Según su certificado de nacimiento era hijo ilegítimo de Elizabeth Parry y el estigma de esa ilegitimidad supuso una pesada carga para él durante toda su vida. Tuvo una infancia llena de maltratos y de lucha por su existencia, siendo criado por su abuelo hasta la edad de cinco años. Cuando éste murió, vivió durante un corto período con algunos familiares maternos, pero poco después fue enviado al St. Asaph Union Workhouse, institución de acogida para pobres, donde el hacinamiento y la falta de control daban lugar a frecuentes abusos de los chicos mayores y de los rectores. Allí permaneció hasta los quince años, momento en que huyó para marchar a su aldea natal, donde llegó a completar una educación elemental, y colaboró como ayudante de profesor en una escuela nacional. En 1859 fue contratado como grumete en el puerto de Liverpool y a bordo del barco Windermeer partió con rumbo a Nueva Orleans. Tras sufrir una dura travesía, tuvo que saltar a tierra en cuanto avistaron su puerto de destino sin esperar a cobrar sus jornales pendientes.
En Nueva Orleáns tomó el apellido de Stanley al ser adoptado por un comerciante norteamericano con ese nombre. Al estallar la Guerra de Secesión (1860-1864) sirvió primero con el ejército confederado, pero tras ser capturado durante la batalla de Shiloh, en 1862 fue transferido a las filas federales. Participó heroicamente en otras contiendas, lo que le valió ser ascendido al grado de alférez y secretario de capitán de navío. Al finalizar la guerra se encontró sin apenas recursos económicos ya que su padrastro falleció sin dejar testamento, siendo entonces cuando encontró su auténtica vocación. Comenzó su carrera como periodista, aceptando en 1866 el puesto de cronista para el periódico New York Herald. Posteriormente viajó a la frontera oeste de Estados Unidos y más tarde a Turquía, experiencia que relató en su primer libro “Mis primeros viajes y aventuras en América y Asia”.
Después de regresar a Estados Unidos, intervino en una campaña que se desató contra diferentes tribus de pieles rojas sublevadas contra el Gobierno presidido por Andrew Johnson. Las crónicas realizadas durante aquella etapa, todas con un estilo muy periodístico y lleno de realismo, impactaron de inmediato a los lectores, alcanzando gran fama en su país de adopción. Tanto fue así que el editor del periódico, James Gordon Bennett, decidió nombrarle en 1867 corresponsal de guerra. Ese mismo año cubrió la información derivada de la expedición británica de castigo contra el rey Theodoro II de Etiopía y después partió en 1869 a Egipto para informar sobre la apertura del canal de Suez.
Igualmente asistió a la caída en España de la monarquía borbónica representada por Isabel II, ocasión en la que logró aprender el idioma español.
A LA BÚSQUEDA DEL DOCTOR LIVINGSTONE
Encontrándose en España, recibió la orden de su editor de marchar a París para confiarle un asunto de máxima importancia: la búsqueda del doctor y explorador escocés David Livingstone, del que se desconocía su paradero desde que emprendiera su última expedición a África en 1866 con el fin de encontrar las fuentes del río Nilo.
Con la finalidad de que la misión no trascendiera a la luz pública, no en balde el New York Herald quería apuntarse un gran impacto periodístico en el supuesto de que fructificara la expedición, Stanley se vio obligado a dar un gran rodeo a través de Turquia y buena parte de Rusia hasta llegar a Bombay en la India , desde donde se desplazó a las islas Mauricio y Seychelles, alcanzando con posterioridad la costa de Zanzíbar (6 de enero de 1871).
Una vez en la isla de Zanzíbar obtuvo las primeras noticias fidedignas sobre el paradero de Livingstone, preparando una gran expedición y con abundantes medios a fin de lograr su objetivo. El 21 de marzo del mismo año, Stanley inició un duro y penoso viaje a través del continente negro que llegó a durar hasta nueve meses. Tras sortear múltiples adversidades, el ataque de tribus agresivas, enfermedades tropicales, lluvias torrenciales y el frecuente encuentro con animales salvajes, al margen de sufrir algunos amotinamientos y dos intentos de asesinato por parte de la gente de su expedición, el 10 de noviembre llegó exhausto a la población de Ujiji, una miserable aldea al mismo borde del lago Tanganika. Fue entonces cuando se encontró con un famélico y sorprendido David Livingstone al que muchos ya daban por muerto hacía tiempo y al que saludó, según sus propias palabras, con la famosa frase de: “¿Doctor Livingstone, supongo?”.
Ambos convivieron juntos durante algunos meses y recorrieron en barco el lago Tanganika, pero al final, en mayo de 1972 Stanley tuvo que regresar sólo a Inglaterra sin haber podido convencer a Livingstone para que fuera con él y se olvidara de su proyecto de buscar las fuentes del Nilo.
