Nacido en Lausana (Suiza) en
el seno de una familia acomodada, fue un explorador profundo conocedor de la
lengua árabe y de la religión islámica que, haciéndose pasar por un mercader
árabe, viajó por Oriente Próximo y Nubia, siendo el europeo que encontró las
ruinas de Petra (Jordania) en 1812, la antigua capital de los nabateos y uno de
los primeros europeos en conocer La Meca y Medina.
Además descubrió a Occidente
los templos del faraón Ramsés II y Nefertari en Abu Simbel (Egipto).
Se convirtió al Islam,
tomando el nombre de Ibrahim ibn Abdullah.
PRIMEROS VIAJES
Después de estudiar en
Leipzig y en la Universidad de Gotinga, visitó Inglaterra en el verano de 1806
con una carta de presentación del naturalista Johann Friedrich Blumenbach para
Sir Josep Banks que, junto a los demás miembros de la African Association, organización cuyo objetivo era mejorar el
conocimiento de la geografía africana, aceptaron su oferta para poner en marcha
una expedición dirigida a descubrir la fuente del río Níger. Una vez aceptada,
Burckhardt planeaba viajar a Oriente con el fin de estudiar el árabe, en la
creencia de que su viaje por África se vería facilitado si era aceptado como
musulmán. Como preparación estudió la lengua árabe en la universidad de
Cambridge y se preparó de forma rigurosa para su carrera como explorador, para
lo que se dedicó a vagar por el campo sin ninguna protección contra el sol, con
la cabeza descubierta, durante una ola de calor, subsistiendo solo con verduras
y agua, aparte de dormir al aire libre.
Burckhardt abandonó Inglaterra
en marzo de 1809 en dirección a Malta, desde donde se dirigió en otoño a Alepo,
en Siria, a fin de perfeccionar su árabe y estudiar las leyes islámicas. A fin
de obtener un mejor conocimiento de la vida oriental, se hizo pasar por
musulmán y tomó el nombre de Ibrahim Ibn Abdallah.
En su camino hacia el este,
oyó hablar de un tal doctor Seetzen que había salido de Egipto hacia Arabia en
busca de la ciudad perdida de Petra, pero había sido asesinado.
Burckhardt se mostró muy
interesado y una vez en Alepo, donde se compró una pequeña casa y perfeccionó
el idioma merced a un amistoso cristiano árabe. También estudió el Corán y la
ley musulmana.
PETRA
Viajó por Siria, Líbano y
Palestina. En su camino al sur marchó con un grupo de comerciantes de ovejas y
cabras, siendo entonces cuando escuchó hablar acerca de unas ruinas en un estrecho valle,
cerca de la supuesta tumba de Aarón y entre las montañas del wadi Musa
Con la excusa de que quería
sacrificar una cabra en honor de Aarón, Burckhardt contrató a un guía local
para que lo llevara a las ruinas, donde quedó maravillado al ver lo que
descubrió, aunque visitó la ciudad brevemente para no levantar sospechas.
Burckhardt se adentró en el
camino más sobrecogedor que pueda imaginarse. Una estrecha garganta de
colosales proporciones. Una sacudida telúrica ocurrida en la época de los
grandes reptiles había partido la montaña en dos, produciendo un desfiladero de
más de un kilómetro de longitud. El Siq, el principal y enigmático acceso a la
ciudad de Petra.
La belleza y las
provocaciones arqueológicas del desfiladero le obligaron a detenerse para
contemplarlo a cada paso, observando con detalle enigmáticas rocas, dibujos
excavados en las piedras y betilos (piedras ovoides o cuadrangulares erigidas
en honor a Dushara, el dios principal de los nabateos).
Al igual que le ocurrió a
Burckhardt, cualquier visitante en la actualidad queda sobrecogido al penetrar
a través de esta garganta con rocas a ambos lados que tienen alrededor de cien
metros de altitud. La extraña belleza de su recorrido no es algo preparado para
impresionar al viajero. Es la geografía natural de Petra.
En algunos lugares el
desfiladero se estrecha de forma considerable y, cuando se empieza a pensar que
es un pasadizo sin fin, aparece el primer atisbo de su indudable esplendor. De
repente, como una sublime aparición, surgen los destellos del más impresionante
de los monumentos de la ciudad: Al Khazneh, un templo-mausoleo tallado en la
arenisca rojiza, una maravilla cincelada hace dos mil años y una joya del arte
helenístico. Uno de los símbolos de Petra.
