MARCO POLO (2ª Parte)

EN EL REINO DEL GRAN KHAN

  
Al filo del verano de 1275, entraron los Polo en la ciudad mongol de Shangtu.  El espléndido palacio veraniego del Khan, de piedra y mármol, ocupaba más de cuarenta kilómetros cuadrados de parque, regado por muchos riachuelos y poblado de ciervos y otros animales de caza, que el monarca cazaba con guepardos y halcones. 
Sentado en un enorme salón dorado, aguardaba a los Polo uno de los gobernantes más notables de la historia. Su imperio, el mayor que el mundo había visto en aquella época, se dilataba desde los confines de Europa hasta la costa de China.  Kublai Khan, que tenía alrededor de sesenta años, era un hombre bien constituido, de estatura mediana, con las mejillas encendidas y los ojos negros y bellos en el decir de los cronistas de aquel entonces. Su figura era imponente, ataviado con una túnica de seda con bordados de oro. 

Cuando Nicolo presentó a Marco como "vuestro servidor y mi hijo", el Khan replicó: “Que sea bien venido y mucho me complace”.
Shangtu era la residencia veraniega del Khan. La capital principal de Kublai estaba a unos trescientos kilómetros al sur, en Cambaluc (Khan-Baligh en mongol, se trataba del Pekín actual).  Era una ciudad más espléndida que Shangtu, con palacios aún de mayor magnificencia. 
A finales de agosto de aquel mismo año, Kublai y su corte volvieron a Cambaluc y los Polo fueron también.
Miembro del séquito del Khan, Marco conoció íntimamente toda la casa imperial. Kublai vivía con refinada suntuosidad. Había adoptado muchas costumbres chinas y recibía a sus invitados con gran fastuosidad. En los banquetes, donde a menudo había miles de comensales, se servían por lo menos cuarenta platos de carnes y pescados, veinte variedades de verduras, infinidad de clases de frutas y dulces y enormes cantidades de leche y vino de arroz.
Kublai tenía cuatro esposas legítimas, cada una con una corte de diez mil personas. Todas ellas tenían el título de emperatrices y en las ceremonias oficiales una de ellas ocupaba un lugar de honor junto al emperador. Tenía, además, centenares de concubinas, y cada par de años adquiría treinta o cuarenta más. Marco se enteró de que eran cuidadosamente seleccionadas en cuanto a belleza, y observó, según sus propias palabras que "duermen tranquilamente, no roncan, tienen aliento dulce y están libres de olores desagradables". Cualquier padre consideraba un honor que sus hijas fueran elegidas, pues muchas veces el Khan daba sus concubinas por esposas a los nobles de la corte.
También servía al Khan un cuerpo de diabólicos astrólogos. Marco Polo se refirió a ellos con gran desaprobación: "Se muestran en un estado sucio e indecente. Por añadidura, son adictos a la horrenda práctica de asar y devorar el cuerpo de los condenados a muerte. Tan peritos son en su infernal arte, que puede decirse que hacen lo que quieren, y mencionaré un caso, aunque se sale de los límites de lo creíble. Cuando el Gran Khan está comiendo en su salón, la mesa que hay en el centro se halla a una altura de ocho codos, y a cierta distancia hay un aparador grande, donde están dispuestas todas las vasijas para beber. Pues bien, por obra de su arte sobrenatural, hacen que las vasijas de vino, leche o cualquier otra bebida llenen las tazas de forma espontánea, sin que las toquen los sirvientes y las copas recorren por el aire diez pasos hasta la mano del Gran Khan. Cuando las ha apurado, regresan al lugar de donde vinieron”.
Aquellos brujos de quienes se contaba que controlaban hasta el estado atmosférico, impresionaban tanto al Gran Khan, que dijo a los Polo que el cristianismo no le interesaría a menos que contara con análogos hacedores de milagros.
Igualmente mágica, para ojos occidentales, era la administración del vasto imperio del Khan. Sus 34 provincias estaban gobernadas por doce barones responsables sólo ante el emperador. Un complejo sistema de cómodas postas, separadas por unos cuarenta kilómetros, con caballos veloces y ligeros, enlazaban las provincias con la capital y aseguraban que las órdenes del Khan fuesen prontamente ejecutadas. La red de comunicaciones era tan eficiente que un mismo correo llegaba a recorrer 400 kilómetros en un solo día, y en la llamada “estación de las frutas”, lo que era recolectado por la mañana en Cambaluc, le llegaba a la tarde del día siguiente al Gran Khan en Shangtu.
Los viajeros no tuvieron dificultades con la moneda en la mayor parte del imperio. Los billetes impresos en la casa de moneda del Khan en Cambaluc eran aceptados por doquier, salvo en el lejano sur y el oeste del imperio. El propio Marco Polo describió cómo unos artesanos hacían los billetes: "Toman la membrana que hay entre la corteza y el tronco. Remojada y machacada en un mortero hasta quedar reducida a pulpa, se hace con ella un papel. Lo hacen cortar en trozos de varios tamaños, casi cuadrados… El funcionario principal, después de mojar en bermellón el sello real, sella cada trozo de papel… La falsificación es castigada con la pena de muerte".
Curiosamente, aún transcurrirían 600 años antes de que el papel moneda fuera utilizado comúnmente en Europa.
Pese a algunas asperezas, el Khan era en muchos aspectos un déspota bastante benévolo. Si el hambre o la peste afligían cualquier parte de su imperio, suministraba granos y ganado de los bienes imperiales a las víctimas.  Si caía un rayo en un buque mercante, el Khan renunciaba a su parte. Si admiraba la estructura social y económica de algún territorio conquistado, la dejaba intacta, como había hecho con China.
Marco Polo no averiguó todo esto en seguida, sino a lo largo de muchos años.  Nicolo y Mateo se establecieron en Cambaluc para comerciar, y pocas veces los mencionó Marco en el relato de los años que vivieron los tres juntos en China, a buen seguro porque era mucho lo que viajaban.

