IBN BATTUTA (1304 – 1368 o 1377)


Abu Abd Allah Muhammas Ibn Battuta, geógrafo árabe, fue el más importante de los viajeros musulmanes en la Edad Media, famoso por escribir el libro Rihläh (Viajes), en el año 1355, donde plasmó con todo lujo de detalles las experiencias vividas a lo largo de todos los continentes que recorrió durante más medio siglo.
Miembro de una familia honorable dedicada a la magistratura islámica, nació en Tánger en 1304 y desde muy joven se aficionó a la lectura, especialmente de obras relacionadas con la geografía y con todo tipo de libros de viajes. Ayudado por el desahogo económico de su entorno, cuando tan sólo contaba con veintiún años de edad ya inició su periplo viajero. El 13 de junio del año 1325, partió en dirección a La Meca con el designio de cumplir la peregrinación preceptiva para todo musulmán de visitar la ciudad santa por excelencia del Islam, y también de postrarse ante la tumba de Mahoma en Medina. Según su propia crónica: “Solo, sin compañero con cuya amistad solazarme ni caravana a la que adherirme”.
No regresaría a su patria hasta 24 años después, después de haber recorrido más de 120.000 kilómetros, de un extremo a otro del mundo musulmán y fuera de él.
Ibn Battuta recorrió todo el norte de África a lo largo del litoral mediterráneo, en el que apenas detuvo su atención hasta llegar a Alejandría. Desde Egipto se adentró curso arriba por el Nilo hasta la ciudad de Aydab, ubicada a la altura de las primeras cataratas, para luego regresar a El Cairo ante la imposibilidad de embarcarse hacia Arabia atravesando el Mar Rojo, como era su deseo. Desde la capital egipcia inició un periplo por el país del Sham (Siria y Palestina), que por aquel entonces formaba parte de los dominios de la misma dinastía de los mamelucos -la dinastía Bahrí-. Esto le permitió desplazarse con cierta seguridad, dado que las autoridades hacían un especial esfuerzo en mantener segura para los peregrinos la ruta que pasaba por los lugares santos de Hebrón, Belén y Jerusalén. Visitó las ciudades de Damasco (donde estuvo durante el mes del ramadán), y Alepo, tras de lo cual tomó la ruta directa hasta La Meca, lugar al que llegó en septiembre del año 1326.
Tras cumplir con los ritos habituales y habiendo adquirido el apelativo de hayi (peregrino), abandonó La Meca para proseguir su itinerario por los lugares santos del Islam, Meshed y la tumba del santo Ali al-Ridá. En teoría había cumplido los objetivos de su viaje, pero en lugar de volver a Marruecos decidió acompañar a una caravana de peregrinos de Irak y Persia de regreso a sus hogares de procedencia.

EN RUTA HACIA EL ASIA CENTRAL
Se dirigió hacia Irak, el Juzistán, Fárs, Tabriz, en la llamada Ruta de la Seda, y el Kurdistán para acabar en Bagdad. Conoció el Irak gobernado por los mongoles, visitó Nayaf y desde allí viajó a Basora, pasándose después a Persia, visitando Isfahán -que sólo unas décadas antes había sido destruida por Tamerlán-.
En sus viajes por Irak y Persia tuvo ocasión de conocer a los chiíes, rama del Islam inexistente en el Magreb. Desde Bagdad, en el año 1327, regresó a La Meca para vivir tres años seguidos como profesor de Teología, período en el que se granjeó fama de austero y devoto musulmán. Cuando el espíritu viajero volvió a apoderarse de Ibn Battuta, éste emprendió el viaje, esta vez hasta Kilwa. Desde esa ciudad regresó a Arabia por Omán.
Tras visitar la península arábiga a fondo, Ibn Battuta dio comienzo realmente a su gran viaje, el que habría de llevarle hasta el mismísimo corazón del imperio chino. Hacia diciembre de 1330 emprendió viaje hacia el sur. En Yidda se embarcó hacia la costa nubia, en el actual Sudán, para cruzar de nuevo el mar Rojo y poco después hacia Yemen, donde fue alojado por el Nur ad-Din Ali.
