En 1866, David Livingstone, regresó a Zanzíbar (actualmente perteneciente a Tanzania). La Royal Geographical Society británica, le había encargado a través de su presidente Sir Roderick Murchison, un nuevo viaje a Africa. Gracias a la financiación desinteresada de amigos y admiradores, pudo Livingstone iniciar la que sería su tercera y última expedición al continente africano, posiblemente la más ambiciosa, con el objetivo de encontrar el nacimiento del Nilo y del Congo para resolver de una vez la disputa que años antes Burton y Speke habían protagonizado.
Una vez más sería el único hombre blanco de la expedición.
Regresó al lago Nyasa (en Malawi) que ya descubriera años antes. En los primeros meses la expedición se vio envuelta en múltiples deserciones y robos de material. Quienes desertaron del grupo se llevaron medicinas y los animales de carga y no suficiente con ello, cuando llegaron a la costa hicieron correr la noticia de que Livingstone había muerto a manos de tribus indígenas hostiles.
Livingstone se quedó sólo con once hombres, además de sus dos fieles y antiguos compañeros africanos, Susi y Chamah. A pesar de ello y durante los años siguientes, siguiendo el cauce del río Rovuma descubrió los lagos Mweru y Bangweulu, antes de llegar a su desembocadura en el Índico y llegó a alcanzar la zona más meridional del lago Tanganyka. Una zona que había sido devastada por los traficantes de esclavos árabes, motivo por el cual los indígenas confundieron al explorador escocés con uno de ellos, atacándole de forma despiadada. Resultaba difícil y de un gran valor presentarse a los nativos que solo relacionaban al hombre blanco con los grilletes y el látigo.
Entre 1867 y 1868 se dedicó exclusivamente a reconocer todo el sistema fluvial de la zona, admirándose de la gran riqueza de los cultivos nativos y de la densidad demográfica. En 1869, siguiendo la orilla occidental del lago Tanganyka llegó muy enfermo a Ujiji, uno de los puntos clave del comercio de marfil y esclavos.
Una vez recuperado, emprendió viaje hacia las tierras situadas al oeste del lago, lo que le convirtió en el primer hombre blanco en llegar al río Lualaba (en la actual República Democrática del Congo) en marzo de 1871.
Agotado y enfermo decidió regresar a Ujiji, para recoger allí los suministros y el correo que desde la costa esperaba encontrar. En el viaje de regreso, rodeando la zona norte del lago Tanganyka fue atacado por tribus nativas y herido en la espalda por una lanza.
Desencantado por no haber encontrado las fuentes del Nilo y muy enfermo, perdía sangre y padecía disentería, fiebres, tenía terribles dolores y acusaba una fuerte desnutrición. Las provisiones y el correo que esperaba haber encontrado nunca llegaron, dado que habían sido robados por los traficantes de esclavos árabes.
EL ENCUENTRO CON HENRY MORTON STANLEY
Durante todo el tiempo que duró su última expedición, el mundo occidental apenas tuvo noticias de la suerte que había corrido tan ilustre explorador, demora que suscitó todo tipo de rumores sobre su posible muerte. Fue entonces cuando el director del New York Herald, en la sospecha de que esta historia podía reportar un lucrativo reportaje, encargó al periodista y viajero Henry Morton Stanley que buscara a Livingstone sin reparar en gastos y medios.
En febrero de 1871, Stanley partió de Zanzíbar al mando de una expedición compuesta por 192 hombres y bien provisto de material, con el propósito exclusivo de encontrar a Livingstone.
Tras nueves largos meses de durísimo viaje a través de la selva, en los que tuvo que sortear múltiples contratiempos y penalidades (amotinamientos, dos intentos de asesinato, lluvias torrenciales, etc.), Stanley consiguió llegar a Ujiji.
Cuando todo parecía perdido, uno de sus fieles sirvientes se acercó corriendo a la choza donde estaba Livingstone y exclamó: ¡un inglés!
Ansioso por comprobar si era él, Stanley se acercó a empujones entre los nativos y pronunció la celebérrima frase: ¿Doctor Livingstone, supongo?