EMBAJADOR DEL GRAN KHAN

El joven Marco Polo adoptó bien pronto las costumbres tártaras y aprendió a leer y conversar en cuatro idiomas diferentes del imperio mongol. Al Khan le impresionaron tanto su inteligencia y logros, que decidió poner a prueba el talento mercantil del veneciano y lo envió con una misión a China sudoccidental y al reino de Mien (nombre chino de la antigua Birmania) en el golfo de Bengala. Advirtiendo que al Khan le agradaba escuchar relatos de todo lo que fuese nuevo para él, Marco siempre procuró recabar informaciones correctas y anotó todo cuanto veía y oía.
Durante los diecisiete años que Marco permaneció al servicio del Khan, se hizo tan útil que se le encomendaron misiones confidenciales a todas partes del imperio y sus dependencias. A veces viajó también por su cuenta, pero siempre con el consentimiento del emperador.
Estas misiones llevaron a Marco por el norte a Mongolia, por el oeste al Tíbet y por el oriente a las ciudades de la costa china. Durante tres años fue el embajador del Khan en la hermosa ciudad de Quinsay (la actual Hangzhu), al sur del río Yangtsé.
Lo mismo que Venecia, Quinsay estaba construida entre canales, pero sus dimensiones y magnificencia hacían que en comparación la ciudad italiana pareciera un poblado. Según informó Marco, Quinsay tenía 160 kilómetros de circunferencia. Había no menos de doce mil puentes sobre los canales y la calle principal, que cruzaba la ciudad de punta a punta, medía cuarenta pasos de anchura. Dicha calle estaba interrumpida por diez enormes plazas rodeadas de altas casas y tiendas donde se vendían vinos, especias, joyas y perlas. Dos o tres veces por semana, en cada plaza se reunían infinidad de comerciantes y compradores. 
Marco lo describió así: "Abundan las piezas de caza de todo género, corzos, ciervos, gamos, liebres, conejos, perdices, faisanes, codornices, gallinas, capones y tantos patos y ocas que no alcanzan las palabras… En dichas plazas, hay  toda clase de hierbas y frutas y, sobre todo, unas peras grandísimas que pesan cinco kilos cada una, blancas por dentro como una pasta y olorosísimas. También hay duraznos amarillos y blancos muy delicados... Cada día llega del mar gran cantidad de pescado... y también abunda el del lago... de diversas clases según las estaciones del año”.
A Marco Polo le fascinaron los baños públicos, de agua sin calentar, adonde los chinos concurrían a diario. Al parecer consideraban los baños de agua fría "muy conducentes a la salud". Sin embargo, también había baños de agua caliente “para los extranjeros que no soportan la impresión del frío”.