Desde Adén arrancó un largo viaje por mar con el que recorrió las costas de África, el sur de la penñinsula arábiga y el golfo Pérsico. Pasando alrededor de una semana en cada uno de sus destinos, visitó Etiopía, Mogadiscio, Mombasa, Zanzíbar y Kilwa Kissiwani, entre otros lugares. Con el cambio del monzón, el barco en que iba embarcado volvió hacia el sur de Arabia. Habiendo completado su aventura, antes de establecerse, inmediatamente fue a visitar Omán y el estrecho de Ormuz, para luego regresar a La Meca de nuevo.
Al cabo de un año, decidió buscar ocupación con el Sultán de Delhi. Necesitando un guía y traductor para viajar allí, fue a Anatólia, entonces bajo el control de los turcos selúcidas, para unirse a una de las caravanas que iban hasta la India. Abandonó Damasco y en un viaje por mar un barco genovés lo llevó hasta Alanya en la costa sur de Anatolia. Desde allí viajó por tierra a Konya y después a Sinope, en la costa del mar Negro.
Con posterioridad se embarcó para Crimea y Jaffa (actual ciudad de Feodosia), importante factoría comercial de Génova, donde tomó contacto por primera vez con la cultura cristiana occidental. Una vez en Constantinopla, tras una corta estancia en la capital bizantina, se dirigió hacia los territorios dominados por la Horda de Oro y de los tártaros de Qiptaq, donde el Khan, según su propio relato, le recibió con un lujo impresionante y le hizo el honor de compartir varias de sus esposas oficiales.
Ibn Battuta dirigió su atención a las misteriosas tierras del norte, alcanzando las heladas estepas donde se conseguían las pieles de armiño y marta tan apreciadas por la realeza y alta nobleza europea. Por último, movido por un gesto caballeresco y de agradecimiento típico de los musulmanes, aceptó acompañar a una de las esposas del Khan a Constantinopla, bordeando la costa del mar Negro, ciudad donde también fue objeto de una bienvenida digna de un rey por parte del emperador bizantino Andrónico III.
De regreso en la corte del Khan, se preparó a conciencia para su siguiente viaje, el más largo y duradero de todos ellos. Atravesando el río Volga y las inmensas estepas, el 13 de septiembre del año 1333 alcanzó el fértil valle del río Indo, dirigiéndose a Delhi, ciudad en la que permaneció nueve largos años al servicio del Sultán Muhammad Ibn Tughluq.
El Sultanato de Delhi era una adición relativamente nueva Dar al-Islam (la tierra del Islam), y el Sultán había decidido traer tantos estudiosos musulmanes como fuera posible para consolidar su dominio. Con la sabiduría adquirida en sus años de estudio mientras estaba en La Meca, Ibn Battuta fue nombrado juez por el propio Sultán.  Aunque prosperó y alcanzó los más altos honores en la lujosa corte, sus deseos por seguir conociendo mundo y los deseos de aventura que llevaba en la sangre vencieron a la comodidad de que gozaba en aquellos momentos. Por fin, deseoso de abandonar una vida sedentaria y muy cómoda, pero repleta de intrigas, responsabilidades y envidias por doquier, en el año 1342 el Sultán indio le nombró embajador de su reino en los territorios más orientales del continente. Ante la oportunidad, tanto de alejarse de la corte del Sultán, como de visitar nuevas tierras, Ibn Battuta aceptó.

VIAJE A LAS COSTAS DE CHINA
Su periplo al Extremo Oriente se inició visitando por espacio de un año y medio las islas Maldivas, donde su pequeña expedición tuvo que recalar como consecuencia de un terrible huracán que destrozó todas las embarcaciones. Ibn Battuta descansó en un lugar auténticamente paradisíaco, donde actuó como juez gracias a sus estudios de Teología. Una vez que pudo zarpar de nuevo, llegó hasta Ceylán (actual Sri Lanka). Tras ser desvalijado por los piratas del Índico, se vio obligado a regresar a la costa oriental de la India, haciendo escala en Bengala y posteriormente en Sumatra, al sur, en cuyo reino el Sultán musulmán le proporcionó una embarcación hecha con juncos con la que pudo alcanzar, por fin, la costa china.
