JEAN LOUIS BURCKHARDT (1784 - 1817)




Nacido en Lausana (Suiza) en el seno de una familia acomodada, fue un explorador profundo conocedor de la lengua árabe y de la religión islámica que, haciéndose pasar por un mercader árabe, viajó por Oriente Próximo y Nubia, siendo el europeo que encontró las ruinas de Petra (Jordania) en 1812, la antigua capital de los nabateos y uno de los primeros europeos en conocer La Meca y Medina.
Además descubrió a Occidente los templos del faraón Ramsés II y Nefertari en Abu Simbel (Egipto).
Se convirtió al Islam, tomando el nombre de Ibrahim ibn Abdullah.

PRIMEROS VIAJES
Después de estudiar en Leipzig y en la Universidad de Gotinga, visitó Inglaterra en el verano de 1806 con una carta de presentación del naturalista Johann Friedrich Blumenbach para Sir Josep Banks que, junto a los demás miembros de la African Association, organización cuyo objetivo era mejorar el conocimiento de la geografía africana, aceptaron su oferta para poner en marcha una expedición dirigida a descubrir la fuente del río Níger. Una vez aceptada, Burckhardt planeaba viajar a Oriente con el fin de estudiar el árabe, en la creencia de que su viaje por África se vería facilitado si era aceptado como musulmán. Como preparación estudió la lengua árabe en la universidad de Cambridge y se preparó de forma rigurosa para su carrera como explorador, para lo que se dedicó a vagar por el campo sin ninguna protección contra el sol, con la cabeza descubierta, durante una ola de calor, subsistiendo solo con verduras y agua, aparte de dormir al aire libre.
Burckhardt abandonó Inglaterra en marzo de 1809 en dirección a Malta, desde donde se dirigió en otoño a Alepo, en Siria, a fin de perfeccionar su árabe y estudiar las leyes islámicas. A fin de obtener un mejor conocimiento de la vida oriental, se hizo pasar por musulmán y tomó el nombre de Ibrahim Ibn Abdallah.
En su camino hacia el este, oyó hablar de un tal doctor Seetzen que había salido de Egipto hacia Arabia en busca de la ciudad perdida de Petra, pero había sido asesinado.
Burckhardt se mostró muy interesado y una vez en Alepo, donde se compró una pequeña casa y perfeccionó el idioma merced a un amistoso cristiano árabe. También estudió el Corán y la ley musulmana.

