DAVID LIVINGSTONE (1813-1873) (1ª Parte)

“Su obra se eleva con monumental grandiosidad entre las realizaciones del espíritu humano” (Lord Curzon, Virrey de la India).

Médico y misionero escocés, considerado como uno de los más importantes exploradores de África, nació en el seno de una familia humilde en la villa de Blantyre, cerca de Glasgow (Escocia), el 19 de marzo de 1813.
Los padres de David inculcaron a sus hijos una educación religiosa. En su hogar siempre reinaba la alegría y servía como modelo ejemplar de todas las virtudes domésticas. No se perdía una sola hora de los siete días de la semana, y el domingo era esperado y honrado como una jornada de descanso. A la edad de nueve años David se ganó un Nuevo Testamento, como premio ofrecido por repetir de memoria el capítulo más largo de la Biblia, el Salmo 119.
"Entre los recuerdos más sagrados de mi infancia", escribió Livingstone, “ están los de la economía de mi madre para que los pocos recursos fuesen suficientes para todos los miembros de la familia. Cuando cumplí diez años de edad, mis padres me colocaron en una fábrica de tejidos para que yo ayudara a sustentar a la familia. Con una parte de mi salario de la primera semana me compré una  gramática de latín".
En los días de asueto, a David le gustaba ir a pescar y a hacer largas excursiones por los campos y las márgenes de los ríos. Esos extensos paseos le servían tanto de instrucción como de recreo; salía para verificar en la propia naturaleza lo que había estudiado en los libros sobre botánica y geología. Sin saberlo, de ese modo se fue preparando, en cuerpo y mente, para las exploraciones científicas y para lo que escribiría con exactitud acerca  de África.
Más tarde, mientras estudiaba medicina en Glasgow, asistió también a clases de teología. En 1838, ofreció sus servicios a la Sociedad Misionera de Londres y cuando terminó sus estudios de medicina dos años después, se ordenó sacerdote y partió para su primer servicio como misionero médico hacia África del Sur.