El periodista encontró a Livingstone demacrado y consumido, dado que llevaba más de dos años sin medicinas ni víveres, subsistiendo a base de lo que le proporcionaban los nativos del poblado.
Aun así, en su afán por continuar la búsqueda de las fuentes del Nilo, en los meses siguientes ambos exploraron juntos las tierras del norte del lago Tanganyka. Sólo descubrieron que el río Ruzizi desembocaba en dicho lago, pero no partía de él.
Stanley permaneció algún tiempo junto a Livingstone cuidándole y tratando de convencerle para que regresara a Inglaterra, pero no lo consiguió.
El 14 de marzo de 1872 se despidieron en Unyanyembe.
“Mi querido doctor, usted no debería ir más allá. Bastante trecho me ha acompañado. Mire, la casa ha quedado muy lejos y el sol está muy fuerte. Permítame suplicarle que regrese“ -fueron las palabras de Stanley-.
Livingstone le respondió: “Bien, quisiera ahora decirle esto: usted ha logrado lo que muy pocos hombres. Y por todo cuanto ha hecho por mí le estoy profundamente agradecido. ¡Que Dios con su bendición lo acompañe hasta restituirle sano y salvo a los suyos, querido amigo! Buena suerte. Adiós “.
Antes de separarse, ambos se estrecharon la mano. Nunca más volverían a verse.
Más tarde, el propio Henry Morton Stanley reconocería que, tras encontrar al doctor Livingstone, se volvió un apasionado por las exploraciones y aprendió a conocer cuanto valor tendría poner en claro los enigmas del continente negro. Regresó a Zanzíbar y desde allí envió a Livingstone hombres y suministros.
Por su parte, Livingstone volvió a la orilla oriental del lago Tanganyka y comenzó a descender hacia el sur. De nuevo las penurias físicas se ensañaron con él, de ahí que sus fieles sirvientes Susi y Chamah tuvieran que llevarle a hombros en varias ocasiones. Llegando al lago Bangweulu (ubicado en Zambia), la estación de las lluvias convirtió el camino en un pantano impracticable.
Sin poder realizar las observaciones que él pretendía a causa de su debilidad, el propio Livingstone reconoció que se estaba quedando sin fuerzas, sin embargo, siguió avanzando hasta detenerse en un pequeño poblado llamado Chitambo.
El 1 de mayo de 1873, sus sirvientes africanos le encontraron muerto junto al lecho en el interior de la cabaña que le habían construido.
Pero los viajes de Livingstone no habían terminado. Susi y Chumah, pensaron que su deber era devolver el cuerpo de su maestro a la costa para que pudiera reposar en su patria. Extrajeron las entrañas de su cuerpo y las enterraron al pie de un árbol mulva, donde erigieron un modesto túmulo de madera. Rellenaron el cuerpo de sal y expusieron el cadáver al sol durante dos semanas, después lo envolvieron en una tela y lo rodearon de corteza de árbol, emprendiendo entonces el camino hacia la costa. Después de un penoso viaje de ocho meses, pudieron entregar los restos del explorador escocés al cónsul británico en Bagamoyo que los envió a Gran Bretaña. Susi, Chamah y los demás fueron despedidos amablemente comunicándoles que lamentablemente el gobierno de Su Majestad, no podía pagarles ni siquiera un pasaje de vuelta a Zanzíbar.
En Londres llegó a dudarse de la autenticidad de los restos mortales, pero un examen forense despejó las dudas al comprobar lesiones en el brazo izquierdo, debidas a un ataque de un león en 1843. La Royal Geographical Society expuso el ataúd en su sala de mapas. El 18 de Abril de 1874, se decretó luto nacional en Gran Bretaña, y el cuerpo de Livingstone fue enterrado en la abadía de Westminster, en Londres, entre una abarrotada multitud que le despidió como a un héroe.
Henry Morton Stanley llegó a decir: “Llegó el día solemne de la inhumación de los restos mortales de mi gran amigo. Me tocó ser uno de los que tuvieron el paño mortuorio durante el funeral en la abadía de Westminster; y una vez presenciado su descenso a la tumba y oído retumbar el primer puñado de tierra sobre el ataúd, me retiré acongojado por la desaparición de David Livingstone”.