no volvió a ser utilizado en un mapa hasta la aparición de la copia del mapa de Waldseemüller publicada por Petrus Apianus en 1520 con el título Tipus Orbis Universalis.
De la Cosmographiae Introductio se hizo una tirada de mil ejemplares, pero todos ellos se perdieron y permanecieron así durante tres siglos y medio. Hacia 1890, mientras preparaba en París su Geographie du Nouveau Continent, Humbolt pudo dar con el paradero del panfleto. El mapamundi fue hallado poco después, en 1901, cuando lo descubrió el profesor Joseph Fischer dentro de un libro olvidado en el castillo de Wolfegg.

MUERTE DE VESPUCCI
El 9 de abril de 1511, Amerigo Vespucci dictó testamento a su notario, legando la mayoría de sus bienes a su mujer y pedía que le enterraran en la iglesia de San Miguel de Sevilla o, de no ser posible allí, en la de San Francisco. Ordenó una misa de réquiem y treinta y tres misas al Santo Amador, y erogaba mil maravedíes para que se rogara por su alma.
Cedió a su esposa su parte en la propiedad de los esclavos, pero llamativamente exhortó a que a Isabel y a sus dos hijos se les concediera la libertad cuando aquélla falleciera.
Vespucci murió en Sevilla el 22 de febrero de 1512. Su esposa recibió una pensión de la Corona mediante decreto real, a cuenta de los servicios prestados por su esposo como piloto mayor. A la muerte de María, su esposa, un decreto del 26 de diciembre de 1524 otorgó el resto de la pensión a su hermana Catalina Cerezo, lo que prueba que no dejó hijos herederos. El sobrino de Amerigo, Giovanni (hijo de su hermano Antonio) se hizo cargo de los papeles, cartas y diarios de su tío. Fue nombrado su sucesor como piloto mayor, compartiendo el puesto con Juan Díaz de Solís.
Sus logros como navegante fueron numerosos: Participó en la quinta expedición europea que desembarcó en las costas de Brasil, estuvo entre los pioneros en bordear los actuales Uruguay y Argentina, y en el segundo viaje que logró avistar y cartografiar la de la actual Venezuela. Se debe destacar que el nombre de Venezuela, históricamente se ha atribuido al cartógrafo italiano Amerigo Vespucci acompañado de Alonso de Ojeda, en una expedición naval de exploración en 1499 por la costa noroccidental del país, hoy conocida como Costa de Venezuela. En aquella travesía, la tripulación observó las viviendas aborígenes erigidas sobre pilotes de madera que sobresalían del agua construidas por los indígenas añú. Dichas viviendas, que llevaban el nombre de palafitos, recordaron a Vespucci la ciudad de Venecia en Italia (en italiano Venezia), lo que le inspiró a dar el nombre de Venezziola o Venezuela (Pequeña Venecia) a la región.
Exploró cuatro de los ríos más grandes del planeta: el Amazonas, recién descubierto por el navegante Vicente Yáñez Pinzón, que lo bautizó como Santa María de la Mar Dulce, el Esequibo, el Orinoco y el Río de la Plata.
Exploró unos diez mil kilómetros de costas y fue uno de los primeros en describir la existencia de la corriente del golfo, descubierta por el navegante y cartógrafo de Palos, Antón de Alamitos.
Aprendió y desarrolló métodos para determinar con precisión la longitud posicional mediante el estudio de los ciclos lunares y las conjunciones planetarias. Comprendió pronto, como otros navegantes y cartógrafos de su época, que las nuevas tierras descubiertas por Colón no pertenecían a Asia, sino que eran un continente aparte. Pero, precisamente él, era amigo de los impresores y, probablemente, también quien les pagó por imprimir un mapa donde al nuevo continente encontrado se le denominara América.
El primer monumento americano erigido en su memoria fue erigido en 1987 en la ciudad de Bogotá (Colombia)