En lo más alto de este
templo-mausoleo existe una urna en torno a la cual existe una leyenda
asegurando que, a lo largo de los tiempos, miles de beduinos han estado
disparando con sus espingardas creyendo que en su interior podrían hallarse los
tesoros de un antiguo faraón. Sus frustradas esperanzas han acabado por dar
nombre al edificio: el Tesoro.
La primera vista de Al
Khazneh, apenas salido del Siq, es realmente asombrosa, tanto, que la prosa
descriptiva nunca hará justicia a esta experiencia. Excavado enteramente en la
roca, las grandes columnas corintias de la fachada y su interesante decorado
están preservados del viento y la lluvia por la cornisa de roca de la parte
superior. Está inspirado en el arte clásico helenístico y data su construcción
muy posiblemente del siglo I d.C.
Todavía sigue siendo motivo
de discusión si fue tumba o templo. Las figuras de la fachada detalladamente
talladas, representan divinidades mitológicas de los nabateos.
Al igual que sucede con los
demás monumentos de esta ciudad, es la fachada lo que más impresiona. En el
interior sólo existe una sala cuadrada sin adornos, con otra más pequeña en la
parte posterior.
Aunque la visita a Petra se
inicia con el Siq y Al Khazneh, una de sus joyas más espectaculares, el resto
de la misteriosa ciudad nabatea no desmerece en absoluto.
Tomando notas y diferentes bosquejos
en secreto, Burckhardt llegó a escribir:
“Parece bastante probable que las ruinas que hay en wadi Musa sean las de la
antigua Petra”.
El explorador suizo no pudo
prolongar por más tiempo su estancia, pero se prometió a sí mismo que volvería
a la ciudad rosada del desierto. Estaba convencido de que era
Petra, pero no podía demorarse
porque tenía miedo de ser desenmascarado como un infiel en
busca de tesoros perdidos y peligraría su vida. Sacrificó
debidamente la cabra a Aarón y esa noche volvió de regreso a El Cairo. Pero el descubrimiento ya estaba hecho, y las
expediciones no tardarían en llegar para descubrir todos los tesoros que
albergaba la ciudad nabatea.
Burckhardt viajó más
tarde por el Nilo y descubrió el templo de Ramsés el Grande en Abu Simbel con sus
estatuas colosales. Hizo la peregrinación a La Meca
y visitó Medina.
Tras largos periodos de viajes e investigaciones, una disentería acabó a
los 33 años con su vida, siendo enterrado en el cementerio de El Cairo. Nunca llegó
a encontrar el Níger.
EL LEGADO DE BURCKHARDT
Después de su muerte, fueron editados diferentes libros en inglés entre
1819 y 1829: Viaje a Nubia, Viaje a Siria, y Viaje a Arabia.
Otros libros publicados fueron: Arabic Proverbs, or the Manners and
Customs of the Modern Egyptians (1830), Notes on the Bedouins and
Wahabys (1831), Vida y viajes de John Lewis Burckhardt y finalmente:
Viaje al Monte Sinaí.
Seis años más tarde, dos
oficiales británicos de la Royal Navy, Irby y Mangles, siguiendo una misión
arqueológica visitaron durante un par de días la ciudad.
A los beduinos de Petra, la
presencia de estos dos hombres debieron parecerles unos locos y quién sabe si
se beneficiaron del respeto que todas las culturas primitivas sienten por el
demente. Fueron ellos los que en la lejanía avistaron una urna en lo alto de
una montaña, una urna que debía pertenecer a un edificio de colosales
proporciones. Presentían una maravilla y se dispusieron a caminar hasta aquel
recóndito lugar. Avanzaron a través de las montañas, acantilados gigantescos, wadis profundos… La fascinante geografía
de Petra. Por los caminos que siglos atrás cruzaban las caravanas de Damasco,
los jóvenes llegaron a perderse en aquel laberinto intrincado y agotados
físicamente decidieron abandonar su búsqueda. Años después, sirviéndose de las
anotaciones de Burckhardt y los oficiales ingleses, un hombre se adentró en
aquellos remotos lugares, era francés y se llamaba León de Laborde.
Posteriormente, tuvieron
lugar las primeras excavaciones arqueológicas que se realizaron en la ciudad,
bajo la supervisión de la Escuela Arqueológica Británica en Jerusalén. Grupos
de arqueólogos jordanos y extranjeros, han logrado sacar a la superficie varias
zonas, revelándonos muchos datos sobre la vida de sus antiguos habitantes. Pero
Jean Louis Burckhardt fue el primer europeo en descubrir la ciudad de Petra.