Explorador
y aventurero portugués recordado por haber formado parte en 1543, como jesuita,
de la primera expedición lusitana que logró llegar a Japón y, como tal,
responsable de la introducción de armas de fuego en ese país.
Siendo
un muchacho, su tío lo llevó a Lisboa, donde comenzó a trabajar en la casa de
don Jorge de Lencastre, duque de Aveiro, hijo del rey Juan II de Portugal. Allí
permaneció durante unos cinco años, dos de ellos como mozo de cámara del propio
Jorge.
En
1537 viajó a la India
para encontrarse con sus dos hermanos. De acuerdo con los relatos de su obra Peregrinación, durante una expedición al
mar Rojo en 1538, participó en un combate naval contra los otomanos, en el que
fue hecho prisionero y vendido a un griego, y posteriormente a un judío que lo
llevó a Ormuz, donde fue rescatado por los portugueses.
Acompañó
a Malaca a Pedro de Faría, desde donde partió para sus aventuras, habiendo
recorrido durante veintiún accidentados años las costas de Birmania, Siam, las
islas de la Sonda,
Molucas, China y Japón.
En
uno de sus viajes a este último país conoció al que después sería San Francisco
Javier e influenciado por su personalidad, decidió entrar en la orden de los
jesuitas y promover una misión en Japón.
En
1554, después de liberar a sus esclavos, se fue a Japón como un novicio de la Compañía de Jesús y como
embajador del virrey don Afonso de Noroña junto con Daimyo de Burgo. Este viaje
fue una decepción para él, tanto en lo que respecta al comportamiento de su
compañero como en lo referente a la conducta de la propia Compañía de Jesús.
Disgustado, abandonó el noviciado y regresó a Portugal.
Con
la ayuda del antiguo gobernador de la
India, Francisco Barreto, consiguió los documentos privativos
de sus sacrificios por su país, que le dieron derecho a una pensión que nunca
recibió. Desilusionado, se fue a Valle de Rosal, en Almada, donde permaneció
hasta su muerte y donde escribió entre 1570 y 1578, la obra que dejó, su
inimitable Peregrinación. Esta obra
sólo sería publicada veinte años después de la muerte del autor, temiéndose que
el original fuese modificado donde apareciesen los jesuitas.
Dejó
una historia tan fantástica de lo que vivió (la Peregrinación
publicada póstumamente en 1614), que durante mucho tiempo se dudó de su
veracidad, de modo que de forma jocosa había un dicho con su nombre “Fernâo Mentes?” o lo que es igual
Fernando Mientes?
El
dramaturgo español del Siglo de Oro Antonio Enríquez Gómez le dedicó dos
comedias que fueron muy aplaudidas.