LEGADO Y CONTROVERSIA
Fray Bartolomé de las Casas, gran defensor de la figura de Colón, que ignoraba los detalles alrededor de las publicaciones de la Lettera, fue la primera figura notoria en acusar al florentino de “mentiroso” y “ladrón”, denunciando que había robado la gloria que, según él, le pertenecía por derecho al Almirante.
“… al pretender tácitamente aplicar a su viaje y a sí mismo el descubrimiento de la tierra firme, usurpando al Almirante Cristóbal Colón lo que tan justamente se le debía”
Asimismo, en su diatriba afirmaba que:
El nuevo continente debería haber sido llamado Columba, y no como es injustamente llamado América.
En su monumental Historia general de las Indias, De las Casas vapuleó el nombre de Vespucci y negó sus logros, en vista de lo que consideraba:
“…un largamente premeditado plan de Vespucci para conseguir que el mundo le reconociera como descubridor de la mayor parte de las Indias”.
Fray de Espinosa, en una obra de 1623 resumió el pensamiento de la época sobre el navegante:
“… como dice el doctísimo D. Juan de Solórzano, Oidor meritísimo del Consejo de Indias, de Indiarum iure, fol. 38 y 39, libro 1 capítulo 4, por todo él, refiere deberse llamar Colonia de Colón, y no América. Y no sé yo con qué fundamento se la haya usurpado Amerigo Vespucci, pobre marinero, que ni pasó a aquellas partes de los primeros, ni hizo cosa notable para que su nombre quedase eternizado con la gloria de semejante descubrimiento, pues él no fue quien lo hizo”.
William Robertson, eminente historiador escocés del siglo XVIII, en su Historia de América llamó a Vespucci “un feliz impostor”.
Manuel Ayres de Cazal, geógrafo portugués, en su Corografía Brazilica de 1817 afirmó:
“… parece increíble que el rey Don Manuel mandase a buscar fuera del reino a un navegante para ir en una escuadra suya a un país adonde ya habían ido y vuelto navíos suyos gobernados por pilotos de sus reinos…”.
“… Vespucci dejó a la posteridad tres relaciones en dos cartas y un sumario, que substancialmente no pasan de otras tantas meras invenciones encaminadas a exaltar su propio nombre y a ser reconocido por sus compatriotas por descubridor del hemisferio occidental”.
Martín Fernández de Navarrete, historiador español, hacia 1830 escribió una carta a un colega suyo:
“Si hay noticias de Vespucci desde 1496 a 1505 especialmente, convendría mucho, para seguirle el rastro y saber si, en efecto, estuvo en los dos viajes con Alonso de Ojeda, porque ciertamente él no los hizo con mando propio y orden del rey, como lo supone y finge en sus relaciones latinas, que divulgó por todas partes para usurpar a Colón la gloria del descubrimiento del continente que, por su astucia, logró darle del suyo, el nombre de América”.
Duarte Leite, matemático, astrónomo y periodista, en su obra Descubridores do Brasil, manifestó una opinión particularmente despectiva:
“Este personaje fatuo no pasa de ser un novelista mentiroso, navegante como los había a montones, cosmógrafo que repetía ideas de otros, falso descubridor que se apropió de glorias ajenas. A pesar de esto, consiguió impresionar a generaciones de hombres cultos que se desvelaron tratando de interpretar fantasías y dar sentido a sus disparates”.

Durante la primera mitad del siglo XX los estudiosos descubrieron nueva evidencia que empezó a disipar la nube de mitos y concepciones erróneas que durante siglos oscurecieron la imagen de Vespucci. En 1924, el erudito italiano Alberto Magnaghi estudió minuciosamente los dos documentos precitados y los juzgó como efectivamente apócrifos; en su opinión el primero constituye una yuxtaposición de esquelas anteriores más varias alteraciones realizadas con cierta habilidad, y el segundo una falsificación casi total. Sin embargo, en su concepción, es la correspondencia privada a Pierfrancesco la que si ofrece evidencias auténticas e invaluables. Magnaghi desecha entonces la existencia del primer y cuarto viaje de Vespucci, aduciendo que existen pruebas sólidas de que nunca fueron realizados. No obstante, le reconoce el descubrimiento del Río de la Plata y de la Patagonia oriental hasta los 50 grados sur. El historiador estadounidense Frederick J.Pohl arribó a similares conclusiones en 1944. La historiografía de mediados del siglo XX tiende a apoyar la tésis de estos especialistas.
El académico argentino Enrique de Gandía también atribuye a Vespucci el descubrimiento de la Plata, la costa patagónica y las islas Malvinas, aunque afirma que el navegante realizó cinco viajes en total.
El gran historiador uruguayo y especialista en cartografía, Rolando Laguarda Trías, en su trabajo titulado El hallazgo del Río de la Plata por Amerigo Vespucci en 1502, analiza detalladamente el texto de Mundus Novus, la Lettera y la mencionada carta de Bartolozzi, que contiene un breve relato sobre el tercer viaje de Vespucci. En coincidencia parcial con los investigadores mencionados concluye que:
La primera expedición portuguesa que llegó y penetró en el Río de la Plata fue aquella de la que formaba parte Vespucci un año después del descubrimiento de Brasil por Alvares Cabral… La expedición de la que formaba parte Vespucci recorrió las costas orientales de América meridional hasta el grado 50 de latitud estimada, que corresponde a 45 de latitud real.
En otra obra de su autoría, Pilotos portugueses en el Río de la Plata durante el siglo XVI, añade:
Desgraciadamente, de la expedición de 1501-1502 no se dispone, exceptuando Vespucci, de los nombres de ninguno de los tripulantes -incluido el del jefe- y por ello nos son desconocidos los de los tres pilotos de aquella inmortal navegación, todos portugueses.

Resulta evidente que en la figura de Amérigo Vespucci van de la mano sus viajes con la controversia que despertaron los mismos.