PRIMER VIAJE A SUDÁFRICA

El viaje desde Glasgow a Río de Janeiro y luego a Ciudad del Cabo en África, duró tres meses. Pero David no desperdició su tiempo. El capitán se volvió su amigo íntimo y lo ayudó a preparar los cultos en los que David predicaba a los tripulantes del navío. El nuevo misionero aprovechó también la oportunidad de aprender, a bordo, el uso del sextante y a saber exactamente la posición del barco observando la luna y las estrellas. Ese conocimiento le fue más tarde de incalculable valor para orientarse en sus viajes de exploración en el inmenso interior desconocido.
En julio de 1841 llegó a Kuruman, una colonia en Bechuanalandia (la actual Botswana) que había sido fundada por el misionero escocés Robert Moffat.
A fin de aprender la lengua y las costumbres del pueblo, empleaba su tiempo viajando y viviendo entre los indígenas. Su buey de transporte se pasaba la noche amarrado, mientras él se sentaba con los africanos alrededor del fuego, oyendo las leyendas de sus héroes. Continuó estudiando siempre mientras viajaba, trazando mapas de los ríos y de las sierras del territorio que recorría. En una carta a un amigo suyo le escribió que había descubierto 32 clases de raíces comestibles y 43 especies de árboles y arbustos frutales que se producían en el desierto sin ser cultivados. Desde un punto que alcanzó en esos viajes, le faltaron apenas diez días de viaje para llegar al gran lago Ngami, que descubrió siete años más tarde.
En 1844 contrajo matrimonio con Mary Moffat, hija del misionero Robert Moffat en la misión donde estaba asentado David. Su esposa permaneció junto a él algunos años en África antes de regresar a Inglaterra con los hijos habidos en el matrimonio. Exploraron juntos, adentrándose en regiones donde ningún europeo había llegado antes que ellos.
En ésa época el territorio africano era considerado una espesa selva, una muralla infranqueable para el hombre occidental, un mundo extraño, virgen, pero inmensamente vivo.
Después de recorrer durante varios años diferentes territorios ejerciendo su actividad misionera, se adentró en el desierto del Kalahari, descubriendo en 1851 el lago Ngami y dos años más tarde el río Zambeze. En esos años, igual que en su niñez, trabajaba hasta que la vela que usaba para alumbrarse se consumía, así después de cada agotadora jornada de viaje llenaba escrito tras escrito con sus preciosas anotaciones.
Después de descubrir el río Zambeze, Livingstone vino a saber que los lugares saludables estaban sujetos a saqueos inesperados por parte de otras tribus. Solamente en los lugares plagados de enfermedades y azotados por la fiebre era donde se encontraban las tribus pacíficas. Resolvió, por tanto, enviar a su esposa a descansar en Inglaterra, mientras él continuaba sus exploraciones con el fin de establecer un centro de operaciones. Se veía obligado a establecer tal enclave porque los boers holandeses invadían el territorio, robando las tierras y el ganado de los indígenas y poniendo en práctica un régimen de la más vil esclavitud. Livingstone enviaba a creyentes fieles para evangelizar a los pueblos que estaban a su alrededor, pero los boers acabaron con su obra, matando a muchos de los indígenas y destruyendo todos los bienes que el misionero poseía en Colobeng.
Al término de su primera expedición importante se propuso llevar a cabo una exploración integral sobre el corazón de África, con el triple propósito de evangelizar a los nativos, acabar con el vergonzoso comercio de esclavos y encontrar una ruta desde Linyauti y remontó el río Zambeze hasta llegar a la actual Zambia. Livingstone siguió su viaje a través de Angola hasta llegar a Luanda, en la costa atlántica, en el año 1854.
Aquejado de una grave enfermedad, tuvo que permanecer en Luanda durante cuatro meses hasta que estuvo totalmente restablecido para realizar el viaje de regreso. Cuando hacía el viaje de retorno, también por el Zambeze, siguió su cauce natural, lo que le permitió descubrir en 1855 unas inmensas cataratas que bautizó con el nombre de Victoria, en homenaje a la reina de Inglaterra. Un año después alcanzó las costas del océano Índico y llegó a Quelimane, en Mozambique, en mayo del mismo año. En tan sólo veinte meses, Livingstone había logrado recorrer de poniente a oriente el continente africano.
En diciembre de 1856 regresó a Inglaterra, donde fue recibido con grandes honores y siendo su prestigio ampliamente reconocido. A partir de aquel momento, sus sorprendentes descubrimientos obligaron a todos los cartógrafos y geógrafos del mundo a revisar los mapas africanos de la época. Fue recibido por el Gobierno británico y la reina Victoria le nombró cónsul en Quelimane y jefe de una expedición británica montada con el objeto de seguir explorando más a fondo toda el África central y oriental.
Sus escritos y conferencias despertaron el interés por el misterioso continente africano en todo el mundo, incitando a la posterior carrera colonial por el reparto de su dominio entre las potencias europeas, no obstante, las intenciones del propio Livingstone fueron otras, impulsando el conocimiento científico del continente y el establecimiento de relaciones amistosas con los pueblos indígenas.
Livingstone aprovechó su popularidad para publicar el libro “Viajes y exploraciones de un misionero en el África meridional”, en el que, además de difundir con precisión todos sus descubrimientos, revelaba al mundo occidental la realidad del inhumano comercio de esclavos.

REGRESO AL CONTINENTE AFRICANO

En el año 1858, Livingstone se propuso recorrer el curso inferior del Zambeze, interesado en verificar su navegabilidad. Ante la imposibilidad de hacerlo por los peligrosos rápidos con que se encontró, decidió remontar el Shire, uno de los afluentes del Zambeze, en cuyo recorrido descubrió el tercer lago más grande por extensión del continente, el Nyasa (actual lago Malawi). Un año más tarde repitió el resultado al descubrir el lago Chilwa, mientras remontaba el río Royuma.
Durante aquellas expediciones el grupo de Livingstone sufrió muchas penalidades, perdió bastantes de sus acompañantes occidentales, entre ellos su hermano Charles y su esposa Mary, quien falleció en abril de 1863 a causa de una disentería.
De regreso a Inglaterra y a la inversa de lo que ocurrió en la anterior ocasión, la expedición del Zambeze fue duramente criticada por los periódicos, lo que provocó que Livingstone tuviera grandes dificultades para conseguir más fondos para continuar con la exploración en África. Estando en Inglaterra escribió su obra más comprometida: “El Zambeze y sus afluentes”, en la cual condenaba explícitamente el tráfico de esclavos al que estaban siendo sometidos los indígenas por parte de compañías árabes y portuguesas.

                                                   Continuará