Describió también Marco los gremios de artesanos de Quinsay, señalando que Kublai Khan no imponía la antigua ley china según la cual todo hombre debía seguir ejerciendo el oficio de su padre: "Cuando adquirían riqueza, se les permitía evitar el trabajo manual, a condición de conservar el establecimiento en buen estado y de dar empleo a personas que practicasen los oficios paternos”.
Marco no restringió sus viajes a la comodidad y seguridad de las grandes ciudades. Viajó por toda China y probablemente llegó a conocerla mejor que la mayoría de los chinos y que sus dominadores mongoles. Su gira más prolongada fue por las provincias sudoccidentales de Sechuan y Yunnan y por una región que llamó Tíbet. Al recorrer aquellas comarcas, quedó cautivado por la moneda de sal que circulaba en Tíbet: "Tienen aguas saladas de las que extraen la sal hirviéndolas en sartenes. Luego de hervir una hora se cuajan en una pasta a la que se da forma de panes de dos dineros, planos por debajo y redondeados por encima; y cuando están hechos se ponen sobre ladrillos bien caldeados al fuego, donde se secan y endurecen. En ellas se imprime el sello del señor. Tales monedas no pueden ser hechas sino por la gente del señor”.
Los viajes eran bastante arriesgados, no sólo por los bandoleros sino por los animales salvajes. Los viajeros obligados a acampar por la noche en lugares despoblados, se protegían encendiendo hogueras de bambúes verdes que crecían en la orilla de los ríos. En la lumbre, a menudo las cañas "estallan con grandes detonaciones" que podían oírse a gran distancia y ahuyentaban a los animales.
Cuando Marco llegó al reino de Mien (nombre chino del reino de Birmania), región desconocida para los europeos y que sólo fue explorada seis siglos después, vio las cosas más extrañas en aquella zona tan remota: sobre todo gente que se forraba de oro los dientes y hombres tatuados de pies a cabeza.
Diez años más viajó Marco Polo por cuenta del Khan, mientras su padre y su tío se enriquecían con la compraventa de joyas.  Pero ambos anhelaban volver a su Venecia natal. Al respecto, Marco explicó: "Cada vez estaban más empeñados en ello, sobre todo cuando pensaban en la edad muy avanzada del Gran Khan, cuya muerte, de producirse antes de su partida, podría despojarlos de aquella asistencia general, única con que podrían contar para vencer las dificultades de un viaje tan largo…”
Así que Nicolo, el padre de Marco, aprovechó un día la ocasión al notar que el Khan estaba más contento que de costumbre; se postró a sus pies y solicitó, en nombre propio y de su familia, el gracioso permiso de Su Majestad para partir de vuelta a Venecia.
Al Khan pareció dolerle. Que pidieran lo que quisieran, respondió, pero, "por la consideración que les tenía, debía decididamente rechazar su petición". 
Los Polo estaban, de hecho, prisioneros, y de no haber sido por un golpe de fortuna, la historia pudo no llegar a saber nunca nada de Marco Polo.
Hacia 1286, llegaron a la corte del emperador en solicitud de nueva esposa unos enviados de un pariente de Kublai, el gobernante de Persia Arghun Khan.  Fue escogida una joven princesa mongola de 17 años, bella y exquisita, llamada Cocacín (la Princesa Azul) y los enviados partieron con ella por tierra. Alrededor de un año más tarde, la caravana reapareció en Cambaluc, rechazada por las belicosas tribus del Asia Central. El viaje hacia tierra de Argón resultaba peligroso por las luchas intestinas que en el centro de Asia enfrentaban constantemente a los descendientes de Gengis Khan, y por ello se imponía la navegación marítima. Se dio la circunstancia de que Marco acababa de volver de un viaje a las Indias Orientales, y los enviados pidieron a los Polo que fueran ellos los que la guiaran por mar. Cuando el plan fue expuesto al Gran Khan, convino aunque a regañadientes en dejarles partir, no obstante derrochó amabilidad con ellos, obsequiándoles con toda clase de joyas y dos tablillas de oro macizo del tamaño de una mano. Estas tablillas eran unos salvoconductos por los que se ordenaba a los funcionarios de los dominios mongoles que les proporcionaran todo cuanto fuera preciso a lo largo de su desplazamiento, amén de sendas cartas dirigidas a los reyes de Europa.

