GARCÍA DE SILVA Y FIGUEROA (1550 - 1624)

 
-2ª Parte-

EN LAS RUINAS DE PERSÉPOLIS
Por fin se iniciaba su verdadera embajada y entraba en contacto con los persas, cuyos trajes, modales y atenciones alabó reiteradamente en sus escritos. Tras los días precisos para reunir los caballos y camellos que su séquito precisaba, se puso en marcha por la antigua Carmania, parando en algunos caravanserai como el de Guichi, y recibiendo agasajos y regalos de los gobernadores locales. Poco a poco empezó a entrar en las tierras altas y los valles de los Zagros, mejorando notablemente el paisaje que se ofrecía ante su vista. Llegó a la ciudad de Lara, siendo recibido también por su gobernador: “Con mucha gente a caballo, muy luzida de caballas o aljubas de sedas de varias colores y tocas de oro, con cimitarras y puñales guarnecidas de oro y plato”.
La ciudad de Lara le pareció a García de Silva y Figueroa muy semejante a la de Ormuz, con edificios de adobe y algunas de las mejores casas dotadas de curiosas “torres de ventilación”, según la arquitectura persa y bazares con mucha actividad comercial. Tras los ya habituales agasajos y comidas, reemprendió su camino hacia el interior del país, sin dejar de describir minuciosamente sus paisajes y todo cuanto encontraba a su paso, añadiendo curiosas anécdotas.
El 24 de noviembre llegó a la ciudad de Shiraz. Al principio, sus casas y calles no le llamaron la atención, hasta que llegó a una amplia plaza en la que se estaba construyendo una “sumptuosissima mezquita”, y alojado en un gran palacio, con muchas vidrieras, muros enlucidos de cal y muchas figuras de mujeres pintadas en los muros. Desde los miradores tenía magníficas panorámicas de los jardines y la ciudad, distinguiendo sus paseos y avenidas plantadas de árboles espléndidos, enorme cantidad de rosales cultivados, cuyas flores destilaban un agua que llegaba hasta la India y países mucho más lejanos.
Debido a los rigores del invierno y por hallarse el sha en la costa del mar Caspio, García de Silva y Figueroa permaneció en Shiraz hasta la primavera del año siguiente, hasta que el 4 de abril prosiguió su camino hacia Isfahan. Sin embargo, a pocas leguas de Shiraz se apartó un poco de la ruta, por el deseo que tenía de ver las ruinas de Chilminara. Y “por ser este sitio, sin poderse poner en duda alguna en ello, el de la antigua Persépolis”. Aunque no lo supiera o no pretendiera darle el valor que su descripción y conclusiones en realidad tenían, el noble viajero español estaba a punto de llegar a su cita con la historia.
Las anotaciones realizadas por García de Silva merecen una especial atención, según los expertos, porque reúnen una excelente descripción de las ruinas de la ciudad de Persépolis, su identificación razonada, así como la primera propuesta conocida de que los signos cuneiformes habrían sido la escritura propia de los antiguos persas. En el manuscrito se habla de la gigantesca plataforma revestida de gruesos sillares de cantería, que apoyada en la ladera del Kuh-i-Rahmat, sirvió de base al conjunto de edificios, como una gruesa muralla de piedras de mármol “de maravillosa grandeza y de más de dos picas de alto”. Al subir por las enormes escalinatas notó el tamaño colosal y la perfecta talla de los escalones, y una vez arriba, se asombró ante el pórtico “que sustentauan dos grandissimos caballos de marmor blanco, mayor cada uno dellos que un gran elephante”. A la derecha del pórtico contó veintisiete columnas que por “su mucha grandeza… llaman los persianos y arabes cuarenta alcoranes” -queriendo decir minaretes- “como las torrecillas… que tienen en sus mezquitas principales”, describiendo la planta y las filas de columnas de la que hoy sabemos que fue la apadana, reparando en su enorme altura, el perfecto ajuste de los tambores y el no menos perfecto cuadrado de la sala. Describió luego su paseo por otros conjuntos de ruinas, y llamó lonjas a los conjuntos que en la actualidad designamos palacios de Darío, Artajerjes I, Jerjes, Artajerjes III, Palacio Dy Tripylon, con sus relieves, puertas y marcos de ventanas tallados en mármoles y piedra negra, tan perfectamente pulidos que el gran mastín que acompañaba al embajador empezó a gruñir a su misma imagen reflejada “con mucha rrisa de los que estauan presentes”.
Los relieves le admiraron mucho, tanto por los tipos como por la perfección de la talla y su variedad, mandando a un pintor del séquito que sacara algunos dibujos al natural, los primeros tomados in situ por un profesional, aunque la mala fortuna haría luego que quedaran olvidados durante siglos en los manuscritos de la Biblioteca Nacional.
Siguiendo su paseo hacia la ladera, percibió el ilustre viajero otro edificio mucho mayor, con puertas y ventanas, y numerosas columnas derribadas en el patio -probablemente se refería a lo que hoy llamamos Sala de las Cien Columnas-, notando luego que en los arquitrabes y frisos había inscripciones pintadas por visitantes árabes, armenios, indios y de otras naciones. Pero sobre todo fijó su atención en las inscripciones profundamente grabadas y labradas muy hondas en distintos sitios, como el “triunpho de la escalera”, de las que mandó copiar un renglón, “cuyas letras…compuestas todas de pirámides pequeñas puestas de diferentes formas”, estimando que éstas eran las escrituras de los antiguos constructores. Más allá, en plena ladera, sus acompañantes accedieron a las tumbas de Artajerjes II y Artajerjes III, y distinguieron la cisterna llena de agua limpia de las lluvias.
Terminada la descripción, García de Silva argumentó por qué pensaba que Chilminara debía haber sido Persépolis, recurriendo tanto a las fuentes clásicas como a la evidencia visible y los informes que en España le había facilitado Fray Antonio de Gouvea. Y concluyendo que esa fue la verdadera Persépolis reencontrada “la qual por tantos siglos a estado sepultada”.

