GERTRUDE BELL (1868 – 1926)

El 23 de agosto de 1921 el Emir Faysal era coronado rey de Irak. Su elección había sido fruto de amplias negociaciones en París y El Cairo pero, sobre todo, de las indicaciones de una dama inglesa que conocía el mundo árabe como la palma de su mano. Rica, elegante y amante del desierto, Gertrude Bell fue una mujer fascinante que se pasó buena parte de su vida viajando por Oriente Próximo, conviviendo y estudiando su cultura y su gente, de la que se ganó un profundo respeto. Sus conocimientos del terreno fueron de gran valor para el gobierno británico, quien la contrató para formar parte del equipo de inteligencia militar de la Oficina de Oriente. Sus viajes, estudios arqueológicos y cometidos políticos salvarían, por un tiempo, a Gertrude Bell de la tristeza y la melancolía.

HIJA DE UNA FAMILIA ACOMODADA

Gertrude Margaret Lowthian Bell nació el 14 de julio de 1868 en el condado inglés de Dirham. Su madre se llamaba Mary Shield y su padre Hugo Bell, era heredero del gran magnate de la siderurgia Sir Isaac Lowlluan Bell.

Gertrude había nacido en uno de los hogares victorianos más ricos y prósperos, razón por la cual pudo disfrutar de todas las ventajas y comodidades propias de la alta sociedad británica de finales del siglo XIX. Pero la felicidad fue truncada por la muerte prematura de su madre cuando dio a luz a su hermano Maurice. Gertrude tenía entonces tres años y la desaparición repentina de su madre fortalecería muchísimo la relación que tuvo con su padre, la cual no desaparecería a lo largo de toda su vida. Ni tan siquiera cuando Hugo volvió a casarse en 1876 con Florence Olliffe, una joven escritora aficionada a escribir relatos infantiles y obras de teatro, que descubrió a la pequeña los fantásticos cuentos orientales.

Su padre y su madrastra tuvieron tres hijos, Elsa, Molly y Hugo, y en aquel tiempo Gertrude pasó largas temporadas con sus primos y abuelos y fue educada en el hogar. Cuando la joven cumplió dieciséis años, su padre, consciente del talento de su hija no dudó en enviarla a estudiar al prestigioso colegio femenino londinense Queen’s College. Allí Gertrude demostró ser una estudiante modelo y destacó hasta tal punto que su profesor de historia le propuso continuar sus estudios en Oxford, un lugar muy poco común para una mujer y donde su estancia académica no estuvo exenta de comentarios machistas por parte de profesores y estudiantes.

A pesar de los prejuicios sociales, Gertrude se había convertido en una joven coqueta, inteligente pero con tal nivel de arrogancia que espantó a cualquier posible pretendiente. Empezaron entonces unos años difíciles en los que encontrar marido se convirtió en una tarea poco menos que imposible.

BUSCANDO SU CAMINO

Gertrude Bell era una joven de poco más de veinte años que, a pesar de haber demostrado grandes capacidades intelectuales, no había conseguido el principal cometido de una muchacha en la Inglaterra victoriana, convertirse en esposa y madre.

Cansada de la búsqueda infructuosa de esposo, decidió dar un giro radical a su vida y marchar lejos de su hogar. Ni más ni menos que a Persia, donde estaba dispuesta a encontrar, sino el amor, al menos su camino vital.

En la embajada británica Gertrude sí conoció a un hombre que la atrajo. Henry Cadogan, que era secretario de la embajada, un hombre inteligente, culto y encantador, pero había un pequeño detalle que el padre de la joven no pasaría por alto: la falta de fortuna. Esta fue la razón que adujo Hugo Bell para negarse a la petición de matrimonio de su hija. Y ella lo aceptó con todo el dolor de su corazón, tal era el respeto que sentía por su padre.

De vuelta a Inglaterra, Gertrude plasmó en su primer libro las experiencias vividas en Persia. Persian Pictures se publicaría en 1894. Un año antes había recibido la trágica noticia de la muerte en un accidente de su amado Henry Cadogan.

En 1899, después de varios viajes por Europa, atravesando montañas y disfrutando de la cultura occidental, decidió volver a Oriente. Esta vez con un objetivo más audaz, viajar al desierto en una expedición organizada por ella.

Aun pasarían unos años estudiando y preparándose para aquella aventura que la adentraría en un peligroso mundo nómada en el que conocería culturas totalmente opuestas a sus orígenes. The desert and de sown, publicado en 1906, fue el testimonio de aquella gran aventura.

Los siguientes años los pasó en Turquía volcada en la arqueología y continuó realizando viajes al desierto, con su elegante equipaje, pero dispuesta a vivir esa total sensación de libertad que necesitaba para seguir adelante con su existencia solitaria.

Fue en una de esas expediciones arqueológicas en Mesopotamia cuando en 1911 conocería a un joven estudiante llamado Thomas Edward Lawrence, a quien más tarde la historia conocería como Lawrence de Arabia.

La política en Oriente Próximo salvó a Gertrude de la depresión, sobre todo después de haber sufrido su segundo desengaño amoroso tras perder a un amor imposible, un hombre casado y que tendría también un final trágico.

IRAK Y EL EMIR FAYSAL

El gobierno inglés contrató a la aventurera conocedora del mundo árabe gracias a sus constantes expediciones al desierto y a su contacto con las tribus árabes. Su papel más importante se encontraría en la conformación de Irak. Como secretaria para Oriente, Gertrude pudo tomar sus propias decisiones en materia política y tomó las riendas de la construcción de Irak, un largo camino que culminó con la coronación del Emir Faysal como rey iraquí.

Pero al final de su trayectoria vital y profesional, Gertrude Bell volvía a estar sola. El nuevo rey ya no la necesitaba y ella se encontraba en aquel verano de 1926 con casi sesenta años, sola, sin una familia a la que cuidar o que cuidara de ella. Cuando el 12 de julio ya no despertó, la sombra del suicidio, causa de la muerte nunca declarada oficialmente, sobrevoló en su hermoso palacio.

Gertrude Bell fue una mujer de carácter cuya inteligencia y valentía no encajaron con la sociedad victoriana que le tocó vivir. Así, a pesar de que para la gran historia contemporánea jugó un papel determinante en la construcción de Oriente Próximo, al final su vida fue un continuo huir hacia delante buscando su verdadero lugar en el mundo. Quizás fueron sus estancias en el desierto, con las gentes nómadas que lo habitaban, el único consuelo que tuvo en su vida.