Por aquel entonces, Livingstone se encontraba ya muy enfermo (fallecería en abril del año siguiente).
De nuevo en Inglaterra, Stanley publicó otro libro con el título “Como encontré al Dr. Livingstone”. Por su hazaña fue premiado por la propia reina Victoria y por la Sociedad Geográfica de Londres. A partir de entonces recuperó su nacionalidad británica, aunque prosiguió trabajando para el rotativo neoyorquino.
LAS FUENTES DEL NILO
Después de ser enviado a Ghana y Etiopía para cubrir un reportaje sobre la ofensiva británica contra el pueblo de los ashanti, Stanley sintió de nuevo la llamada de África y queriendo emular a Livingstone organizó una expedición para ir en busca de las legendarias fuentes del Nilo. En aquella ocasión y dada su popularidad, no le resultó difícil tener el apoyo económico de su periódico y el del Daily Telegraph londinense.
En noviembre de 1874 partió la misión desde Zanzíbar hacia las inhóspitas tierras del interior, contando con un equipo muy bien pertrechado. A su paso por Buganda recibió permiso para instalar varias misiones cristianas en su territorio. Más adelante rodeó el lago Victoria, viéndose involucrado en diferentes conflictos armados con las tribus que se hallaban apostadas en las orillas, luego continuó hacia el lago Tanganika y más hacia el oeste encontró el río Lualaba, adonde llegó a finales de 1876, logrando demostrar que éste río era afluente del Congo y no del Nilo, como creía Livingstone. Remontó el Lualaba, posteriormente descubrió un lago que bautizó con su nombre y después unos saltos de agua a los que llamó Livingstone Falls, en honor de su predecesor.
Siguió a pie en dirección al océano Atlántico, adonde llegó en agosto de 1877. Stanley había descubierto el curso del río Congo tras un viaje que duró casi mil días y en el que perdieron la vida más de la mitad de los miembros de su expedición.
Regresó después a Inglaterra en 1878, recibiendo entonces la inusual petición del rey belga Leopoldo II y del Comité de Estudios del Alto Congo para explorar todo el territorio y sentar las bases de un nuevo Estado africano, el Estado Libre del Congo. Llevada a cabo con éxito ésta operación, en 1885 el Congreso de Berlín reconoció la existencia del nuevo Estado Libre del Congo y ratificó su pertenencia al rey belga. El monarca le nombró gobernador, de todo el Estado, periodo en el que se ganó el apodo de “Bula Matari” (el rompedor de rocas) por parte de los indígenas, en alusión a su tenacidad en abrirse camino por las selvas no cartografiadas y la mano firme con que se rigió los primeros destinos de aquel país. Durante esta actividad política publicó en 1884 el libro “El Congo y la fundación de su Estado Libre”, como en él era habitual haciendo gala de un estilo periodístico ameno, aunque rayando en lo sensacionalista en muchos de sus pasajes.
Aún volvería a África otra vez, en 1877, para rescatar a Emin Bajá, cuyo verdadero nombre era Edward Schnitzer, un naturalista y físico alemán que se había convertido en gobernador de la Provincia Ecuatorial de Egipto (actual Sudán), a quien se creía ubicado en las proximidades del lago Alberto y rodeado por las fuerzas rebeldes del Mahdi, un líder musulmán integrista.
Stanley remontó el río Congo en enero de 1877 hasta alcanzar el lago Alberto siete meses después, donde encontró a Emin Bajá. Sin embargo, éste se negó a acompañarle. De regreso, descubrió el río Semliki, que unía el lago Alberto con el lago Eduardo, en el sector más remoto de la rama occidental del llamado Nilo Blanco. También logró identificar la cordillera Ruwenzori, las llamadas “montañas de la luna”.
Esta última misión en África no sólo permitió aclarar todavía de mejor forma el panorama geográfico y cartográfico de la zona, sino que, además, le sirvió para escribir un nuevo libro con el que logró un gran éxito en 1890: “En el África más tenebrosa”.
Afincado definitivamente en Inglaterra, en los últimos años de su vida Stanley contrajo matrimonio con Dorothy Tennant, quien acabó publicando la autobiografía completa de su marido. Entre 1895 y 1900 fue miembro del Parlamento como diputado del Partido Liberal y en 1899 la reina Victoria le concedió el título de Sir. El resto de sus días los vivió plácidamente en su finca de Furce Hill, en Londres, orgulloso de sus hazañas.
La intrépida y extraordinaria vida del periodista galés John Rowlands, más conocido como Henry Morton Stanley, ha sido a menudo contada y fabulada partiendo de sus propias premisas autobiográficas, pero de lo que no cabe la menor duda es que fue uno de los mayores aventureros de la historia.