Tras una larga y penosa navegación de cabotaje, Ibn Battuta desembarcó en Zaitón (ciudad identificada por los especialistas con algunas reservas con la actual Chuanchou, cerca de Amoy, en la región del Fujián), efectuando numerosos recorridos por aquel inmenso país hasta alcanzar la capital Pekín, donde apenas estuvo durante un mes, para seguir sus exploraciones. Precisamente, según los expertos sobre el autor y su obra, este pasaje de la Rihläh (el libro en el que relató sus viajes) es el menos verídico y el que más sospechas levanta de que fuera un extracto añadido por un apócrifo, debido al cambio de estilo narrativo tan sustancial y a la gran cantidad de imprecisiones y errores geográficos que contiene, contrastando con la fiabilidad anterior del relato. Probablemente, Ibn Battuta nunca alcanzó a ver realmente Pekín ni la famosa Muralla China.
No obstante, dejó gran información escrita sobre aquel período. Quedó gratamente sorprendido ante una civilización tan extraña y sus grandiosas fiestas. También describió de un modo prolijo el funcionamiento de una administración minuciosa y eficaz, de una justicia ejemplar y de una economía compleja, detalles todos ellos a los que no estaba acostumbrada una persona como él educado bajo unos parámetros intelectuales, sociales y religiosos tan diferentes.
Como consecuencia de las graves agitaciones políticas que sacudieron a China en el año 1347, Ibn Battuta inició el regreso a Occidente antes de lo deseado, a través de Sumatra y la costa india de Malabar hasta Egipto, desde donde se dirigió a La Meca para realizar otra peregrinación. Ya en Alejandría y sin ningún contratiempo, embarcó rumbo a Túnez a bordo de una navío catalán que lo trasladó a Cerdeña (por aquellas fechas perteneciente a la Corona de Aragón), hasta que finalmente cruzó el occidente de Argelia y entró en el reino de Marruecos, dirigiéndose a la capital del reino meriní, la floreciente Fez, donde fue recibido como un héroe nacional a finales de 1349.

LOS ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA
Sin apenas saborear las mieles de sus aventuras y hazañas entre sus compatriotas, Ibn Battuta fue encargado por el Sultán para realizar otro viaje de mucha menor envergadura que los anteriores, pero no por ello menos importante, sobre todo para los generaciones posteriores, ya que fue comisionado para explorar una parte de los territorios desconocidos habitados por gentes de raza negra que apenas se conocían por aquel entonces. Nos estamos refiriendo al casi legendario imperio africano de Mali, sobre el que Ibn Battuta dio una cumplida referencia geográfica, política, social y religiosa en su libro.
Pero antes de partir hacia el Sahara occidental, fue enviado como embajador del Sultán al reino musulmán de Granada, donde permaneció por espacio de un año más o menos, entre 1351 y 1352. De regreso en Marruecos, informó pormenorizadamente de la delicada situación política por la que estaba atravesando el último reino musulmán que aún quedaba en el extremo occidental del continente europeo.
En el año 1352, Ibn Battuta partió desde Sijilmassa, ciudad que se encontraba en su edad de oro, apodada la "puerta del desierto", a la cabeza de una caravana de mercaderes, con la que logró atravesar el desierto del Sahara en dirección norte-sur en tan sólo dos meses, período en el que pudo estudiar con profundidad los mecanismos principales que regían el lucrativo tráfico comercial de la región: el intercambio de la sal de Taghasa y el oro del Sudán. El contacto con el mundo musulmán de raza negra en la corte del Sultán de Mali, Mansa Suleyman, dueño del poderoso y temido Imperio de Mali, le decepcionó por completo, acostumbrado al esplendor de Oriente. La simpleza de esta gente a la hora de interpretar el Islam y los casos de antropofagia que pudo comprobar con sus propios ojos, acabaron por obligarle a reanudar la marcha al año de su estancia en aquellas tierras.