PETRA
Viajó por Siria, Líbano y Palestina. En su camino al sur marchó con un grupo de comerciantes de ovejas y cabras, siendo entonces cuando escuchó hablar  acerca de unas ruinas en un estrecho valle, cerca de la supuesta tumba de Aarón y entre las montañas del wadi Musa
Con la excusa de que quería sacrificar una cabra en honor de Aarón, Burckhardt contrató a un guía local para que lo llevara a las ruinas, donde quedó maravillado al ver lo que descubrió, aunque visitó la ciudad brevemente para no levantar sospechas.
Burckhardt se adentró en el camino más sobrecogedor que pueda imaginarse. Una estrecha garganta de colosales proporciones. Una sacudida telúrica ocurrida en la época de los grandes reptiles había partido la montaña en dos, produciendo un desfiladero de más de un kilómetro de longitud. El Siq, el principal y enigmático acceso a la ciudad de Petra.
La belleza y las provocaciones arqueológicas del desfiladero le obligaron a detenerse para contemplarlo a cada paso, observando con detalle enigmáticas rocas, dibujos excavados en las piedras y betilos (piedras ovoides o cuadrangulares erigidas en honor a Dushara, el dios principal de los nabateos).
Al igual que le ocurrió a Burckhardt, cualquier visitante en la actualidad queda sobrecogido al penetrar a través de esta garganta con rocas a ambos lados que tienen alrededor de cien metros de altitud. La extraña belleza de su recorrido no es algo preparado para impresionar al viajero. Es la geografía natural de Petra.
En algunos lugares el desfiladero se estrecha de forma considerable y, cuando se empieza a pensar que es un pasadizo sin fin, aparece el primer atisbo de su indudable esplendor. De repente, como una sublime aparición, surgen los destellos del más impresionante de los monumentos de la ciudad: Al Khazneh, un templo-mausoleo tallado en la arenisca rojiza, una maravilla cincelada hace dos mil años y una joya del arte helenístico. Uno de los símbolos de Petra.
En lo más alto de este templo-mausoleo existe una urna en torno a la cual existe una leyenda asegurando que, a lo largo de los tiempos, miles de beduinos han estado disparando con sus espingardas creyendo que en su interior podrían hallarse los tesoros de un antiguo faraón. Sus frustradas esperanzas han acabado por dar nombre al edificio: el Tesoro.
La primera vista de Al Khazneh, apenas salido del Siq, es realmente asombrosa, tanto, que la prosa descriptiva nunca hará justicia a esta experiencia. Excavado enteramente en la roca, las grandes columnas corintias de la fachada y su interesante decorado están preservados del viento y la lluvia por la cornisa de roca de la parte superior. Está inspirado en el arte clásico helenístico y data su construcción muy posiblemente del siglo I d.C.
Todavía sigue siendo motivo de discusión si fue tumba o templo. Las figuras de la fachada detalladamente talladas, representan divinidades mitológicas de los nabateos.
Al igual que sucede con los demás monumentos de esta ciudad, es la fachada lo que más impresiona. En el interior sólo existe una sala cuadrada sin adornos, con otra más pequeña en la parte posterior.
Aunque la visita a Petra se inicia con el Siq y Al Khazneh, una de sus joyas más espectaculares, el resto de la misteriosa ciudad nabatea no desmerece en absoluto.
Tomando notas y diferentes bosquejos en secreto, Burckhardt llegó a escribir: “Parece bastante probable que las ruinas que hay en wadi Musa sean las de la antigua Petra”.
El explorador suizo no pudo prolongar por más tiempo su estancia, pero se prometió a sí mismo que volvería a la ciudad rosada del desierto. Estaba convencido de que era Petra, pero no podía demorarse porque tenía miedo de ser desenmascarado como un infiel en busca de tesoros perdidos y peligraría su vida. Sacrificó debidamente la cabra a Aarón y esa noche volvió de regreso a El Cairo. Pero el descubrimiento ya estaba hecho, y las expediciones no tardarían en llegar para descubrir todos los tesoros que albergaba la ciudad nabatea.
Burckhardt viajó más tarde por el Nilo y descubrió el templo de Ramsés el Grande en Abu Simbel con sus estatuas colosales. Hizo la peregrinación a La Meca y visitó Medina.
Tras largos periodos de viajes e investigaciones, una disentería acabó a los 33 años con su vida, siendo enterrado en el cementerio de El Cairo. Nunca llegó a encontrar el Níger.

EL LEGADO DE BURCKHARDT
Después de su muerte, fueron editados diferentes libros en inglés entre 1819 y 1829: Viaje a Nubia, Viaje a Siria, y Viaje a Arabia.
Otros libros publicados fueron: Arabic Proverbs, or the Manners and Customs of the Modern Egyptians (1830), Notes on the Bedouins and Wahabys (1831), Vida y viajes de John Lewis Burckhardt y finalmente: Viaje al Monte Sinaí.

Seis años más tarde, dos oficiales británicos de la Royal Navy,  Irby y Mangles, siguiendo una misión arqueológica visitaron durante un par de días la ciudad.
A los beduinos de Petra, la presencia de estos dos hombres debieron parecerles unos locos y quién sabe si se beneficiaron del respeto que todas las culturas primitivas sienten por el demente. Fueron ellos los que en la lejanía avistaron una urna en lo alto de una montaña, una urna que debía pertenecer a un edificio de colosales proporciones. Presentían una maravilla y se dispusieron a caminar hasta aquel recóndito lugar. Avanzaron a través de las montañas, acantilados gigantescos, wadis profundos… La fascinante geografía de Petra. Por los caminos que siglos atrás cruzaban las caravanas de Damasco, los jóvenes llegaron a perderse en aquel laberinto intrincado y agotados físicamente decidieron abandonar su búsqueda. Años después, sirviéndose de las anotaciones de Burckhardt y los oficiales ingleses, un hombre se adentró en aquellos remotos lugares, era francés y se llamaba León de Laborde.
Posteriormente, tuvieron lugar las primeras excavaciones arqueológicas que se realizaron en la ciudad, bajo la supervisión de la Escuela Arqueológica Británica en Jerusalén. Grupos de arqueólogos jordanos y extranjeros, han logrado sacar a la superficie varias zonas, revelándonos muchos datos sobre la vida de sus antiguos habitantes. Pero Jean Louis Burckhardt fue el primer europeo en descubrir la ciudad de Petra.