DESCUBRIENDO UN MUNDO IGNORADO
El viaje continuó hacia el noroeste y en la segunda quincena de abril llegó a Isfahan, rodeada de huertas y jardines y ya entonces maravillosa ciudad, populosa y activa gracias al empeño del sha Abbás, que comenzó la mayor parte de los edificios que todavía hoy hace su justa fama. Departió el embajador con los gobernadores de la ciudad, con los religiosos agustinos y  carmelitas de sus conventos, y con los europeos presentes “que eren diez o doze ingleses, dos tudescos y tres o quatro italianos, con quien el Enbaxador holgó mucho por saber algunas cosas de Europa”.
El primero de mayo hizo su entrada oficial, acompañado de mucha gente a caballo. Pasó por barrios semejantes a los de Shiraz, hasta que llegó al gran bazar abovedado y con luz cenital, de donde salió a la enorme plaza de Maidan, “de mas de seiscientos pasos de largo y trezientos de ancho”, sus magníficas mezquitas todavía en construcción y el palacio, “con una lonja quadrada a la entrada, cubierta con su bóveda, y una varanda encima”, todo magnífico y famoso ejemplo de la arquitectura del periodo, y fruto del empeño del sha. Aquellos grandes edificios y espacios le gustaron mucho a García de Silva, que los describió minuciosamente, pues ya era Isfahan la cabeza principal del imperio, en la que convivían persas, armenios, georgianos y otras naciones, siendo maravilla la variedad de vestidos y tipos, que el color y la luz de los azulejos y las ilustraciones de libros y miniaturas safavíes no permiten aún hoy imaginar.
Pero a los pocos días de estancia recibió orden del sha para que fuese a Qazvin, a donde llegó el 15 de junio, acercándose a la ciudad con todo el cortejo vestido de gala y a caballo, e instalándose en la casa que se le había asignado.
Dos días después se dirigieron el embajador y los suyos a la recepción ofrecida por el sha, precedidos por más de seiscientos hombres portadores de los regalos enviados por el rey de España, pasando por la ciudad con gran pompa y camino del palacio y jardines donde comenzaba dicha recepción. Durante la cena, García de Silva notó que el sha iba a ser un difícil contendiente, y que la presencia del embajador turco, también invitado, formaba parte de su juego. Aunque Abbás brindó dos veces a la salud del rey de España “su hermano”, y como bienvenida del embajador. Luego, los contactos se dilataron sin que García de Silva tuviera en realidad ocasión de plantear el objeto principal de su embajada -animar la continuación de la guerra contra el turco-, sospechando con razón que los planes del sha eran ahora distintos.  Por fin consiguió su propósito y hablaron largo y tendido, pero sin una resolución final, pues Abbás se quejaba siempre de la poca actividad de los europeos en contra de los turcos, sin dejarle tocar al español el tema de las recientes conquistas persas en los presidios portugueses.
Se prolongó la estancia y García de Silva asistió un día a una partida de polo jugada en la plaza por el rey y los suyos, teniendo ocasión de ver una escena que las miniaturas safavíes gustaron de repetir sobre libros y objetos muy diversos. Poco después, el monarca salió de Qazvin y mandó a García de Silva que se volviera a Isfahan y le esperara allí. Partió el español el 27 de julio de 1618, llegó de vuelta a la nueva capital del sha el 13 de agosto, donde habría de pasar todo el invierno, asistiendo a las ceremonias tradicionales en recuerdo de la muerte de Hussein, propias de los chiíes, fiestas y ritos que describió con notable detalle y respetuosa atención. Vuelto por fin el sha, hubo entre otras celebraciones una última entrevista en la misma plaza de Maidan.
Y por fin, García de Silva recibió autorización para marchar, lo que hizo el 25 de agosto de 1619, aún encontrándose enfermo, llegando a la costa y embarcándose para Ormuz el 18 de octubre. Con gran pesar suyo tuvo que invernar allí, dándole tiempo a anotar que las gestiones llevadas a cabo habían tenido escaso fruto, y que los persas se preparaban incluso para tomar Ormuz.