EL LARGO Y DIFÍCIL REGRESO

En 1292 zarpó de China una flotilla de 14 juncos de gran tamaño que llevaban a centenares de hombres y mujeres, incluyendo a los tres Polo, a los embajadores de Arghun Khan y a la joven con la que iba a desposarse. La travesía se inició en Quanzhou, siguieron la costa de China hacia el sur, bordearon la península indochina, llegaron a Sumatra, pasaron a Seilán (Sri Lanka) y la India, y enfilaron al norte hacia Ormuz.  Un viaje de casi once mil kilómetros. La incansable curiosidad de Marco le llevó a describir tierras, pueblos y otros temas de los cuales los europeos hasta entonces no tenían la menor noticia: desde una descripción del rinoceronte (al que llamó unicornio) hasta una biografía de Buda.
Por fin, la flota arribó a Ormuz, en el golfo Pérsico, al mismo puerto en el que los Polo habían decidido no embarcarse veinte años atrás. La travesía había durado alrededor de un par de años y no estuvo libre de peligros.
Marco habló de unos piratas que obligaban a los mercaderes capturados a tomar una purga que les hacía vomitar las joyas que se hubieran tragado para ocultarlas. Muchos de los que partieron de China murieron por el camino, pero la voluntad indomable, el vigor y la suerte no abandonaron a los Polo. La joven fue entregada sana y salva, pero entonces se enteraron de que Arghun había muerto, de modo que la casaron con su hijo.  Los Polo, lejos aún de su patria, prosiguieron por mar y tierra hasta Constantinopla.  Debió de ser un alivio para ellos ir ya de camino hacia Occidente cuando también se enteraron del fallecimiento del Gran Khan en 1294.
Al año siguiente Marco, Nicolo y Mateo Polo entraron por fin en el puerto de Venecia, después de una ausencia de 24 años en la que sus parientes ya les habían dado por muertos. Tres hombres descendieron de una galera en el muelle. Nadie se acercó a recibirlos y la verdad es que su llegada habría pasado inadvertida de no ser por su extraña apariencia. Aunque sus mantos de fina seda al estilo mongol habían quedado hechos harapos, aquellos personajes conservaban un cierto aspecto tártaro, tanto en el porte como en el acento con el que se expresaban, dado que casi habían olvidado por completo su lengua veneciana. Era el año de 1295.


Los vecinos llegaron a contar que los Polo, para probar sus relatos respecto a las riquezas que habían adquirido y a las muchas cosas que habían contemplado, dieron a los suyos un banquete, al final del cual desgarraron las costuras de las toscas vestimentas que traían de Asia y derramaron sobre la mesa gran cantidad de diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas.
Años después de su regreso tomó parte en una batalla naval y fue capturado por los genoveses. Venecia mantenía desde hacía años una guerra marítima con Génova y Marco Polo fue víctima de este conflicto al enrolarse en una galera veneciana que fue asaltada por sus enemigos. Fue precisamente estando encarcelado cuando relató su vida a Rusticello de Pisa.
Una vez liberado de la cárcel y con más de 45 años de edad, Marco se casó con una mujer llamada Donata y tuvo tres hijas, Bellela, Marietta y Cantina, viviendo en una mansión que la familia adquirió cerca del Rialto veneciano, donde pasó el resto de su vida. Sin duda, disfrutó de la celebridad que debió a la circulación de sus manuscritos, aunque muchos lectores tratarían de desprestigiarle diciendo que contaba relatos inverosímiles.
Cosa singular, al morir en 1324, Marco no era muy rico. Su última voluntad fue que se liberase al sirviente tártaro que había siempre había llevado consigo. Inevitablemente, en torno al veneciano y sus viajes se multiplicaron las leyendas. Según relataron unos amigos, alguien preguntó a Marco antes de morir si no querría al fin suprimir de sus historias todo lo que fuese más allá de los hechos reales. Ante la sorpresa de todos, parece ser que él contestó: “No he contado ni la mitad de todo lo que vi”.
Pero Marco Polo no tuvo la culpa de lo mucho que otros debieron de añadir a su libro. Con los años, fue criticado por errores y exageraciones; pero no eran nada en comparación con los que aparecían en otros libros de la época. Cualesquiera que fuesen sus limitaciones, sus observaciones eran indiscutiblemente realistas, e influyeron no poco sobre generaciones posteriores de cartógrafos, geógrafos, viajeros y sabios de toda índole. Hasta su errónea localización de Japón entre China y Europa tuvo su importancia: unos doscientos años después, uno de los seguidores de las historias de Marco Polo se lanzó a buscar una ruta occidental hacia Oriente, llevando consigo un ejemplar cuidadosamente anotado de sus viajes. Cristóbal Colón no llegó a Japón ni China, pero la inspiración que encontró en el veneciano Marco Polo le llevó a descubrir un nuevo mundo.
Pero eso ya forma parte de otra historia…