Después de alcanzar el río Níger, al que creía un afluente del Nilo, Ibn Battuta descendió por su cauce hasta llegar a las localidades de Tombuctú y Gao, tras lo cual alcanzó la ciudad de Taccada (actual Agadés), el punto más meridional al que había llegado el hombre blanco en la parte occidental del continente africano. A finales del año 1353, regresó a Sijilmassa a través del durísimo desierto del Sahara.
De vuelta en Fez, dedicó el resto de su vida a ejercer como juez.
En el año 1355, el Sultán meriní le mandó recopilar por escrito todos sus viajes desde el año 1325, labor para la que contó con la colaboración del escritor granadino Ibn Yuzayy, el cual dedicó tres meses antes de morir a la redacción completa del libro siguiendo los dictados que le iba haciendo Ibn Battuta.
Esta práctica de dictar (y reconocer que se ha hecho) no significaba desdoro alguno para el autor, sino más bien todo lo contrario, ya que era muy corriente en Europa y en la cultura literaria musulmana. Sin ir más lejos, el propio Marco Polo probablemente dictó sus andanzas a Rustichello de Pisa, al igual que hiciera dos siglos después el colonizador y descubridor Cabeza de Vaca con su obra Comentarios, entre otros muchos ejemplos más.
Precisamente, el hecho de que la obra fuera escrita por un notabilísimo escritor y mejor poeta aún como era el granadino Ibn Yuzayy, hace que en la misma aparezcan relatos en algunas ocasiones demasiados desnudos y fríos junto con otros mucho más elaborados, donde Ibn Yuzayy se demuestra que hizo grandes esfuerzos por demostrar su gran erudición y su arte literario repleto de toda clase de florituras estilísticas.
A esta asimetría en el estilo hay que añadirle el hecho de que Ibn Yuzayy reconstruyera imaginariamente itinerarios del viaje de Ibn Battuta, no se sabe sin con el consentimiento de éste o no, agrupándolos, cortándolos o estirándolos para conferir un orden lineal al relato, práctica que le indujo a cometer un sinfín de errores geográficos y cronológicos bastante graves, como se sospecha que ocurrió cuando el libro relata las andanzas de Ibn Battuta por Pekín y sus alrededores. Todas estas cuestiones han inducido a los expertos a dudar realmente de la credibilidad de lo relatado por Ibn Battuta.
No obstante, de lo que no existe duda alguna es de la gran importancia y calidad de la obra de Ibn Battuta por sí misma, así como de su periplo viajero, impresionante y con notas de heroicidad innegables teniendo en cuenta cómo y cuándo lo realizó. Con la finalidad última de proporcionar al Sultán informaciones difíciles de adquirir en la época, Ibn Battuta recogió datos históricos, geográficos, folclóricos y etnográficos al mismo tiempo que narró las costumbres peregrinas o cotidianas, sucesos maravillosos y acontecimientos legendarios de los lugares por donde pasaba, afirmando por encima de todo la omnipresencia del Islam como forma de vida y comprensión del mundo. En la obra también hay referencias a los conflictos internos del Islam y a sus variadas sectas, así como descripciones pormenorizadas de los ritos musulmanes.
Ibn Battuta murió en Marruecos en algún momento entre 1368 y 1377. Durante siglos su libro con la recopilación de sus viajes fue totalmente desconocido, incluso dentro del mundo musulmán, pero en el siglo XIX fue redescubierto y traducido a varios idiomas europeos. Desde entonces la fama de Ibn Battuta ha ido creciendo y es ahora una figura bien conocida en el Oriente Medio.
En la medina de Tánger Ibn Battuta tiene un pequeño mausoleo familiar, que es lugar de oración.