LA AGONÍA DEL RETORNO
El final de su más que extremada aventura se aproximaba, aunque no en la forma que García de Silva deseaba. Tras peligrosa navegación llegó a Goa el 25 de abril de 1620, encontrando la misma falta de colaboración antes sufrida. Un primer intento de volver a España, embarcándose el 19 de diciembre de aquel mismo año, resultaría un amargo fracaso, dado que después de un peligroso viaje y tras haber alcanzado las costas de Mozambique en febrero, sabiendo el piloto que por el régimen de vientos y corrientes ya no podrían pasar el cabo de Buena Esperanza hasta diciembre, el 14 de febrero de 1621 resolvieron volver de nuevo a Goa, donde arribaron un 28 de mayo.
García de Silva retomó sus Comentarios, reiterando páginas llenas de interesantes observaciones, narrando la temida guerra de Ormuz y los combates contra ingleses y holandeses.
Por fin, el 1 de febrero de 1624 pudo hacerse de nuevo a la mar con vientos favorables, y a pesar del mal gobierno de la nave y de ir ésta sobrecargada, se siguió adelante. En sus últimas anotaciones reflexionó sobre la desidia de los pilotos lusos, lamentando que por el contrario “los marineros estrangeros… todo lo rreconoçen y lo sondean con especial diligencia”. El 13 de abril se conoció hallarse al este de la Tierra de Natal, aunque el piloto decía haber doblado ya el Cabo, lo que ciertamente no se haría hasta el 25 de abril. La última anotación de García de Silva fue de tres días después, indicando rumbo noroeste con el sol en 32º y medio. Fue su última anotación.
Al respecto, la Biblioteca Nacional tiene una acotación estremecedora.
Dice que D. García de Silva y Figueroa siguió escribiendo cada día hasta casi el de su muerte, “que sucedió en su buelta a España, á 22 de julio de 1624, a las ocho horas de la noche, del Mal de Loanda, a ciento y diez leguas de las islas de Flores y Cuervo. Hecharon su cuerpo á la mar, en un caxón cargado de piedras, y ando en calmerías alrededor de la nao dos días”.
La situación debió ser trágica. Era como si incluso tras la muerte, aquel buen caballero no quisiera apartarse del barco que había estado a punto de cumplirle su anhelado deseo de vuelta a España. Y quedó así, como dice la nota, flotando durante dos jornadas en una mar en calma, lisa, dramática para quienes desde la nave siguieron viendo su improvisado ataúd.
Y luego, poco a poco, su ataúd se fue hundiendo lentamente en las profundidades del océano Atlántico.
 
La hazaña del caballero Don García de Silva y Figueroa permaneció olvidada durante mucho tiempo. Hasta principios del siglo XX no fue publicado su manuscrito completo en nuestro país. No obstante, el excelente trabajo llevado a cabo por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y la acertada recopilación de los manuscritos que ha realizado Joaquín Mª Córdoba, hacen ahora posible que la embajada del español Don García de Silva y Figueroa al sha Abbás el Grande (1614-1624), haya alcanzado mayor difusión y esté considerado como uno de los libros más interesantes de los escritos por viajeros europeos a Oriente.